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Un liberal abierto a los socialistas

Juan Arias

Giovanni Spadolini, 56 años, republicano, ha sido siempre "el primero de la clase". Es un historiador, un hombre equilibrado. Se aburre si no trabaja. Ha sido quien más luchó para que siempre fuera clara en Italia la separación amistosa, pero real, entre Iglesia y Estado. Secretario de un partido que cuenta sólo con el 3,4% de los votos del país, pero que, al mismo tiempo, es un partido que ha tenido siempre mucho prestigio por su rigor moral y su preparación en el campo económico.Cuando sólo tenía veintidós años era ya editorialista de Il Messaggero, periódico de Roma. A los veinticuatro escribía ya en el famoso semanario Il Mondo. A los veinticinco era catedrático de Historia Contemporánea en la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Florencia.

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Spadolini fue nombrado director del Corriere della Sera el 12 de febrero de 1968, dando al periódico una línea política de centro-izquierda. Amigo de Giuseppe Saragat, el socialdemócrata que entonces era presidente de la República, rompió con él durante el verano de 1969, y a raíz de este hecho el Corriere comenzó a tomar distancias con respecto a los socialdemócratas. Como director del periódico confirmó la tendencia que después constituiría su definición ideológica: un laico liberal abierto a los socialistas. Se dice de él que es uno de los pocos políticos italianos que sabe hablar en lenguaje comprensible.

Soltero

Según el diario romano La Repubblica, uno de los misterios de su vida es el amor. Nadie conoce historias sentimentales del nuevo presidente del Gobierno, y por ello viene definido como "un frío que siempre ha considerado las mujeres y el amor como una pérdida de tiempo".Es un político de profesión sólo desde hace nueve años. Su pasión es la cultura. Su biblioteca particular tiene más de 40.000 volúmenes. Su primer libro lo publicó a los veinticuatro años: El papado socialista. Este libro, junto con La oposición católica y El Tíber más ancho, son una especie de trilogía en la que Spadolini proclama la necesidad de que el Vaticano no intervenga en los problemas internos de la política italiana. Es un hombre que nunca aceptó la dicotomía entre cultura y política. Se asegura que fue su madre, Lionella, muerta recientemente, quien inyectó al hijo el gusto por el arte, un sentimiento profundo por la historia y una seriedad laica de la vida.

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