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Reportaje:Irán, hacia la islamización del mundo / 1

El clero chiita, solo ante las elecciones presidenciales

"Comprender Irán es un sueño". Esta frase de un periodista occidental resume una parte de las dificultades con las que se tropieza a la hora de descifrar la situación iraní. El rasgo fundamental hoy es la eliminación o la autoexclusión de la escena oficial de todas las fuerzas políticas laicas que hicieron la revolución en Irán, a excepción del clero y su partido, el Partido de la República Islámica. El proceso de clericalización del poder que hoy vive el país ha sido imparable y complejo, aunque no tanto como la historia de Irán, frontera viva de las dos superpotencias y cuna de la primera revolución islámica de nuestro tiempo.Con 36 millones de habitantes y una extensión tres veces superior a la de España, Irán está poblado mayoritariamente por persas arios, pero en su territorio conviven etnias tan distintas como los kurdos, los baluchis, los árabes del Juzestán y los nómadas de las tribus Lor, dueñas del desierto más inhóspito del mundo, el de Dasht e Khevir.

Cada una de estas comunidades mantiene sus litigios, heredados de la etapa imperial, con el poder central que reside en Teherán y en Qom, la capital islámica del país. Sometido a un proceso de urbanización acelerado e irracional por el difunto sha, son los descendientes de los antiguos nómadas, desarraigados a la fuerza, los que componen los estratos más bajos de la población de las ciudades, los mostazafin, la base social de la revolución.

Con una infraestructura industrial no desarrollada más que en el sector petrolero, Irán posee una economía de bazar, capitalista, y la estructura de la propiedad continúa vinculada en el campo a la distribución del agua, cuyo reparto se sigue midiendo en minutos de flujo de los manantiales subterráneos. Rico en cereales, Irán podría ser uno de los escasos países del mundo no desarrollado con autosuficiencia alimentaría.

Más de 2.000 kilómetros de frontera separan por el Norte la URSS de Irán, que posee también anchos límites con Afganistán y Pakistán por el Este, y con Irak y Turquía al Oeste y al Norte. Todo el Sur es el Pérsico, cuya llave la tiene Irán en Ormuz, la estrecha garganta por la que cruza casi todo el petróleo del Golfo que abastece a Occidente. El Juzestán, el área sureña litigada ahora por Irak en la guerra, flota sobre petróleo, al igual que el irreductible Kurdistán, que mantiene también su irredentismo frente a los Gobiernos de Bagdad, Damasco y Ankara. El régimen de los Pahlevi, autocrático, intentó occidentalizar sin ningún tino el país, mediante el ukase y la represión. La revolución nacionalista de Mossadeq en 1953, que nacionalizó el codiciado petróleo iraní, supuso el origen truncado de un proceso hacia la emancipación nacional, añorada por los iraníes desde siglos atrás. Antes, los imperios otomano, zarista y británico se enseñorearon del país para ceder luego su puesto en los años cincuentas a Estados Unidos, que se adueñó de Irán y reinstaló a Reza Pahlevi tras el derrocamiento de Mossadeq.

En una situación en la que el síndrome importador del sha desnacionalizó completamente la economía iraní -provocó que hasta los tintes utilizados por los artesanos de las alfombras, orgullo de la artesanía iraní, fueran reemplazados por los tintes químicos importados de Occidente-, en la que la revolución blanca del sha en el campo no hizo sino estimular las estructuras feudales de los viejos propietarios, y en la que la represión más feroz sustituyó de cuajo cualquier forma de diálogo entre el poder imperial y la sociedad iraní surgió el germen de la revolución islámica.

Gestada en su exilio iraquí de Najaf, la ciudad santa de los musulmanes de Irak, por el ayatollah Ruhollah Jomeini, nacido en Jomein un 1900, el sesgo islámico revolucionario obedeció principalmente a que fue la organización musulmana la que pudo resistir más ordenadamente los embates represivos del régimen imperial. La unidad ideológica que brindaba el Islam chiíta hizo lo demás.

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Una feligresía leal y un sistema de diezmos, el jhom, extendido entre los bazaris, permitieron al clero musulmán polarizar la lucha contra la autocracia, gracias a su funcionamiento asambleario semidemocrático y también a la fuerza de las convicciones religiosas del ejército de clérigos -más de 150.000- y a su actividad política antidictatorial en las mezquitas. A la vez, el proceso industrializador y la represión segregaron un frente antimperial en las áreas petroleras y una oposición armada en la zona septentrional del país, en las riberas del mar Caspio, con una amplia tradición izquierdista.

Armado hasta los dientes por Estados Unidos, el Irán de Reza Pahlevi se convirtió en la frontera oriental norteamericana con la Unión Soviética y se dotó de un ejército poderosísimo que comenzó a practicar una política subimperial en la zona del Pérsico. De este modo intervino y sofocó la guerra de los partisanos contra el régimen feudal del sultán de Dhofar, en el confin sur de la península arábiga, y estableció poderosas alianzas con Israel, que adiestró la temible policía política del sha, la Savak, y también con Suráfrica y otros regímenes similares. Gran parte del contencioso fronterizo con Irak, que en septiembre del año pasado desembocó en la guerra, data de aquella etapa.

Pero la revolución arrasó los proyectos del emperador Pahlevi, y en febrero de 1979 el nuevo orden hizo añicos el trono del Pavo Real. El Islam acababa de llegar al poder.

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