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Joaquín Rodrigo y Fernando Sor, protagonistas de un homenaje musical en Roma

Un doble homenaje, el dedicado al maestro Joaquín Rodrigo, autor del Concierto de Aranjuez, y el que recuerda la personalidad de Fernando Sor, que se celebró anteayer en Roma por iniciativa de la Academia de España en la capital italiana, ha constituido uno de los actos de cultura española más importantes de los últimos tiempos. Uno de los protagonistas de este acto cuenta desde Roma el acto al que hacemos referencia.

Pues, señor, heme aquí como hace cuarenta años: de cronista de alabanzas hacia algo organizado en parte por mí. Me lo manda quien puede hacerlo y obedezco con preocupada sonrisa. Entonces, dada la pequeñez de las estructuras musicales madrileñas, era hasta lógico lo que hoy puede ser absurdo: que el intérprete fuera crítico de sus conciertos -Sainz de la Maza resolvía esto con su gracia de gran señor-, que el compositor relatase sus estrenos y que el organizador fuera también crítico. De algún concierto de entonces, organizado por mí, pero en colaboración nada menos que con Dionisio Ridruejo, Antonio Tovar, Pedro Laín y Luis Rosales -el homenaje a Ricardo Viñes-, escribí al terminar y con regocijo de lectores avisados: «Enhorabuena a todos». Pues algo así debo dictar en esta crónica de urgencia que me rejuvenece. Por iniciativa de la Academia de España en Roma, recogida cordial y eficazmente por la Dirección General de Música, hemos sido protagonistas de dos grandes homenajes: a Fernando Sor y al Concierto de Aranjuez.El concurso internacional de guitarra Fernando Sor es doblemente importante al llegar a su décima edición: como tal concurso y como progresivo ahondamiento en la figura de ese gran compositor español, protagonista de una gran ascensión de la guitarra, caminando desde un cierto neoclasicismo hasta porierse a la par con sus Estudios de los grandes nombres fundacionales del romanticismo. Patrocinar el estreno del descubierto concierto para violín y orquesta, tan bien aireado por Giuliano Ballestra, es bonita cosa y más si es un intérprete español quien lo lanza: el violín de Montserrat Cervera, violín amasado en Bach y en el barroco, que da al de Sor, que no olvida la guitarra cuando coge el violín, mil gracias inéditas. Esperemos el estreno en España: aquí, en Roma, el éxito de público ha sido paralelo a la expectación de los musicólogos.

Homenaje al Concierto de Aranjuez: lo tocan todos los grandes guitarristas, sueñan con tocarlo todos los jóvenes guitarristas italianos y ejerce la primacía de lo español en el número y variedad de los discos en la casa Ricordi. Había ilusión grande por tener cerca a Joaquín Rodrigo, que se avecina, tan campante, a los ochenta años. Le hice una entrevista pública en la Academia, entrevista a veces con segundas capciosas como éstas: «¿Qué opina el autor de los arreglos de su concierto para toda clase de combinaciones incluso extravagantes?» Pues que impedirlas era muy complicado. Y segunda pregunta más directa: «¿No estarán por medio los derechos de autor?» Respuesta inmediata: a la postre, las mejores recaudaciones vienen de las versiones auténticas. La entrevista se hacía en la biblioteca de la Academia, rebosante de españoles, pero no menos de músicos italianos, guitarristas especialmente. No fue llevar la contraria a su curiosidad el meter entre la entrevista el Cántico de la esposa, de san Juan de la Cruz, y el Pastorcico santo, de Lope de Vega: de lo de san Juan, dijo Rodrigo que era su mejor obra, y de las dos diré yo que sacaban al aire la maravilla de los dibujos españoles del Siglo de Oro reunidos en la exposición que inauguraron los Reyes y que sigue para admiración de estudiosos Luego, el éxito del concierto en la sala grande del Conservatorio, invadida por fans, que también la música grande comienza a tenerlos. A la guitarra José Luis Rodrigo, festejadísimo, aunque no pa riente del autor, pero era simpático llamarse así. Grande y merecido su éxito y obligado a gran propina.

Deuda saldada

No ya ahora, que estoy lejos, pero sí antes, he mostrado y demostrado el porqué de mi entusiasmo por José Ramón Encinar: no yo ahora, sino los críticos de Madrid, alaban, junto a la obra del compositor, su pericia, su técnica, su exigencia, su despampanante seriedad como director. Debe mucho a la Italia de los cursos de Siena y salda la deuda afirmando en cada visita el exacto esplendor de su técnica. La orquesta romana de Santa Cecilia, que tocaba por primera vez el Concierto de Aranjuez, orquesta, como las nuestras, inicialmente desconfiada y dispuesta a ser parlanchina, se rindió pronto, le siguió muy bien en cuanto se dieron cuenta de la seriedad empecinada de la batuta.Y dale que dale con el protagonismo, porque este gran acontecimiento musical hispanorromano inicia la cadencia de mi despedida, con gusto de volver a mi mundo y con nostalgia, claro, del que dejo: cualquiera no la tiene ante estas noches que parecen preparadas, noches increíbles de azul claro -el dolce colore d´oriental zafiro, del Dante-, noches para mí llenas de luna, sí, pero no menos sino más por el lleno abajo de la compañía, del cariño de los artistas e investigadores que aquí residen, trabajan, sueñan y que ven nuestro adiós como herida en el ser más hondo. Creo sinceramente que Tovar, Laín, Rosales sonreirán si termino con el Enhorabuena a todos. Y también sonreirá Enrique Franco, el maestro de hoy que recordará su sonrisa de jovencísimo alerta cuando lo leyó. Hasta pronto.

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