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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Calderón

El obispo de Tenerife ha desautorizado el montaje de un auto sacramental de Calderón en la catedral de La Laguna. Yo lo veo enorme.O sea que me parece bien. Calderón se lo tiene merecido. Hace pocos meses publiqué en la revista Triunfo un artículo sobre «la ceremonia del honor y la honra» (o Calderón está entre nosotros). Mi idea venía a ser (si es que a uno le viene alguna idea) que Calderón, como Lope, no es por una parte el hombre de los autos sacramentales o reales y, por otra, el de las comedias de capa y espada, donde la espada siempre le puede a la capa, hasta hoy mismo. Más bien me parece a mí que un teatro es el revés del otro, el vodevil de damas duende y galanes fantasma, revés de los autos sacramentales y los sacramentos autistas. Dicho de una vez, que todo el Barroco y el Renacimiento trabajaron para la Iglesia, que era el único cliente y mecenas de entonces, o casi, y, aunque cumplieran grandiosamente sus encaraos, luego, como intelectuales. como profesionales de la suspicacia, decían en el aparte de una comedieta lo contrario de lo que habían cantado en los calderones de Calderón. El Greco les pone las pantorrillas de sus amantes toledanas a los ángeles de la teología bizantinizada. Calderón burla en El galán fantasma los conceptos de amor y honra con que nos ha abrumado en su teatro grande. Quevedo, por la trasera de sus latines y políticas de Dios. escribe con caligrafía de tapia la verdad artesanal, meretriz, celestineada y encanallada de la vida Y la Corte. Fueron dobles, escribieron mendaz, sirvieron a señor que no se les podía morir (lo cual es insoportable), y ahora el obispo Luis Franco Cascón. con todo el Cabildo. les arroja del templo como mercaderes que son de la palabra.

Dorada basca, dorado siglo, áurea mentira, mudable turba, infame gente genial, eterna condición de la inteligencia, del intelectual: hacer una crítica del Poder que el Poder integre. Don Luis Franco echa a Calderón de su catedral y don Marcelo González echa a Fernández-Ordóñez de su Corpus. Sainz de Robles, gran autoridad jurídica, acaba de decir que la crítica al poder judicial es legítima y conveniente. Resulta que hay que aclararlo a estas alturas de la Liga, porque somos un sistema de intocables: el juez, el obispo, el guerrero, el Corpus. Ayer, de madrugada, cogíamos Ricardo Cid y yo un taxi, y el taxista, Clemente del Barrio, nos regaló su último libro, una novela política que se anuncia con este slogan: «El desencanto en los hombres y mujeres de izquierda es perceptible. Las intenciones de los reaccionarios son clarísimas». He aquí lo obvio convertido en categoría literaria nocturna. Aquí a lo que se quiere volver es al reposo absoluto que Freud identificaba con la muerte, a la mineralización y el quietismo de la quietud más quieta. Tamayo, llevado de euforias renovadoras que no hacen, por otra parte, sino reinventar la tradición, ha querido devolver el teatro eclesial a la Iglesia. Pero la Iglesia sabe más por madre que por maestra. Y se niega a concelebrar la misa mayor de Calderón con los laicos del teatro o del Gobierno. Se acabaron las experiencias prematrimoniales de la transición. Esto no es el Barroco. sino la Concertación, y a Calderón de la Barca le ha sustituido la Conferencia Episcopal.

Cuando, en el mes de mayo, se montó La cena del rey Baltasar, en San Francisco el Grande, aquí, en Madrid, me quedé en casa porque él rollo me parecía redundante. Poner a Calderón en una iglesia, aunque sea histórico, es como Poner a Arniches en La Corrala. Montaje sobre montaje. Calderón y Lope se lo montaban así. Por eso son el Siglo de Oro. Nosotros sólo somos calderilla

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