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Rabindranath Tagore: como las nieves de antaño

Lo mismo que en la balada de Villón podemos preguntarnos hoy: ¿recibió Tagore en 1913 el Premio Nobel? ¿Fue el celebrado poeta que recorría el mundo, festejado por los mejores, llevando un mensaje orientalista de misticismo y concordia? ¿Hizo sólo cuarenta añós ayer desde que aquel famoso descendiera al río oscuro del que no se retorna? «Así todo se lo lleva el viento ... »Y, sin embargo, Rabindranath Tagore, el poeta bengalí que renovó la poesía de su país, y que al autotraducirse al inglés en 1912 -era el libro titulado Gitanjali (Ofertorios)- encandiló y fascinó al ya célebre W. B. Yeats, fue uno de los primeros introductores en Occidente de un orientalismo, llamémoslo profundo frente a la moda oriental exotista que habían creado el modernismo y la estética fin de siglo...

El puso de moda en toda Eutopa y América, sobre todo en los años veinte, ese misticismo hindú tan materialista, mezcla de los upanishads y del budismo, que tenga de continuo lo panteísta, y que adorna además el verso de sensualidad y música. Poeta iluminado y pedagogo, Tagore influyó en el pensamiento de Hermann Hesse, por ejemplo, y es de alguna manera el precursor de la fascinación por el yoga que arrastró a los hippies californianos y a su descendencia a partir de los años sesenta... .

En España, Tagore fue dado muy pronto a conocer por las versiones que de él hicieron Juan Ramón Jiménez y su esposa, Zenobia, compenetrados cada vez más con la propia esencia mística del indio. No son pocos los que al leer alguno de los libros de Tagore traducidos por Juan Ramón -El jardinero, digamos por caso- tan juanramonianos en el decir y en la esencia, han pensado que era el propio poeta de Moguer el que se los inventaba, casi como si de un heterónimo se tratase. Rabindranath fue acogido en olor de multitud y santidad en todos los cenáculos cultos y snobs del Occidente, y sus poemas se leían, hasta bien entrados los años treinta, como buscando el satori, la iluminación zenista. (Un buen ejemplo de cuanto digo, entre nosotros, es el libro que le dedicó la cosmopolita y liviana Victoria Ocampo -tan gran dama de 1 cultura- titulado Tagore en las barrancas de San Isidro, y que se publicó en Buenos Aires, hace ahora veinte años).

Juan Ramón, Yeats, Hesse, el último Berson, en todos ellos hay algo de Tagore, agasajado pacifista con barbas blancas y Premio Nobel; sin embargo -ya dije-, de aquelviajero y famoso entre honores queda hoy poco más que de otro coetáneo suyo, celebradísimo también, y también un algo oriental, el conde Hermann de Keyserling... (y los versos de Villón vuelven de nuevo a la memoria). Pero hay que, preguntarse: ¿por qué el actual auge de pacifistas y ecologistas no reivindica a Tagore, que fue su precursor y maestro? Y aún: ¿por qué la última oleada orientalista, que partió de la California contracultural en las manos de Alan Watts y la música de Ravi Shankar, y que,aún continúa, no vindicó ni tornó a la moda a Tagore?

La historia de la fama, ya sabemos, está constituida por fallas y quebradas. Y tal vez a Tagore -muerto en su Bengala nativa, en agosto de 1941 le perjudicó hasta hoy el haber sido demasiado famoso años antes, incluso el haberse dejado celebrar mucho por los poderosos y los cosmopolitas que soñaban con viajar, mentalmente, a la India. Casi seguro. Pero que Rabindranath Tagore es un poeta muy notable lo demuestran sus versos, y aunque le falte al personaje esa pizca de inquietud y de misterio que tanto estimamos hoy, en él está, sin duda, uno de los inicios del mejor orientalismo de nuestra cultura. «Olvida los cánticos y el rezo del rosario... Pues El está allí donde el labrador ara lá dura tierra y el cantero rompe las piedras duras». ¿No rezan hoy así muchosjóvenes? ¿No es esa, hoy, una iluminación cotidiana?

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