_
_
_
_

El National Theatre, de Londres, conmemora el tercer centenario de la muerte de Calderón

La crítica acoge favorablemente la primera representación británica de "El alcalde de Zalamea"

Andrés Ortega

La versión inglesa, estrenada en el National Theatre de Londres, de El alcalde de Zalamea, de Pedro Calderón de la Barca, ha recibido una buena acogida por parte de la crítica y el público británicos, y se espera que sirva para empujar al teatro español en el Reino Unido. La producción peca de algunos fallos, pero la gran interpretación del personaje de Pedro Crespo por Michael Bryant viene, hasta cierto punto, a compensarlos.

La obra, estrenada el miércoles y representada por primera vez en Londres coincidiendo con el tercer centenario de la muerte del autor, ha sido dirigida por Michael Bodanov, personaje polémico por su montaje de The romans in Britain (Los romanos en Gran Bretaña). La versión inglesa de El alcalde de Zalamea ha estado a cargo de Adrian Mitchell, quien, a pesar de no saber castellano, ha logrado, con un gran esfuerzo, mantener en algunas partes la forma de versos octosilábicos. Por momentos extraña, sin embargo, la mezcla de expresiones y argot actuales con un lenguaje inglés clásico.El escenario blanco, sin ningún decorado, viene a reforzar el carácter dramático de este texto, que se ve, no obstante, mermado por la exageración hasta el ridículo de las escenas más cómicas. Con ello, el público tiende a despistarse, no sabiendo si reír o estar serio y poco habituado a este tipo de teatro, que por momentos achaca al humor negro español.

En el clímax del monólogo de Isabel, cuando está relatando a su padre, maniatado, su violación por el capitán don Alvaro de Atalde, el director reproduce en mimo al fondo del escenario la violenta escena, dando cierto realce visual a un texto difícil. Este pronóstico se ve frustrado cuando, en el momento de más tensión teatral, aparecen muy inoportunamente unos ruidosos espadachines, hacia los que se desvía la atención de los espectadores.

En la obra, juzgada por los británicos, aparece claramente el enfrentamiento entre una justicia civil o personal y una justicia militar, que resuelve el rey con su intervención directa. En este conflicto algunos críticos han leído una reproducción de la España contemporánea. Este público tampoco está habituado a los temas del honor y de la virginidad, pero la excelente labor de Michael Bryant en el papel de Pedro Crespo llega a convencer a toda la audiencia de la intensidad de sus emociones y valores. Bryant se ve muy decentemente apoyado por Daniel Massey, en un capitán Alvaro de Atalde tremendamente británico y un don Lope de Figueroa (Basil Henson) que maneja con maestría los diálogos con Crespo. Salvo en su monólogo, Leslee Udwin deja algo que desear en su papel de Isabel.

La música, a ratos de flamenco con castañuelas, queda fuera de lugar en una Extremadura del siglo XVI. Antihistórica es también la aparición al son de las trompetas de un Felipe II en unos atuendos más dignos de un Valois que de un Habsburge. La España turística y sus referencias a la paella asoman en esta obra, de la que la crítica británica no tiene punto de referencia. Como teatro, es un buen montaje. Como Calderón, se puede dudar.

En cualquier caso, la producción del National Theatre ayudará a introducir el teatro español en el Reino Unido, conocido tan sólo a través de producciones radiofónicas en la BBC de obras de Lope de Vega, Casona, Buero Vallejo y Alfonso Sastre. Nuria Espert presentó hace tiempo Divinas palabras, de Valle IncLin, y Yerina, de García Lorca, en versión original.

Como señaló a EL PAIS Trader Faulkner, asesordel National Theatre para esta nueva producción, resultó difícil convencer a los encargados de este teatro de montar la obra de Calderón. El tercer centenario era, sin embargo una buena ocasión para contrarrestar esta carencia española en el rico mundo del teatro británico. Hay una cierta predisposición en contra del teatro español, que se considera alelado de la realidad inglesa.

Los orígenes de este sentimiento, según Faulkner, se remontan a la época de la reforma y la animadversión contra todo lo católico. Prueba de ello es que aquí se montan obras escandinavas o suecas, que también resultan alejadas para el público británico. Cuando en 1966 se le pidió a John Osborne una versión inglesa de La panza satisfecha, de Lope de Vega, rechazó la eferta alegando que la obra tenía «una trama absurda, algunos personajes ridículos y un humor muy pesado».

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_