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DUODECIMA DE FERIA DE SAN ISIDRO

El murubito que murió con las botas puestas

Protestaron a los primeros Murúbe por pequeños, y es verdad que lo eran, pero un respeto, pues nadie podría negar su condición de toros. Qué le iban a hacer los animalitos si el esqueleto no les daba para más. El tamaño no lo es todo. Sin ir más lejos, los murubitos demostraban ser más toros que los Urquijo (versión Ordóñez: cosa mansa), aunque éstos flamenquearan sus corpachones de buen año. Ortega Cano, nos parece, habría preferido, para su sosiego, los grandullones Urquijo (versión Ordóñez: cosa mansa), al murubito peleón, que murió con las botas puestas.Ese murubito salió el segundo, y la gente le empezó a faltar, como si fuera un delito haber nacido pequeño. Además, el animalito cobardeó con los caballos. Pero en banderillas, que le prendió bien Ortega Cano, se fue arriba, y ya no paró de embestir. El escozor de los arpones le debió sentar a cuerno quemado y, como su sangre era brava, dijo allá voy, y ya no paró hasta morir.

Plaza de Las Ventas

Cuatro toros de José Murube, terciados, con casta; cuarto y sexto de Antonio Ordóñez, grandes y mansos; sexto, devuelto por cojo. Sobrero de la misma ganadería. Roberto Domínguez: bajonazo y tres descabellos (silencio). Dos pinchazos, otro hondo y descabello (silencio). Ortega Cano: media (división y salida a los medios). Pinchazo y estocada (silencio). Luis Francisco Esplá: estocada ladeada (petición de oreja y dos vueltas). Pinchazo y media atravesada (aplausos). Dos tercios de entrada.

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Roberto Domínguez, dolido con todos

El pundonoroso Ortega Cano, un torero con oficio, no sabía cómo capear el temporal. Equivocaba en un milímetro los terrenos o desacompasaba el muletazo, y sólo eso bastaba para que el murubito se lo quisiera llevar por delante. No es que fuera malo el murubito -es decir, resabiado, sabiendo latín, barrabás y restantes adjetivos descalificadores de la jerga-. Por el contrario, era manejable, boyante, noble; pero había nacido para embestir, y nadie podía convencerle de lo contrario. Tenía esa inconfundible casta agresiva del toro bravo, que sólo se embarca en el engaño cuando el torero sabe el terreno que pisa, da la distancia adecuada, manda, templa y tiene la serenidad necesaria para convertir en realidad toda la torería.

Que una cosa es leer el Cossío y otra asimilarlo. De un famoso espada retirado se cuenta que una tarde sangrienta en Las Ventas, donde los tres matadores acabaron en la enfermería, un aficionado le preguntó: «¿Qué opina de este desastre, maestro?». Y respondió: «Que estos toreros se han leído el Cossío, pero me parece que no lo han entendido».

A lo mejor el Cossío lo había leído el murubito, que tomaba el engaño como debe hacerlo el toro de casta, y daba importancia al espectáculo, emoción a la lidia y mérito al diestro, cuyo pundonor le hacia jugarse el tipo pase a pase, tanda a tanda, aunque en ningún momento consiguió centrarse, templar las acometidas, dominar al pequeñín peleón. El cual no paró hasta que mordió el polvo. Tenía media en lo alto, el electroencefalograma le daba plano y aún embestía. Murió con las botas pues

Por la casta de los Murube tuvo interés la corrida, que de lo otro ya me contarás. Al primero lo protestaron por pequeño y cojo (le pusieron de vuelta y media, al pobre) y también se fue para arriba; tanto, que al final no parecía cojo. Roberto Domínguez le muleteó aseado y sin ángel. El tercero, de condición flojo y también protestado por este motivo, derrochó nobleza en el último tercio y Esplá le hizo una faena en tonos mediocres, con unos alivios de pico que no tenían justificación. Lo que pasa es que consiguió una estocada de efectos rápidos, y parte del público armó un alboroto porque el presidente no creyó oportuno concederle la oreja. Cuando Esplá terminaba de dar la segunda vuelta al ruedo, en medio del clamor orejófilo que vociferaba «¡Otra, otra!», ya no recordábamos absolutamente nada de lo que motivó tamaño frenes!.

El quinto ya tenía cuajo, y armamento, y Murube que era, exhibió su casta, si bien no tan agresiva como la de su hermanito peleón. Ortega Cano le aguantó más bien poquito. La faena no va a pasar a la historia. Se admiten apuestas. Lo otro fue de Urquijo (versión Ordóñez: cosa mansa), grandullón y sin importancia. Roberto Domínguez nos obsequió con un trasteo desligado, anodino e interminable al cuarto, y ganas daban de pasarle nota de que le esperaban en Manuel Becerra. El sexto fue devuelto por ínválido y le sustituyó otro Urquijo (versión Ordóñez: cosa mansa), que resultó aplomado, y Esplá le porfió sin éxito. Esplá y Ortega Cano alternaron en banderillas en los dos últimos toros y lo hicieron bien. Sobre todo un par del alicantino por los adentros resultó emocionante. También el alicantino se marcó en el quite unos faroles. Pero para faroles, los de Las Ventas, que iluminaban la noche, cuando, ¡al fin!, nos dejaron salir de la plaza. La corrida había sido el cuento de nunca acabar.

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