El rayo que no cayó
Toda la tarde viendo pegar tumbos a unos extraños ovejos en carnaval, disfrazados de toro. Toda la tarde viendo pegar derechazos y naturales, para colmo de los malos. Toda la tarde, en fin, deseando que cayera un rayo divino y les chamuscara la muleta a los toreros. Pero el rayo no cayó. Hay claros indicios de que Jesús no va a los toros, a lo mejor porque son a la hora del cine clasificado «S» y del pub, donde tiene más tarea.Por la noche, actuaban Las Brujas, unas chicas toreras que salen en minishort, y ese era más argumentado y atractivo espectáculo, al que seguramente asistiría Dios, para evitar desmanes.
Pero los desmanes verdaderos se producen a las cinco de la tarde (hora solar). La tunantería taurina arrumba donde menos se la espera y regatea mejor que Molowny todos los reglamentos y todos los empeños de la autoridad para hacerlos cumplir.
Plaza de Valencia
Treinta de julio. Séptima corrida de feria. Cinco toros de Salvador Domecq y tercero sobrero de Terrubias, desiguales de trapío, sospechosos de pitones, flojos y aborregados; con casi todos se simuló la suerte de varas. Galloso: dos pinchazos y bajonazo (algunos pitos). Pinchazo, metisaca y bajonazo (palmas y saludos). Emilio Muñoz: estocada delantera caída, de la que sale volteado sin consecuencias (vuelta). Tres pinchazos bajos y descabello (silencio). Tomás Campuzano: pinchazo y estocada baja (silencio). Estocada caída (oreja).
Claro que aún está por ver cuáles son esos empeños. No hay espectáculo en este país donde la autoridad tenga tantas atribuciones y tantas posibilidades de severa sanción como en los toros, y sin embargo es precisamente en los toros donde todo va manga por hombro.
El árbitro de la lidia es un jefe superior de Policía, que interviene ya en las tareas preparatorias de la corrida. Los gobernadores civiles, que tienen prerrogativas para meter mano a los infractores, suelen ocupar un burladero en los festejos de feria -el de Valencia no es excepción- y desde allí pueden ver de cerca lo que pasa. Y lo que pasa, pasa todo delante de sus narices.
Aunque posiblemente ocupen un burladero sólo para que les brinden, en cuyo caso ya se puede imaginar como irá todo de ahí para abajo. Y de esta manera ocurre que los toros salen con un tufo a aftershave que llega hasta la andanada, se caen, las suertes de varas son un simulacro, el segundo tercio ni se sabe para qué sirve y en el último los toreros se ponen a pegar derechazos y naturales como locos. Aquí, de tres partes del espectáculo roban dos (la otra es un timo).
Hemos de reconocer, no obstante, que a veces hay variedad. Por ejemplo, ayer en Valencia, Galloso, Emilio Muñoz y Campuzano se preocuparon de que sus faenas fueran distintas entre sí. De esta forma, Galloso empezó las suyas por naturales, siguió por derechazos y acabó por naturales; Emilio Muñoz empezó por derechazos, siguió por naturales y acabó por derechazos y Campuzano empezó por derechazos, siguió por derechazos y acabó por naturales. Aún tenía cabida un cuarto espada, que podría haber empezado por naturales, seguir por naturales y acabar por derechazos. Como puede apreciarse, lo malo habría sido que, ponemos por caso, los tres empezaran por naturales, siguieran por derechazos y acabaran por naturales.
Les salieron feos los derechazos y los naturales, quizá porque los toros parecían ovejas, como hemos dicho, y no era adecuado torearlos, sino pastorearlos. Un pastor necesitaba esta corrida de la feria de Valencia. Desde luego, un pastoreo fino, en lugar de los pases referidos, y una esquilada en lugar de los pinchazos y los bajonazos, habrían dado mayor emoción y espectacularidad a la fiesta.
El único toro que embestía como toro, a pesar de sus limitaciones de fuerza, fue el sexto, y Campuzano, para variar, le recetó una generosa mano de derechazos y naturales, culminada con cuatro manoletinas. Menos mal.
Coda. Esto no es una feria, que es una verbena, y la gente no va. La gente iría als bous, pero para ver ovelles, prefiere el campo, como es de razón. Así que, adiós.
Rectificación: En la ficha de la sexta corrida de feria, celebrada el pasado miércoles, se consignó que Dámaso González había cortado dos orejas -con petición de rabo en su primer toro. En realidad, su peón cortó esas dos orejas, pero la presidencia sólo había concedido una, como la propia autoridad aclaró después. La confusión entre el público se produjo porque el presidente enseñó el pañuelo y no lo retiró, lo cual dio a entender a muchos (entre otros al avispado peón), que había otorgado las dos orejas.
Babelia
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