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El enemigo principal

Fernando Savater

¿La OTAN? Bueno, puede no gustarle demasiado a usted la política de bloques, se nos dice; pero el hecho es que ahí está y hay que elegir. Dígame: ¿cuál es nuestro enemigo principal? Es preciso decidirse. Ante esta perentoria exigencia, uno realmente tiene motivos para vacilar en la respuesta, pero no para rechazar la pregunta. Porque, en efecto, de situar a nuestro enemigo principal se trata, y en ello nos va la posibilidad de una política exterior, si no independiente -sería pedir demasiado-, al menos propia. Hay que reconocer que la ízquierda, sobre todo la más «dura», ha tenido siempre una benevolencia extrema a la hora de juzgar a los totalitarismos populistas del llamado «socialismo real»; el espíritu de la Auténtica Revolución ha revoloteado de una dictadura a otra -parando ayer sobre Rusia, hoy sobre Albania o China, mañana sobre Cuba, etcétera-, e incluso después de haberse retirado a algún lejano palomar a curarse los perdigonazos históricos recibidos, el aroma esperanzado de su vuelo todavía llega del Este a la nariz nostálgica de más de uno. No hay mejor ni más eficaz propaganda a favor de la OTAN que escuchar a algunos anti-OTAN declararse partidarios de la intervención soviética en Afganistán o excusar la ocupación de Checoslovaquia o Hungría por aquello de que el socialismo tiene que defenderse. Otros no llegan a tanto, pero consideran que se trata de males exclusivamente políticos, superestructurales, que no deben hacer olvidar las mejoras sociales obtenidas mediante, la aplicación del marxismo traumático. Es admirable que a estas alturas del curso y ya en el repaso haya quien ignore que (por ejemplo) en la Unión Soviética la brutalidad política no ha sido ni es más que una derivación frenética de la ineptitud en la organización social, triste resultado en el que sí se cumple al fin la teoría marxista que de labios afuera predican con obtuso énfasis susloves y breznefes.Luego, concluye cierta lógica, sólo nos queda el otro campo. El del capitalismo belicoso y paranoico, dispuesto a llamar «crisis» a su inviabilidad crónica y a paliarla volviendo con cualquier pretexto a una economía de guerra; el de la dictadura del Politburó bancario-industrial sobre los políticos, reducidos a simples mamporreros de las finanzas; el del neoliberalismo explotador dispuesto a perpetuar la sociedad del paro con tal de no abandonar su concepción productivista y acumulativa del trabajo, fuera de cuyos beneficios no quiere nada, ni imagina nada, ni añora nada. El campo del ajado vaquero Reagan, dispuesto a transformar el tópico papel americano de «gendarme del mundo» por el de matón, retrógrado en política social, agresivamente fosilizado en ideas y costumbres, despiadado en la aplicación feroz de la lógica plutocrática. El campo que hipócrita e interesadamente confunde «diferencia» con «desigualdad» y deja suponer que «sociedad abierta» equivale a la guerra de gangs del mercado libre. Este es el mundo maravilloso del patibulario Haig, que considera «asunto interno» un golpe de derechas en España y «un atentado a la seguridad occidental» cuatro ministros comunistas en Francia; que decide reanudar la ayuda americana a las espeluznantes dictaduras del Cono Sur por sus «espectaculares avances en materia de derechos humanos» y está dispuesto a impedir manu militari que los pueblos de Centroamérica se emancipen de los seculares negreros que los tiranizan.

Por lo visto, según cierta lógica, hay que elegir entre unos y otros. Ambos bloques han elevado las posibilidades de destrucción hasta cotas increíbles y siguen invirtiendo la mayor parte de sus recursos en armamento, por lo que ni industrial ni económicamente va a serles fácil pacificarse; ambos bloques han refinado al máximo de sofisticación sus servicios secretos y las posibilidades de control (legal o ilegal, si es que la distinción aún tiene sentido) sobre la vida cotidiana de sus súbditos... o de los súbditos de sus áreas de influencia. Ambos están dispuestos a intervenir e intervienen frecuentemente en la política interna de aquellos países que pretenden independizarse de su férula. Pero, a pesar de todo, hay que elegir, se nos dice, sin respetar el viejo consejo de que «entre dos males inevitables, no hay que elegir ninguno». Y en casos como el de España, se elige por nosotros. Se niega así la posibilidad de que haya una alternativa política a las diversas formas de crimen organizado, alternativa que -por razones históricas y geopolíticas- no parece fácil que surja fuera de Europa y, aún más, de ciertos países de Europa, pero en la que también están vitalmente interesados numerosos americanos, rusos, chinos, cubanos, etcétera. Esta alternativa negada pretende buscar una superación efectiva de la compraventa cruel del trabajo y del productivismo irracional que no resuelve el paro, sino que lo aumenta; aplicaciones de la tecnología más flexibles, orientadas a la creatividad personal y a la supresión de esfuerzo innecesario, no al aumento de rendimiento; nuevas experiencias en el reconocimiento práctico de las identidades nacionales absorbidas coactivarnente por el mecanismo estatal, en la autogestión directa de las comunidades menores o fraccionadas por sus miembros, en la reconstrucción y defensa del entorno ecológico; paulatina abolición y, en todo caso, directo e informado control por parte de los ciudadanos de todas las formas de encierro punitivo o curativo, junto con una redefinición incluso jurídica de la noción de «normalidad» y «delito»; desmilitarización gradual de las comunidades y reforma de los cuerpos policiales, con especial vigilancia sobre su autonomía y sobre su «secreto»... ¿Todo esto es un sueño? Seamos claros: todo esto es el contenido de las luchas de las últimas décadas por una profundización real de la democracia. Lo que es preciso «salvar» o «defender» en nuestro país o en Europa es esto y no los estigmas de Reagan o Breznev que pueda haber entre nosotros: al contrario, dichos estigmas amenazan todo lo que merece ser rescatado o defendido. Si nada de esto puede sobrevivir, tanto nos da caer en manos de unos corno de otros; si algo o todo esto es posible, hay que defenderlo contra los unos y contra los otros.

