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Eduardo Sanz expone en Santander una retrospectiva de los últimos 20 años de su producción

El artista Eduardo Sanz regresa a su tierra, Santander, para ofrecer en el Museo Municipal de Bellas Artes de la capital cántabra una gran exposición retrospectiva de toda su obra, que a pesar de haber sido realizada en gran parte en el centro de España no ha perdido nunca la presencia de mar. La retrospectiva comprende desde cuadros pintados en 1963 hasta obras firmadas en 1980.

Con esta completísima retrospectiva, que abarca casi los últimos veinte años de su producción, vuelve Eduardo Sanz a reencontrarse con sus paisanos. entre los que no exponía de manera continuada desde 1963. Sin desdeñar, pues, el valor local de esta muestra, quiero, no obstante. fijarme aquí, sobre todo, en su dimensión artística, representativa de una evolución que abarca los años más críticos de la vanguardia plástica de los sesenta, porque la obra presentada por Sanz se desarrolla precisamente en ese amplio paréntesis que suele trazarse entre el infomalismo de los años cincuenta y la nueva ola de retorno a la pintura de los ochenta.

Informalismo

Eduardo Sanz nacido en Santander en 1928, comenzó ciertamente su carrera profesional como pintor sufriendo la influencia del informalismo, cuya técnica expresionista llegó a dominar con soltura, pero su obra más personal, la ,que le consagra dentro y fuera de nuestro país en las bienales de Venecia y Sao Paulo, es la que realiza a comienzos de los sesenta, valiéndose de cristales.No voy aquí a hacer literatura a costa del eminente valor simbólico de los espejos, a los que Sanz les saca todo el partido conceptual, aunque sí recordar las series que se generan a partir de ello, desde aquellos primeros vidrios rotos sangrantes hasta las posteriores construcciones amables y refinadas. Ciertamente Sanz ha hecho de todo con la fría calidad del cristal, que comienza llamando Ventana, porque siempre cuenta con que la -ente se asome y quede atrapada en el Juego de los reflejos. De esta manera, aparecen las Vías (1965), laberintos que dinamizan la faz cristalina; las cajas geométricas (1967-1969), con elementos abstractos, en los que el círculo y el cuadrado se redondean en relieve transformándose en esferas y cubos, y, a partir de 1970. la paulatina aparición de elementos figurativos: capillas-relicarios, paisajes, alfombras, retratos, etcétera, todo ello sin abandonar nunca el juego del espejo.

En 1975, Sanz vuelve a la pintura y anuncia esa manía Últiria por el mar, inmensa llanura cristalina, espejo opaco que absorve el horizonte, que tiene además, para Sanz, el sabor proustiano de la conquista del paisaje de su niñez cántabra. Comienza entonces la serie de banderas, códigos y señales marinas. las Cartas de amar, anun cio de la escenografía viviente en la que queda finalmente inmerso con la construcción de barcos, faros y retratos de intrépidos capitanes.

En la última sala del Museo de Bellas Artes de Santander vemos así reconstruida parte de esa sugestiva exposición recientemente exhibida en la galería madrileña Kreisler 2, cuyo encantador y unitario paisaje marinero tenía algo de ensoñación utópica y de alegre fantasía: una construcción ideal, en definitiva, a la que la extracción de una pieza bastaría para robarnos la ilusión, el reflejo que dibuja el mejor de nuestros sueños.

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