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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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"Cumbres" autonómicas: negros presagios

Siempre lo pensaron, pero no se atrevieron, hasta que llegó el 23-F y se aprovecharon. Esta sería la escueta historia de lo que está sucediendo hoy con la autonomía.Ni el título VIII de la Constitución, que trata de las comunidades autónomas, ni los estatutos de autonomía vasco y catalán fueron nunca santos de su devoción. Pero no tenían más remedio que pasar por ello; los tres pilares básicos de la transición, democracia-libertad-autonomía, estaban aún vigentes y apoyados por la inmensa mayoría del pueblo. Aceptaron los niveles de autogobierno de dichos estatutos a regañadientes y pensando que ya llegaría la ocasión para la revancha de aquella derrota que el centralismo sufrió en la Moncloa, cuando en julio-agosto de 1979 se discutieron las autonomías de Euskadi y Cataluña.

El mismo día en que se aprobaron esas leyes orgánicas, que son las normas autonómicas, se preparaban ya los caminos para, vaciándolas de contenido, recuperar el terreno cedido.

¿Que quiénes? Los mismos de siempre, aquéllos que manoseaban en 1978 la palabra autonomía sin comprenderla ni desearla. Los de la cumbre, unos con mayor protagonismo y responsabilidad que otros, pero a la postre todos.

¿Que cómo? En primer lugar, sembrando vientos: ofreciendo autonomía a troche y moche, tanto al que la quería como al que no, convirtiendo lo que tenía que ser un sentimiento profundo y sincero en un objeto de mercadería electoralista, fomentando de modo artificial y deshonesto las envidias entre pueblos.

En una palabra: desvirtuando y desprestigiando la auténtica autonomía. En segundo lugar, recogiendo tempestades: llega el caos autonómico, la rifa de los números, que si el 143, el 151 o el 144, el embrollo increíble de las iniciativas, el desorden en las transferencias, los celos entre las regiones y nacionalidades.

Y surge por fin lo que con tanta ansiedad se buscaba y esperaba, el necesario «¡Basta ya! ¡Orden!», y entonces se ponen febrilmente a ordenar, armonizar, igualar, homogeneizar, simultanear y racionalizar lo que ellos, con razón o no, habían desordenado, desigualado, irracionalizado y diferenciado.

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La verdad es que lo venían persiguiendo desde hacía tiempo, pero no encontraban el momento oportuno.

¿Cuándo hacerlo? No era fácil, no; se habían creado muchas expectativas, se habían llegado a identificar términos como los de democracia, paz, libertad, autonomía, incluso se había hecho creer que ésta era el santo remedio para todo tipo de males; no era sencillo hacerlo y, en una situación de normalidad política, no lo hubieran conseguido. Pero llega el 23-E

Sofocando cualquier oposición con el muy sensible extintor de la responsabilidad o de la amenaza de los sables, comienza una ingente operación de revisión de todos los principios y valores que encierra el título VIII de la Constitución y los estatutos de autonomía aprobados, y con el espíritu de 1981, amedrentado, acoquinado, acuartelado, en libertad bajo fianza, se interpreta y desarrolla lo que se hizo con otro espíritu bien distinto, el de 1978-1979, lleno de vigor, fortaleza, libertad y esperanza.

El 23-F marca el triunfo de bastos en el juego de cartas que es hoy la política autonómica. Bastos para la autonomía y por ello para la democracia y libertad, y a bastonazos, que no otra cosa son los expertos, las cumbres, las armonizaciones, etcetera. Se intenta ganar la partida montada sobre un buen tinglado que, a grandes rasgos, es el siguiente: una mesa de juego -la cumbre autonómica-; una baraja con cartas marcadas -el informe de los expertos-; cuatro jugadores apostados a la baja -los cuatro grandes partidos estatales-; unos marginados del juego por apostar a la alta -los nacionalistas-, y el premio -un estatuto de autonomía tipo manzana golden, es decir, de serie, estándar, con un único sabor, color y formato, como si los consumidores no contaran para nada, fuesen todos iguales, tuvieran todos el mismo gusto y sintiesen el mismo apetito. En Euskadi, por ejemplo, gusta más la variedad de manzana reineta que la golden y se come más manzana que en otros lugares. Es cuestión de gustos y necesidades, como la autonomía.

¡Qué gran ceremonia de la confusión estamos presenciando! Ahora resulta que los partidos políticos, que, teóricamente, son los que deben tener alternativas para la problemática autonómica, buscan en los expertos el pararrayos sobre el que descarguen sus iras los frustrados y engañados; que el principal partido de la oposición, el PSOE, sostiene y apunta a un Gobierno de derecbas que, de otro modo, no duraría un asalto parlamentario.

De la partida se ha excluido a un jugador, el nacionalismo vasco, que hizo toda su apuesta en el tapete del Estatuto de Gernika y que no quiere saber de cartas marcadas ni de informes de supuestos expertos, que tiene una sola palabra, ya pronunciada cuando aprobó ese Estatuto, que no se opone, sino todo lo contrario, a que los demás alcancen su nivel de autogobierno, que realiza un difícil equilibrio en la balanza de la política vasca, que busca afanosamente la convivencia pacífica en medio del fragor de las armas y que intenta subordinar los impulsos emocionales a los criterios racionales, pero que reaccionará con toda la fuerza democrática y pacífica de que es capaz si es objeto de chanza y escarnio, de engaño y frustración.

El Estatuto de Gernika fue refrendado por la mayoría del pueblo vasco, no sin el esfuerzo y comprensión de quienes dejamos pelos en la gatera y contra la visceralidad de quienes lo consideraban insuficiente. Fue ese Estatuto el que se votó y no otro. Con ese Estatuto y no con otro se comprometió el PNV y gran parte del pueblo vasco. Pretender ahora desfigurarlo o deteriorarlo con armonizaciones e inter-pretaciones espúreas hasta hacerlo irreconocible es, además de locura política, trampa en el juego.

Marcos Vizcaya es diputado del Partido Nacionalista Vasco.

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