Varios países luchan en la actualidad por realizar algunos de estos valores alternativos. Los hay que pertenecen al Pacto de Varsovia (el caso ambiguo y esforzado de Polonia) y los hay que forman parte de la OTAN (Francia), pero lo seguro es que estos países llevan a cabo su esfuerzo emancipador a despecho y contra el bloque a que están adscritos. En nada les ayuda su alianza con un bloque hegemónico, sino que precisamente forma parte de sus problemas. El caso de la Francia socialista es el que más nos interesa a los españoles. Y nos interesa por cosas tan sIgnificativas como la negativa a conceder la extradición a los vascos acusados de actividades políticas violentas, actitud que tantas hipócritas condenas ha levantado en medios españoles. Mientras se diga que los jóvenes masacrados en Almería perdieron sus brazos y piernas al agitarse entre las llamas y se comieron las balas encontradas dentro de ellos con fundiéndolas con altramuces, mientras sea oficial que Arregui no sufrió torturas, sino que murió de bronconeumonía atípica, mientras Ynestrillas sólo quisiera preparar un golpe fascista, pero no lo preparase efectivamente, mientras los asesinos de Yolanda González y los de la bomba a El Papus vuelen libremente, mientras los guardias civiles que asaltaron el Congreso de los Diputados no tengan por qué ser procesados, mientras Herrera de la Mancha siga siendo un establecimiento penitenciario modelo, mientras un capitán general en ofrenda apostólica pueda hacer un discurso abiertamente político mientras que ningún político puede hablar abiertamente del tema militar.... es fundamental para nuestra libertad. que Francia se niegue a esas extradiciones, paliando así en cierta medida la vergonzosa actuación que Gobiernos anteriores franceses (anteriores, no se olvide) tuvieron en casos como el de Croissant et alii. ¿Injerencia en asuntos internos por móviles oportunistas? En política cuentan los hechos y no los móviles: se trata de una injerencia tan de agradecer como la de México o Suecia con motivo de las ejecuciones de 1975 y tan deseable como la que quisiéramos que hubiera entre todos los países democráticos si mañana triunfase un 23 de Tejero. Gracias, pues, desde aquí al Ministerio del Interior francés por no decepcionar la esperanza con que muchos demócratas españoles (hablo a título de simple particular y por eso sé que son muchos) contemplan el cambio de timón en nuestro afortunado país vecino.

¿Quién es, entonces, el enemigo principal? Llamémosle, si quieren, lógica militar; se trata de la tentación de sustituir las razones políticas por el peso del redoble guerrero. Este maniqueísmo uniformado (que no es patrimonio exclusivo ni prioritario de militares de carrera, eso por descontado) no entiende más que un tipo de razonamiento: ellos o nosotros, prietas las filas, quien no está conmigo está contra mí, hay que armarse y conspirar puesto que ellos conspiran y se arman, el que duda es un mal patriota, el que razona puede llegar a ser un traidor, Dios (o el pueblo) lo quiere, no es momento de coqueteos, primero triunfar del todo y luego barreremos la casa, estamos cercados, ellos no nos perdonarían, no podemos permitirnos el lujo de cederles peones, nada puede hacerse, pues es inevitable que las cosas sean así, etcétera. Todo lo que suponga favorecer esta lógica -de la que brotan la OTAN, el Pacto de Varsovia, el terrorismo, la política de bloques, etcétera- es burlarse de las posibilidades de regeneración política del presente. Hacerlo además sin consultar al país y de forma netamente autoritaria, tal como vamos a ser subidos en el carro de la OTAN, es un delito -otro- de lesa democracia. Y el asunto es grave, pues «no es una bagatela que el hombre sea tratado como una bagatela por sus amos, que, por un lado, lo agobian bestialmente como simple instrumento de sus objetivos, y por otro, en las querellas de unos con otros, vuelven a ponerle en pie para conducirle al matadero». La cita no es de Marx ni de Bakunin, descuiden ustedes, sino de un ilustrado de hace doscientos años llamado Manuel Kant.

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