_
_
_
_
RELIGION

Juan Pablo II, marcado por la grave enfermedad, habló a los congresistas de Lourdes

Juan Arias

Ayer tarde, por primera vez después de su recaída del 20 de junio, Juan Pablo II apareció ante las pantallas de televisión para leer un largo discurso a los participantes del 42º Congreso Eucarístico Internacional, que se está celebrando en Lourdes. El discurso había sido grabado, el sábado, en una de las habitaciones que el Papa tiene a su disposición en el policlínico Gemelli, donde está hospitalizado. Fue transmitido ayer, a las cuatro de la tarde, por Eurovisión, a la hora exacta en la que Juan Pablo II hubiera llegado a Lourdes de no haberse producido el atentado.

Fue un discurso leído detrás de un escritorio. Un pequeño altar con la virgen de Lourdes y rosas rojas y unas macetas adornaban la habitación. Sobre su cabeza, un precioso crucifijo moderno. Sólo la voz del Papa, que leía en francés, era firme y segura como en sus mejores tiempos. Sus manos estaban visiblemente temblorosas. Cuando se daba cuenta que los folios le temblaban procuraba apoyarlos sobre la mesa. Era la imagen de un Papa muy envejecido, con los ojos hundidos, que sólo una vez dirigió a las cámaras. Como un triste recuerdo del atentado estaba allí su índice de la mano izquierda, rígido y enfundado en una especie de dedal sanitario. Cuando cerraba la mano, el dedo se le quedaba como señalando a los telespectadores. Cuando se daba cuenta lo cubría con los folios del discurso que estaba leyendo. Evidentemente, no ignoraba el Papa que ayer, en todo el mundo, millones de espectadores iban a estar allí, ante el televisor, observando cada uno de sus gestos reveladores de la verdad de su estado de salud. Cuando se levantó para dar la bendición, después de tres cuartos de hora de lectura, tuvo que apoyarse con las manos en la mesa porque su cuerpo se tambaleaba. Volvió a sentarse para leer un último mensaje a los enfermos. Al final, volvió a dar la bendición, pero esta vez sentado, sin levantarse.Su discurso fue una reflexión profunda sobre la eucaristía, recalcando la tesis tradicional de que «la misa y la cruz son un sol y único sacrificio», que el «sacrificio de la cruz es decisivo para el futuro de la humanidad» y que el ministerio sacral de los sacerdotes es «indispensable e insustituible para unir válidamente la consagración eucarística al sacrificio de la cruz y a la cena». Dijo el Papa que «el mundo nuevo» que está naciendo, y del que podemos observar los signos en la participación, en la hospitalidad, en la comunidad ideal, en la generosidad, en la unidad de la fe y en el fervor de la caridad, «no tiene ningún otro fundamento fuera de Jesucristo, el Hijo del Padre héchose por amor nuestro hermano de humanidad».

Recordó que en aquel lugar de Lourdes, la Virgen María «se hizo presente a los ojos de Bernardette como cercana a los hombres, a su necesidad de conversión y a su sed de felicidad plena».

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_