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Apoteosis final en el Festival de Jazz de San Sebastián

El pasado domingo finalizó el XVI Festival de Jazz de San Sebastián, con la actuación de la All Stars Big Band, una agrupación impresionante. El sábado había tenido lugar otra estupenda sesión a cargo del saxo Art Pepper y el trompeta Woody Shaw. A pesar de que el tiempo meteorológico no acompañara como hubiera debido en esta edición, los dos últimos conciertos siguieron registrando unas magníficas entradas. Asistieron unas 9.000 personas el sábado y el domingo. Un público que, debido a su atuendo y aspecto, no ha sido muy bien acogido por una parte de la opinión donostiarra, pero que en los cinco días de festival no sólo no ha creado ningún tipo de problema, sino que se ha empleado con gran fruición en pasárselo lo mejor posible sin incordiar al prójimo.El sábado tuvo lugar el concurso de aficionados vascos, que ha registrado un gran aumento de nivel y que fue ganado por el grupo Alen, de Vizcaya. Por cierto que, como una muestra más de esta sorprendente organización (la seriedad es tan rara que choca), los grupos participantes en el concurso internacional han podido grabar un elepé conjunto que editará la empresa discográfica donostiarra IZ. Son detalles que, más que difíciles o caros, denotan una preocupación por los múltiples aspectos que plantea un acontecimiento de estas características.

Pero, en fin, hay que seguir con la programación musical. Cuando actuó Chick Corea, casi todos pensábamos que aquello resultaría difícilmente superable. Pero es que así como la música de Corea es algo personal y posee un color muy definido, también existe el jazz-jazz (término tan abstracto, pero descriptivo, como el de pintura-pintura). Quiérese decir que lo de Art Pepper, un hombre recuperado para la música tras largas peleas con la heroína y las cárceles estadounidenses, fue un concierto prototípico del jazz de ahora y de siempre. Fueron estándar como The shadow of your smile o Bésame mucho, fueron blues, fue de todo. Y es que, curiosamente, una gran parte del espíritu del jazz se encierra no en sus propias composiciones, sino en la recreación de estas canciones que todo el mundo puede tararear y a las que gente como Art Pepper y sus acompañantes logran dotar de una belleza nueva o, mejor aún, una nueva forma de comprender su belleza.

Pepper es un saxo alto como entran pocos en la docena, bascula de una manera constante entre la intensidad y la delicadeza, todo ello a través de un sonido contenido, pero intenso, y de un fraseo justo y enormemente orgánico. Como la sección rítmica (también jazz-jazz) le apoyaba de manera superior no es raro que la gente, más que aplaudir, rugiera, y que el segundo de la noche, Woody Shaw, lo fuera a tener muy dificil.

Ciertamente, Woody Shaw, un trompetista que merece todo el respeto del mundo, vio su actuación muy condicionada por lo que había sucedido antes. Pero íntegro e inteligente como es, pasó de hacerle la competencia a Pepper o de lanzarse al juego de virtuosismo efectista. De esta manera comenzó en el tono más suave posible, un prodigio de delicadeza que luego iría a más y mayor fuerza dentro de un concepto renovador, pero respetuoso de la tradición trompetística del jazz. Es un gran improvisador que cualquier otra noche, sin tener a un Art Pepper delante, puede llenar cualquier expectativa y provocar los mayores placeres.

Aunque para placeres, los del domingo. Abrió la sesión el grupo de gitanos alemanes La Romanderie. El único calificativo para lo que hicieron puede ser el de delicioso, aunque, pensándolo mejor, pueden aplicárseles otros, como divertido, entrañable, simpático o sencillamente estupendo. Eran canciones de éxito de Duke Ellington o de las Andrew Sisters, temas populares interpretados a base de acordeón, tres guitarras, arpa, violín y bajo.

La mejor historia del "jazz"

Pero es que el domingo se produjo la situación inversa del sábado: la segunda parte, la All Stars Big Band era, sencillamente, demasiado para tocar junto a ella.De hecho, esta orquesta es un pedazo de la mejor historia del jazz incrustada en 1981. Los nombres, diecisiete, son tan impresionantes, tan cargados de fama y tan grandes instrumentistas, que es necesario mentarlos a todos. Ahí va: trompetas, Clark Terry, Harry Sweets Edison, Joe Newman, Waymon Reed y Snooky Young; saxos, Fran Foster, Marshall Royal, Chris Wood, Buddy Tate y Cecil Payne; trombones, Al Grey, John Gordon y Benny Powell; piano, Nat Pierce; bajo, Eeldie Jones; batería, Gus Johnes, y vocal, Jimmy Whiterspoon.

Quien tenga tiempo libre puede tomar cualquier enciclopedia de jazz o cualquier disco de Count Basie y podrá encontrar a la inmensa mayoría. Luego puede buscar nombre por nombre y verá también lo que han hecho estos señores en solitario. Es un ejercicio apasionante y que provoca la incredulidad. Toda esta gente no puede sentarse en el mismo escenario, hoy y ahora. Pero vaya que lo están. Aquello era un desfile de solistas a cual mejor y todos con un estilo diferente. Aquello eran masas de sonido como ya no se escuchan en la vida. Aquello era, en resumidas cuentas, una superorquesta de jazz a la que el público se rindió boquiabierto y entusiasmado. Tocaban todos tanto, los arreglos eran tan bonitos, la emotividad tan grande, que aquello parecía que no se iba a acabar nunca. Y cuando ya los músicos, después de la repetición, habían recogido sus bártulos, el público seguía sin moverse, esperando más, aún más. Un más que fue el broche perfecto para un gran festival: de manera improvisada, Frank Foster se puso a tocar el piano, Joe Newman cogió su trompeta y Jimmy Whiterspoon se despidió con Big boss man, un blues bellísimo, una actitud y un ambiente que resumían lo que han sido estos cinco días de música, belleza y contento.

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