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Reportaje:

Medicina preventiva, la gran diferencia entre el desarrollo y el subdesarrollo sanitarios

CARMEN SANTAMARIA

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La comunidad y la medicina preventiva

La salud ya no es solamente la "carencia de enfermedad», la negación del dolor. La salud es hoy conceptuada, y esto es uno de los principios fundamentales de la Organización Mundial de la Salud, como un estado de bienestar físico, mental y social, es decir, un valor positivo susceptible de ser incrementado. Las competencias de la sanidad, por tanto, han aumentado: trastorno psíquicos y conflictos sociales de fuerte incidencia en la personalidad humana y tradicionalmente rechazados como materia a tratar terapéuticamente entran actualmente en el ámbito de la medicina, que ha de responder a ellos con nuevas ramas de estudio y nuevos profesionales especializados en su tratamiento.En los países en vías de desarrollo, donde se ha conseguido ya este objetivo, se lleva a cabo una actividad terapéutica encaminada a controlar la morbilidad, a sanar a los enfermos. Sus éxitos en este sentido son el freno a la mortalidad masiva de su población. Por último, los países desarrollados, inmersos en una civilización mecanizada y prepotente, han superado el problema de la mortalidad y el de la morbilidad tradicional y se vuelcan en la medicina llamada «preventiva», en la salvaguarda de la salud de sus ciudadanos. Es la última fase de un proceso tendente, al bienestar total del ser humano, pero no es, sin embargo, el estado ideal. Porque en la sociedad desarrollada, con sus encomiables progresos aparentemente favorables para sus miembros, también se originan situaciones perjudiciales y dañinas para el cuerpo y la mente de aquéllos.

Salud y desarrollo

En realidad, la medicina preventiva es un invento ancestral. Desde épocas remotas, los prohombres de la comunidad, los ricos y los poderosos, han tenido a su lado sabios consejeros, preocupados por su salud y bienestar a cambio de un sueldo. El fenómeno de la industrialización motivó que la clase alta, poseedora de las recién levantadas fábricas, empezase a tomar en cuenta la salud de los otros componentes del grupo social, los' cuales iban a trabajar bajo su mando. La salud pública influiría positivamente en una mayor productividad de las empresas. La enfermedad sería, por el contrario, una carga que había que evitar por el bien de todo el conjunto. De este modo se extendió la medicina preventiva a las clases socioeconómicas, para quienes antes era un lujo inaccesible.

La sanidad ha alcanzado en los países industrializados sus más altas cotas de realización. Pero, al mismo tiempo, se ha encontrado con problemas inexistentes en fases anteriores, problemas surgidos precisamente por el índice de civilización y desarrollo de estos países. La vida agitada y ruidosa de las grandes ciudades, por poner un ejemplo, provoca estrés, cansancio, depresión, traumas, paranoia, histerias, conceptos todos ellos que a nuestros abuelos les venían demasiado grandes. Los modernos automóviles y los instrumentos empleados en los centros de trabajo y en las tareas domésticas producen accidentes, muchos de los cuales concluyen en la muerte.

La carrera armamentista, los conflictos políticos armados, la degradación del medio ambiente, del mar y de la atmósfera, engendran cuadros patológicos que también conducen a la destrucción del organismo humano. La agresión social, la competitividad, las tensiones entre miembros de un mismo sector público, la frustración en la escalada hacia el triunfo e incluso la desocupación motivan la toxicomanía, el alcoholismo, el infarto y el suicidio . No es, como decíamos antes, el estadio ideal para el hombre.

« En realidad, no se trata sólo de que el ser humano y la sociedad hayan generado enfermedades modernas, artificiales», en opinión del doctor Cañada, subdirector del Servicio de Medicina Preventiva. «Influyen también otros factores. La expectativa de vida humana ha aumentado considerablemente, lo cual hace que con frecuencia se puedan presentar procesos patológicos a los que antes no se daba tiempo material a llegar. La vida media de hace apenas cincuenta años era muy corta en relación con las cifras que hoy nos parecen normales. Ahora tenemos una vida más larga y más oportunidades de enfermar».

En España hemos pasado de una población asentada mayoritariamente en el medio rural a una urbanización acelerada. De una economía basada en la agricultura hemos pasado a una industrialización progresiva. Ha sido un paso tan brusco que no ha habido tiempo para adecuar al medio ambiente y crear una infraestructura sanitaria conforme a las nuevas necesidades. En España se han padecido simultáneamente males propios de los países subdesarrollados (fiebres tifoideas) y males propios de los países occidentales (cáncer, infarto).

España tiene una importante tradición en el tema de la medicina preventiva. En 1803 salió de un puerto hispano un buque con veintidós huérfanos. Su objetivo era propagar la vacuna antivariólica por los cinco continentes. Por entonces la vacuna se transmitía de persona a persona y los niños la mantenían activa durante todo el recorrido. Fue una señalada contribución a la campaña que, siglo y medio después, conduciría a la erradicación de la viruela en el mundo. España ha sido, posteriormente, en 1964, uno de los primeros países en obtener el certificado oficial de erradicación del paludismo por parte de la OMS.

«No quiere esto decir que se haya hecho todo lo que se debía, ni que podamos sentirnos satisfechos», continúa el doctor Cañada. «Habría que conceder más importancia a la medicina preventiva, lograr un equilibrio de recursos, personal y centros entre ésta y la medicina asistencial».

El campo entre una y otra no es fácil de deslindar, empero. La medicina preventiva aparece tan sólo cuando está garantizada una asistencia mínima, cuando deja de ser problema prioritario la asistencia a la enfermedad. Mientras constituya un problema la falta de medios para atender una dolencia infantil o para curar a un accidentado, no se podrá pasar a la prevención.

«Aquí tocamos con la cuestión de la educación sanitaria de la población. En medicina preventiva es imprescindible la participación del ciudadano.

Dentro de los presupuestos para los programas del Servicio de Medicina Preventiva, que en 1981 ascienden a 718.660.000 pesetas, una partida importante va destinada a la formación sanitaria e higiénica de niños y adultos.

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