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Todas las miradas confluyen en el imán Jomeini

¿Qué hará Jomeini después del asesinato del poderoso Bejesti? Esta es la pregunta que recorre Irán de un confín a otro del país, tras conocerse que el Partido de la República Islámica (PRI), el Consejo Presidencial Provisional y la justicia iraní han quedado decapitados dramáticamente con la desaparición del hombre que en los últimos tiempos se había convertido en la espina dorsal de esta República Islámica, cuyo cerebro, cada vez más fatigado, sigue siendo el imán Jomeini.El guía de la revolución dio ayer una respuesta a esta pregunta ante un grupo de visitantes que acudió a su residencia de Jamarand: "Necesitarán 36 millones de bombas para acabar con nuestra revolución". Poco después, Jomeini dijo al primer ministro, Mohamed Ali Rayal, y a Hashemi Rafsanjani, presidente del Parlamento, que cubran cuanto antes las vacantes que el atentado de la plaza de Baharistan ha dejado en el Gobierno -cuatro carteras- y en el Parlamento -al menos catorce escaños.

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Sin embargo, estas palabras no van a resolver la crisis política por la que atraviesa Irán, según coinciden los observadores. La gran concentración de poder que, poco a poco, fue adquiriendo en sus manos el líder del partido fundamentalista, todopoderoso y ya casi solitario en el país, ha provocado un hueco demasiado difícil de rellenar. Si bien las grandes líneas políticas son trazadas por Jomeini, la hegemonía política cotidiana era administrada en Irán por Bejesti. Sus hombres, situados perfectamente en el Gobierno, en el Parlamento y en la justicia, recibían puntualmente las instrucciones que ahora parece que nadie es capaz de impartir con igual destreza que el dirigente asesinado.

Desde el punto de vista político, conociendo el pragmatismo que caracteriza a los dirigentes revolucionarios iraníes y, sobre todo, el del imán Jomeini, no puede descartarse que los laicos vuelvan a ser llamados al poder en un plazo no excesivamente largo. La envergadura del reto que hoy afronta la revolución islámica explicaría esta convocatoria, que quedó zanjada cuando Banisadr, representante del poder laico iraní, fue destituido de la Presidencia del país. La desaparición política del presidente, unida al asesinato de Bejesti, proyecta sobre la revolución islámica un perfil demasiado torvo para que el guía de la revolución silencie una convocatoria a la unidad de todas las fuerzas políticas del país, religiosas y laicas, cuya convergencia se hace más necesaria que nunca si se trata de garantizar la viabilidad del proceso iraní. Y ello no sólo en base al alcance político del atentado contra Bejesti, sino, sobre todo, en base a la contestación interior que una completa clericalización del poder en Irán arrostraría.

Para Jomeini, se trata de recomponer la base social y política de la revolución, que en el desarrollo de su dinámica excluyó a un número hoy demasiado elevado de personas y organizaciones, sin cuyo concurso parece que el Partido de la República Islámica, a solas, no va a ser capaz de garantizar la continuidad del régimen ante la magnitud del desafío que afronta.

En este sentido podría interpretarse la apelación realizada ayer por el ayatollah Montazeri, enfermo, futuro sucesor de Jomeini, que ha perdido a su hijo Mohammed en el atentado que segó la vida del doctor Bejesti y la de lo más granado de sus seguidores. Montazeri, un hombre cuya honradez nadie pone en duda en Irán, pidió a los izquierdistas que abandonen su lucha contra las autoridades de Teherán y se incorporen al frente común contra el imperialismo norteamericano.

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