Libia, empeñada en normalizar relaciones con Rabat y Túnez
La pausa obligada del Ramadán, el mes de ayuno islámico, no ha disminuido la intensidad de los esfuerzos que realiza el régimen libio para mejorar su imagen en el mundo árabe, sin olvidar sus postulados revolucionarios.
La normalización con Marruecos, anticipada en vísperas de la "cumbre" africana de Nairobi, sigue su curso normal, según fuentes diplomáticas dignas de crédito, aunque lo más espectacular en ese proceso de acercamiento a las antiguas capitales enemigas parece constituirlo el fin aparente de la tensión con la vecina Tunicia.
Insistiendo reiteradamente en su rechazo al terrorismo internacional, y negando las acusaciones que han formulado al respecto varias capitales occidentales, el coronel Gadafi y su íntimo amigo el comandante Abdesalam Jallud afirman que los libios tienen el deber de predicar su fe revolucionaria en el mundo, hasta la desaparición de todos los Gobiernos y la constitución de yamahirias (repúblicas populares) en las que la población "goza del poder de administrar sus propios asuntos".
La instauración del "poder popular" como forma de transformación revolucionaria de la yamahiria ha llevado al régimen libio a la abolición (teórica) del ejército, sustituido por el pueblo armado; el Gobierno, por el Comité General del Pueblo, y las embajadas, por Oficinas de la Fraternidad árabe en el extranjero.
Toleradas oficialmente por países como Argelia, que mantienen desde hace años un difícil diálogo con Gadafi, no obstante una aparente normalidad en sus relaciones, la labor de estas oficinas árabes es estrechamente vigilada. Los medios informativos argelinos, por su parte, filtran cuidadosamente las declaraciones intempestivas de Gadafi, como la pronunciada en octubre del año pasado en la localidad de Sebha para invitar a los tuaregs (nómadas del desierto del Sahara) a la insurrección contra sus "opresores" de Mali o Níger.
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