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Reportaje:500.000 madrileños invaden la sierra en verano / 1

Tres meses de explotar el turismo para subsistir todo un año

Una familia de clase media madrileña, habitantes del barrio de Delicias, pasará sus tres meses de vacaciones estivales en Navacerrada (el marido se ha incorporado desde principios de agosto; hasta entonces aprovechaba los fines de semana solamente). A las seis de la tarde del jueves 6 de agosto, el matrimonio y sus dos hijos pequeños están sentados en una terraza de la plaza del pueblo, cerca del Ayuntamiento. Son veraneantes, indiscutiblemente, y lo demuestran los pantalones cortos, deportivos, del hombre; el traje vaporoso y ligeramente trasparente de la mujer, y una leve expresión de regocijo y satisfacción en los rostros de todos. Esperan que pasen definitivamente las horas más calurosas de la tarde antes de emprender un tranquilo paseo que el crío más pequeño aprovechará para que le compren una moto de juguete, y se muestran un tanto sorprendidos -más que nada por lo obvio de la respuesta- cuando se les pregunta qué encuentran de gratificante en esta zona de la sierra.El matrimonio Medina prefiere no citar, si no es necesario, sus nombres de pila, y contesta rápidamente que el buen tiempo, los agradables paseos al atardecer, las veladas en la terraza de su piso, -en la urbanización Mata del Rosal-, los baños en la piscina o en los ríos cercanos, las pocas molestias que dan los niños, el disponer de tiempo libre para todo y, en fin, la ruptura de los hábitos cotidianos y pesados de la vida en Madrid.

Echando un vistazo alrededor se percibe a simple vista los motivos particulares de otros veraneantes: desde exhibir la moto (mucho por las calles del pueblo y poco en la relativa soledad del monte) hasta hacer nuevas amistades o lo que caiga, gozar de una cierta permisividad que permite a las quinceañeras lucir vestidos y prendas que tal vez en Madrid fueran un poco llamativas y tratar de procurarse, cada uno según sus medios y aficiones, las mínimas dosis de aventura que se exigen de cualquier cambio de ambiente. Algo tan sencillo como conocer gente nueva permite rememorar y contar viejas historias queridas que los amigos habituales ya se conocen al dedillo y es indudable que muchas nuevas amistades continuadas luego en Madrid han nacido de la coincidencia de alquilar pisos o apartamentos contiguos.

El turismo manda

Los inconvenientes que fastidian -un poco, tampoco hay que exagerar- a la familia Medina son también, con toda seguridad, los comunes a la gran mayoría de sus congéneres veraneantes. Que si los precios están más caros que en Madrid (los mercados municipales y supermercados de San Lorenzo de El Escorial, junto con el de Aranjuez, están considerados como los más caros de la provincia), el que por la tarde te puedan cortar el agua y privarte de la ducha, la insuficiente asistencia sanitaria y el miedo consiguiente a que uno de los niños caiga enfermo por cualquier guatrería de las que comen y a las que son casi adictos. En resumen, "aquí se está muy bien. Creo que la gente del pueblo se aprovecha un poco de nosotros, pero la verdad es que es normal que en verano te claven algo en cada cosa. Mucho peor están en las playas".

De la misma opinión son los comerciantes. María Teresa Adrados, propietaria de una bien montada galería de alimentación situada en la plaza del Generalísimo, afirmó tajantemente: "Sin veraneantes, Navacerrada no sería nada", y a continuación elimina de un plumazo las posibles pegas insinuadas por el periodista: En el pueblo no hay problemas de agua, al contrario que en Guadarrama, porque el abastecimiento viene de embalses distintos; sólo hay dos médicos, que son extraordinarios, y los robos en chalés y pisos se dan precisamente fuera de la temporada veraniega y no ahora, que la gente ocupa las casas.

Un segundo comerciante, panadero en este caso, argumenta como dato indiscutible para probar el bien que los veraneantes hacen al pueblo el hecho de que él vende el doble durante la temporada que fuera de ella. Hay algunas personas que son "un poco cursis", que van por la calle con pretensiones un poco fuera de lugar, pero, al final, tampoco esto es motivo suficiente para desear que el turismo decrezca. Todas las personas consultadas afirman que, por lo general, los madrileños son buenas personas que se comportan bien, no arman demasiado jaleo y a muchos de ellos les conocen después de años de veranear en el pueblo y les agrada verles de nuevo este año.

La vida, pues, transcurre plácidamente en Navacerrada y en todos los pueblos de la sierra. Al menos en lo que respecta a la gran mayoría de la población. Tampoco se puede olvidar que la gente sufre la crisis económica, que la largueza a la hora de gastarse miles de pesetas en tomar copas una noche ha desaparecido bastante, que la construcción ya no es lo que era y muchas familias de los pueblos pasan por un período de estrecheces al que no se ve claramente el final, que los camareros trabajan mucho y ganan poco, que muchas tierras de pastos han desaparecido para dar cobijo a urbanizaciones monstruosas y, como denuncian los grupos de ecologistas, el deterioro en el arco de la sierra que va de Galapagar a Miraflores es prácticamente irreversible. Lo que parece claro es que esa mayoría ha optado por una economía basada en el turismo y que actualmente lo que se contempla con preocupación es casi exclusivamente que el fenómeno camine a su desaparición, cosa muy improbable, por otra parte.

