El Festival de Cine de Cannes, entre la penuria y las grandes promesas
Interesados por el mensaje que Giscard d'Estaing dirige hoy a los franceses, los asistentes al Festival de Cine de Cannes son menos sensibles al moroso paréntesis establecido desde el principio de esta convocatoria y protestan menos por la ausencia de películas realmente importantes. Aunque, ciertamente, la aparición de Alain Tanner en la competición, con su película Los años de la luz, ha venido a situar oficialmente el ecuador entre la penuria y las grandes promesas.
Este festival sigue siendo un buen lugar para contemplar espléndidos fragmentos de buenas películas, pero ninguna obra indiscutible se ha asomado todavía al palmarés. Quizá para aliviar la espera, algunos productores que presentan sus películas en los últimos días de esta muestra se empeñan en organizar proyecciones clandestinas a periodistas de confianza. Sesiones un poco penosas que obligan a trasladarse a Niza (ya que una proyección en Cannes antes de su presentación oficial podría eliminarla de la competición) y que, al menos por lo nuevo he visto, si bien prometen espectáculos mejores, no rompen definitivamente el clima actual.Los años de la luz, de Tanner, es, en cierto modo, una continuación de Jonás, que tendrá 25 años en el año 2000, retoma, al menos, a su personaje central -Jonás, entonces recién nacido- para situarlo en la época prometida en el primer título. A partir de ahí, Tanner inventa una historia que poco tiene que ver con la original: un muchacho se siente fascinado por la libertad de un viejo presuntamente loco, que vive aislado, y le dedica su vida hasta que acaba heredando sus escasas posesiones y, sobre todo, su sentido de la vida, su afán de sentirse «como un pájaro».
El veterano Trevor Howard, en el personaje del viejo, recibió un aplauso ante la sola mención de su nombre. El joven Jonás es interpretado por Mick Ford, una seria revelación del festival, queseguramente ser a considerado por el jurado. Mañana tendremos ocasión de conocer las opiniones de los tres responsables de esta película.
La segunda presentada hoy en competición, Las cuadrigas de fuego, tiene más interés apriorístico que realidades cumplidas. Que su productor, David Putman, haya sido también el financiero de títulos como Mahler, El expreso de medianoche, Los dueslistas o Bugs Malone marca claramente las características de esta nueva obra. ópera prima de un director de cincuenta años, Hugh Hudson. Corrección formal, lenguaje clásico, decencia en las formas y escasez de apasionamiento, narrando las características personales de los dos ingleses que ganaron las Olimpiadas en 1924, en su especialidad de corredores. Hudson hace una apología de la ambición y un intento de retrato psicológico que se queda tan antiguo como sus intenciones. De cualquier forma, la aparición de una película que pretende sobre todo respetar los viejos códigos del lenguaje cinematográfico es siempre bien recibida entre parte de la Prensa, aunque ese código no conduzca a ningún sitio serio.
Las inevitables comparaciones que en Cannes se producen entre las películas del día tienen hoy partidarios irreconciliables: quienes abogan por Tanner, en función de su capacidad de síntesis, de su lenguaje poético, aunque un tanto inescrutable, y quienes defienden apasionadamente una película bien ambientada y correctamente rodada como Las cuadrigas de fuego, aunque se olvide pronto.
Lo que no ocurrirá con tanta facilidad en el caso de Mahlou, la primera película de Jeannine Meeranfel, de la República Federal de Alemania, que., aunque repite (y no sin cierta torpeza) la inevitable película de nuestros días sobre la situación de una mujer en una sociedad de hombres y guerras, no carece de sensibilidad y brillantez. Presentada en la Semana de la Crítica, es, desde luego, una obra de mayor envergadura que la última firmada por Agnes Varda, Mur, murs, documental sobre los murales de Los Angeles.
Todos esperan que con la proyección de La puerta del cielo, la película de Michael Cimino, el festival comience mañana su auténtico desarrollo.
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