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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Antoñita Moreno, miedo y magia de amor popular

Claveles, faralaes y peineta de brillantes, Antoñita Moreno fue ovacionada al salir a escena por un público verdadera y básicamente «popular». En el madrileño teatro de La Latina se representa estos días el espectáculo Copla y verbena, cuyo número fuerte se centra en la reaparición de una «clásica» de la canción española, Antoñita Moreno.Hay cuadros de ballet inspirados en música de zarzuela castiza (Agua, azucarillos y aguardiente, La Gran Vía, La boda de Luis Alonso), que en general no pasan de discretos, y escenas o romanzas de esas mismas zarzuelas, que corren a cargo de dos veteranos actores cómicos, Luisa de Córdoba y Pepín Salvador, y de la voz segura de Mary Carmen Ramírez; pero el eje del espectáculo, donde las señoras andaluzas gritan «iolé!» y los hombres se emocionan mentando honoríficamente a la madre de la cantante, es Antoñita Moreno.

Con una breve intervención en la primera parte, y otra más amplia en la segunda, el espectáculo se cierra con sed de canciones. Hay poca Antoñita Moreno, para la gran demanda del respetable. Cambia mucho de trajes y el repertorio es clásico. Desde la evocación de Julio Romero de Torres, y sus piconeras en un ubi sunt celebérrimo (¿Dónde está Julio Romero?), hasta canciones de Quintero, León y Quirogá, donde se habla de «toritos de locura» que corren por las venas.

El punto nuevo del recital lo pone un poema de Carmen Conde, que Antoñita Moreno se esfuerza en respetar: Mi sombra enamorada. Pero es al final donde, con flecos, volantes y un espléndido moño de sevillana, Antoñita, recordando sus éxitos de siempre, termina de arrebatar al público. Entorna los ojos, y en medio de un aire mudéjar, con mucho de crótalo y misterio, canta: «Sortija de oro lucecita de mi corazón,».

Continúa el ensalmo popular con El cordón de mi corpiño (arcano tira y afloja de una enamorada con su «niño» amante), y el telón cae -reunida toda la compañía- con más sed de los espectadores. Vientos del pueblo zumban por toda la sala, y abanicos y gitanos, y grandes ojazos negros de muchachas... Sed de canciones que tienen el continuo amor por privilegio

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