Dificultades municipales

Para los Ayuntamientos, la cuestión presenta matices diferentes (entre otras cosas, las vacaciones de los madrileños suponen para los funcionarios y autorídades municipales la época de mayor trabajo), aunque representan fielmente el sentir de la mayoría de sus ciudadanos, lo que se advierte cuando, después de una larga retahíla de los esfuerzos que para el Ayuntamiento supone atender a la masa de vecinos ocasionales, el alcalde de cualquier localidad, la de Collado Villalba en este caso, apostilla: "Para Villalba, cuanta más gente venga, mejor".

Collado Villalba cuenta con unos 20.000 habitantes en invierno y 80.000 en verano. Su fácil comunicación con la autopista de La Coruña y el buen servicio del ferrocarril la han convertido en uno de los pueblos que atrae a mayor número de madrileños. Está claramente dividido en dos zonas: el casco tradicional, que se conserva bastante bien, y el barrio de la estación, verdadera aglomeración de bloques, chalés más alejados, tiendas de todo tipo, cafeterías, discotecas y con un tráfico tan congestionado que ha obligado al Ayuntamiento a implantar la zona azul para limitar el tiempo de aparcamiento.

El cruce de la carretera de Galapagar con la de Navacerrada origina diariamente fuertes atascos que, sin ser tampoco demasidado importantes, acaban definitivamente con la poca imagen de barrio de pueblo serrano que pudiera mantener. Esta circunstancia ha obligado al Ayuntamiento a un importante proyecto de construcción de puentes que salven el río y unan las dos partes del pueblo y las carreteras comarcales sin necesidad de utilizar la calle principal, larga y estrecha, en la que los automóviles invaden las aceras y cualquier espacio disponible. En febrero,los policías municipales pusieron 363 multas de tráfico. En julio, el número aumentó a 1.207.

Protección ciudadana

Para proteger la integridad fisiea y los bienes de los veranenates, el Ayuntamiento ha montado un servicio de vigilancia nocturna a cargo,también de la policía municipal. La ronda comienza a las diez de la noche y termina a las seis de la mañana del día siguiente. El Ayuntamiento de Madrid envió el año pasado, como a otros muchos pueblos, cinco de sus agentes para reforzar los servicios. Los policías municipales cuidan de que el orden reine en las calles por las noches, que no se cometan robos o que pandillas de jóvenes, algunos de ellos peligrosos, invadan pisos vacíos o pisos pilotos, como ha sucedido en el del Parque de Cataluña, y los destrocen después de utilizarlos para sus juergas.

En cada capítulo de la actividad municipal, el fenómeno turístico ha obligado a la corporación a realizar inversiones en obras de infraestructura que fuera de la temporada son casi un despilfarro. Los nuevos colectores de recogida de aguas residuales se han proyectado para una población cuatro veces superior a la del pueblo, y lo mismo ocurre con las obras del matadero municipal. El servicio de recogida de basuras le sale al Ayuntamiento por casi treinta millones de pesetas, de los que sólo se colDran recibos por valor de unos dieciocho.

Hay otro tipo de obras que por su alto coste sólo pueden ser financiadas por organismos con mayor número de recursos, como puedan ser la Diputación Provincial o los diferentes ministerios. Tal ocurre con las depuradoras de aguas residuales, absolutamente necesarias en una zona en que, entre el volumen de población y la importante cabaña ganadera existente, los ríos y embalses sufren un alto grado de contaminación, que se agrava precisamente en verano porque, además, los pantanos tienen menos caudal recogido.

Según las conclusiones de Julio López, el alcalde socialista de Villalba, Ios veraneantes originan gastos y quebraderos de cabeza continuos al Ayuntamiento (los vecinos de una urbanización pidieron hace poco que se cambiara el itinerario Vel camión de recogida de basuras porque les molestaba el ruido), mientras que los beneficios económicos van a parar directamente a los habitantes del pueblo, que tienen comercios, tiendas de alimentación, talleres de reparación, etcétera, pero eso no significa que nos quejemos. Villalba vive del turismo y a nosotros nos interesa que esto continúe como está".

Eso en cuanto a los Ayuntamientos con un presupuesto más o menos decente (la característica común a todos los presupuestos es que nunca son suficientes para lo que se necesita hacer). Un pueblo como Moralzarzal, que apenas cuenta con 1.500 habitantes de derecho y tiene que sufragar las necesidades de 12.000 veraneantes, se encuentra con problemas casi irresolubles. Por ejemplo, el único médico que se ocupa de la asistencia sanitaria, el doctor José Abril, ve limitada casi su función durante el verano a extender recetas de la Seguridad Social para los cientos de madrileños que no pueden suspender el tratamiento de sus respectivas dolencias, muchos de los cuales son ya personas de edad madura. En su vieja clínica rural no cuenta con material adecuado que cubra los riesgos de cualquier urgencia y, teniendo en cuenta que muchas de las urbanizaciones están alejadas del casco urbano, se pasa las tardes, y hasta bien entrada la noche, visitando enfermos.

Es muy frecuente, además, que el veraneante que se ve obligado a esperar dos horas en la consulta de las mañanas se impaciente y eche pestes de los médicos y de la Sanidad en general. Para José Abril, la Seguridad Social debía saber ya que cada verano acuden a la sierra miles de veraneantes y prever que esa masa de gente debería ir acompañada de las correspondientes transferencias de personal y material sanitario, hasta llegar al menos a la proporción de un médico por cada mil personas. Porque el consultorio de Moralzarzal es propiedad y competencia del Ayuntamiento, y él, realmente, es el médico de los habitantes del pueblo y no de los turistas, aunque evidentemente no se va a negar a atender a nadie.

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