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A la caza del ruso

El deprimente programa sobre la necesidad o no de la integración de España en la OTAN ofrecido anteayer por Televisión Española es lamentablemente un fiel reflejo de lo que ocurre en nuestro país. No pretendo analizar la realización del mismo, que bastante desgracia tienen los compañeros que lo sufrieron, desde el director general del ente autónomo hasta el último de los técnicos que sirvieron al tema. El programa alcanzó la máxima dimensión en el esfuerzo que desarrolla nuestra actual clase dirigente política, sensiblemente escorada hacia Estados Unidos, y las orientaciones, que les marcan desde Washington en contraposición a los continuos ataques que, como si hubiera que seguir unas directrices concretas, se propician hacia la otra gran potencia mundial, la Unión Soviética.La democracia suarista nos trajo en febrero de 1977 un restablecimiento de relaciones con la URSS. Nadie se engañe. Años antes fieles servidores del franquismo establecieron, en beneficio económico propio, unos lazos que les valieron prósperas ganancias en ese Este que anualmente en su discurso de fin de año el caudillo anatematizaba. Muerto el dictador, no se acabó la rabia contra los soviéticos. Contabilizado en las notas de un historiador de lo cotidiano, curiosamente España iniciaba una nueva andadura con la URSS a través de un hombre vinculado de siempre al Movimiento Nacional y. para mayor inri, llegaba a Moscú, como embajador, un 18 dejulio. Paradojas del destino.

Nadie pensó entonces que se representase a España con tanta dignidad en tan difícil empeño. Juan Antonio Samaranch fue, durante poco más de tres años, la persona clave cuya meta era alcanzar para el trozo de península Ibérica que nos corresponde un lugar en la órbita mundial jamás lograda por ningún español. A su esfuerzo y habilidad corresponde el haber logrado la máxima representación que tenemos en estos momentos en el mundo. Ningún jefe de Estado ni líder político del globo tiene acceso tan fácil a todos los representantes máximos de cualquier país como él, en calidad de presidente del Comité Olímpico Internacional.

Ahí están sus primeros meses de trabajo, en que ha sido recibido por más de una docena de jefes de Estado, incluidos el presidente de Estados Unidos, Grorniko y el ahora doliente Papa polaco. El deporte es el mejor camino para la política.

Relaciones envenenadas

La etapa de Samaranch en Moscú tuvo como objetivo el de evitar cualquier problema entre ambos países. Lo consiguió en parte. pero bien es cierto que más de una vez tuvo que acudir presuroso a enmendar aquellos errores de comerciantes, administrativos y funcionarios que intentaron envenenar las relaciones. En Suárez encontró casi siempre al presidente reticente ante informes de personajes doloridos, cuyo conocimiento de la URSS estaba limitado por frustraciones personales o inexpertos en el tema de la «información confidencial», que han abusado de sus conexiones con personas allegadas a Presidencia, Ministerio de Asuntos Exteriores y servicios secretos de información militar. Algún día todos ellos tendrán que purgar el no haber sido objetivos y, por rencor o desconocimiento, informar erróneamente para que la imagen de la URSS no fuera la real y sí la tópica, basada exclusivamente en los manejos que los posibles espías obedientes al Kremlln pueden hacer de nuestra libertad.

Dudar, por otra parte, de que los servicios de inteligencia soviéticos no tienen interés por España sería una ingenuidad. También lo tiene Estados Unidos, si bien, como «pais amigo», nadie osa expulsar a un lince de los muchísimos que tiene repartidos la CIA a lo largo y lo ancho de nuestro territorio. Y pensar que ingleses, franceses y alemanes no trabajan en Madrid, Barcelona, País Vasco, Andalucía y Valencia, por poner unos ejemplos, para informar a sus respectivos Gobiernos, sería engañarnos. Por supuesto, España tiene para la URSS gran importancia, en tanto en cuanto la península Ibérica es un enclave importante en el Mediterráneo y entre bases estadounidenses y Gibraltar ellos desean conocer el va y viene que corresponde a estos intereses estratégicos.

Orejeras dictatoriales

Para controlar a unos y a otros, cualquier Estado debe tener los adecua dos servicios de información. Desgraciadamente, y fecha reciente nos lo ha demostrado, los Gobiernos democráticos españoles han heredado en este tema las orejeras del régimen anterior. La vigilancia, persecución y expulsión de espías nos parece correcto; las naciones más progresistas lo hacen; pero con todos, sin distinción. A diario se informa desde cualquier lugar del mundo sobre captura y expulsión de'espías de todas las razas y países. En lo que no podemos estar de acuerdo es que la caza de brujas markactiana sea en España una divertida caza de rusos antes suarista y ahora calvosoteliana, y todo por favorecer a lo que UCD cree mejor para la salvación de nuestras almas e ideas: incorporación en la OTAN, sin tener en cuenta que quienes les eligieron desean decidir sobre esta vinculación.

Mientras tanto, en el terreno práctico se repite nuestro quijotismo. Las sedes diplomáticas en Madrid y Moscú se convierten en cancha de lucha absurda, donde los perdedores son siempre dos pueblos con numerosos elementos culturales y raciales en común y las posibilidades de expansión económica en un mercado -la URSS- necesitado de innumerables ofertas que las deprimidas empresas españolas pueden ofrecer.

Si de algo nos pudieran servir los ejemplos habría que ir a las relaciones comerciales que mantienen con la Unión Soviética, desde hace más de veinte años, honestos, carismáticos y orgullosos países, en otro tiempo enemigos de guerra, como es Alemania, o amigos de otra época, posteriormente rivales, como Estados Unidos. Mientras tanto, los mexpertos» políticos españoles se ponen en contacto con algunos de los pocos que saben de negocios con la Unión Soviética y les intentan forzar para cerrar sus delegaciones en Moscú. La consolidación de nuestra democracia sólo puede pasar el rubicón si sabemos coexistir con todos los regímenes, defendiendo, por supuesto nuestros intereses lo primero, pero sin hipotecar a favor de unos u otros, por complejo de inferioridad, las legítimas libertades que tanto están costando a nuestro sufrido pueblo.

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