La tragedia de Irán
EL NUEVO Gobierno iraní ha respondido al secuestro de su lancha patrullera en aguas de Cádiz con nuevas acusaciones a la complicidad internacional: Francia, España, Marruecos serían, en este caso, los conspiradores que habrían favorecido no sólo un alto de piratería, sino un símbolo político: según el general Buhran Aryana -en el exilio, y el cerebro estratégico de la operación-, dirigido por el último primer ministro del sha, Chapur Bajtiar, la lancha Tabarzin va a convertirse en la sede del Gobierno iraní en el exilio. Un Gobierno al que opta él mismo, por una parte; Banisadr -que constituye en París un "Consejo Nacional de la Resistencia"-, por otra; el joven sha refugiado en Egipto pretende, a su vez, la cabeza de la resistencia, y aún quedan algunos personajes que esperan la caída- de Jomeini y su Gobierno para volver a Teherán. Algo demasiado fluido para que pueda concentrarse en el término contrarrevolución emitido por el Gobierno de Teherán, demasiado débil para representar una conjura internacional.Mientras articulaba esta respuesta política, el Gobierno dedicaba sus primeras reuniones al tema realmente esencial de su situación: la revuelta interior creciente. El resultado de esta reunión no podía ser más que uno: confiar su solución a la policía y a los tribunales. La policía detiene incesantemente, los tribunales fusilan sin tregua (él número de ejecuciones se calcula entre cuatrocientas y seiscientas desde la caída de Banisadr,_ hace dos meses). A veces se transmiten por televisión, para la ejemplaridad. O se retransmiten diálogos entre la madre de un condenado y su hijo, en el que aquélla le reprocha amargamente haberse apartado del camino de Dios y éste llora su arrepentimiento, lo cual, indudablemente, no le aparta de su destino: el paredón..
El nuevo Gobierno sólo tiene tres clérigos: los hoyatoleslam Bahonar, Mahdavi Kani y Mo Adikah. Son tres puestos clave: el primero es el propio primer ministro; el segundo, el del Interior, encargado de la represión -es el tercer Gobierno en el que mantiene este puesto-, y el tercero, el de Asuntos Islámicos, que por ser el guardián de la pureza de la religión, tiene a su cargo la censura de la Prensa nacional y extranjera. Otros catorce ministros son doctores o ingenieros: es la cara moderna del régimen, los encargados del rejuvenecimiento de la nación. Pero es evidente que ahora, como antes, el verdadero Gobierno de Irán está en manos de Jomeini y de sus clérigos, en Teherán como en la provincia. Y que la intransigencia no varía, como no varía el sistema de terrorismo de. Estado.
Algún miembro ilustrado de la oposición muyahidin -la más castigada por la represión y que conserva la máxima capacidad de ofensiva y de violencia- sostiene que el problema no está en el Corán ni en la fe chuta, mayoritaria en el país, sino en quienes son los encargados de interpretarla: los clérigos proceden de las familias más incultas del país, que dedican a la carrera eclesiástica, como último recurso, a los hijos menos favorecidos por la inteligencia, incapaces de ganarse su vida por medios normales. La revolución y el Gobierno del país habrían recaído, según esta opinión, en manos de los hijos tontos. Su actuación desde hace dos años podría confirmar este hiriente análisis. Pero es indudable que el fusilamiento diario de unas veinte personas por término medio podría ser considerada como un arma brutal y repulsiva, pero que puede acabar con la oposición, y no sólo con la armada, porque las normas del nuevo Gobierno incluyen en la pena de muerte a los sospechosos de ayuda o de simpatía a los rebeldes. La duda de la eficacia de este sistema está en saber si las ejecuciones sumarias son realmente selectivas; si castigan estrictamente a los guerrilleros o terroristas y no a inocentes elegidos por una policía torpe y sentenciados por tribunales ciegos y vengativos, mientras los auténticos enemigos del régimen se mantienen, y si esta forma sangrienta de represión está creando una oposición cada vez más extensa y unos familiares que buscan, a su vez, la venganza.
El hecho es que, a los dos meses de la caída de Banisadr y de la ejecución diaria, la oposición parece igualmente fuerte, y los actos subversivos de todas clases parecen multiplicarse. Actos subversivos que consisten principalmente en matar a las cabezas religiosas de la revolución, pero que tampoco van a acabar con la inmensa casta dominante. Parece que el país está metido en una dialéctica de sangre que no puede tener fin en ningún sentido, y que la tarea de doctores e ingenieros ministeriales para sacar adelante la economía y la estabilidad del país no va a poder funcionar en este ambiente de tragedia sin fin.
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