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CUARTA DE FERIA DE SAN ISIDRO

Valor y pundonor de toreros antiguos

Para valientes, Manili y Pepe Luis Vargas. La corrida que tuvieron delante era como para echar a correr. Los Guardiola salieron peligrosos; los toros más peligrosos de cuantos llevamos en la feria; los más peligrosos entre cuantos hayamos visto en la temporada. Y el de Charco Blanco aún peor, porque pegaba cornadas en cada embestida. Y, sin embargo, los quisieron torear como si fueran canela.No es que estuvieran equivocados Manili y Pepe Luis Vargas. Es que buscaban el triunfo en Madrid con la fe y el ahínco de quien quiere alcanzar la gloria aunque sea atropellando la razón. La cogida era evidente e inevitable con el toro de Charco Blanco, a pesar de lo cual Vargas le citaba al natural y en redondo una vez y otra, por si se producía el milagro de que el toro tomara el engaño.

Plaza de Las Ventas

Cuarta de feria (domingo). Cinco toros de Salvador Guardiola y sexto de Charco Blanco, todos con gran trapío y difíciles. Galloso: Cuatro pinchazos bajos, estocada baja y rueda de peones (silencio). Dos pinchazos, media bajísima, rueda y descabello (bronca). Manili: Dos pinchazos, estocada trasera atravesada, rueda, aviso y descabello (aplausos y salida al tercio). Estocada atravesada, rueda y nueve descabellos (pitos). Pepe Luis Vargas: Pinchazo hondo, rueda, estocada caída y descabello (silencio). Cuatro pinchazos y estocada delantera (aplausos y salida al tercio).

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Descanse en paz

El milagro fue, sin embargo, que Vargas no saliera cogido en cada embite, porque el de Charco Blanco ni loco iba a ir al engaño. Lo suyo consistía en buscar el bulto y pegar el tornillazo. Milagro también fue que el tercero no levantara los pies del suelo al jabato sevillano, que hasta plegó la muleta para citar desde lejos al natural y después porfió repetidas veces sobre ambas manos, sin otros resultados que encontrarse con los pitones en el pecho.Primero y segundo fueron los únicos ejemplares que de alguna forma podían considerarse manejables, pues al fin y al cabo tomaban la muleta. Lo hacían con la cara alta y el consiguiente peligro, y el problema era bajársela. Galloso no lo hizo. Debió pensar: «¿a ver quién le pone el cascabel al gato? »

La respuesta se la dio Manili: «Yo se lo pongo». Y dicho y hecho. No hacía falta más que pisar el terreno adecuado, citar con mucha verdad, mandar en el muletazo y de paso jugarse la vida. Dirían toreros de todo corte y quizá de no tantas agallas: «Qué gracioso, jugándose la vida; así cualquiera». Manili -un pundonor de diestro antiguo- tiró, obligó, templó y se pasó los pitones por aquí y por allí, entre naturales, redondos, pases de pecho, ligazón, torería de la mejor ley. Como, no mató y hasta escuchó un aviso, le hubiera dado con la máquina de escribir, porque es imperdonable que, se dejara escapar ese triunfo de apoteosis que ya tenía ganado.

En el quinto, un Guardiola ya imposible, abrevió e hizo bien. Por los mismos motivos hubo de abreviar Galloso en el cuarto. Después vendría el de Charco Blanco, más toro y más peligroso aún que los anteriores, el cual provocó un derribo impresionante. Los espectadores, de paso y los cuatro frívolos que también hay entre aficionados se lamentaban al final de. que habían visto una mala corrida. Bueno, pues no hubo tal. Cuando en el ruedo hay toros -bien que sean duros como la piedra- y unos gigantes del valor como Manili y Vargas, la corrida nunca puede ser mala. Hasta con él capote -una suerte que la mayoría de los espadas eluden- estuvieron extraordinarios. Los dos recibieron a sus toros ganándoles terreno en el lance y embraguetándose en la misma boca de riego. Los dos hicieron quites. Uno de Vargas por chicuelinas fue primoroso y cuando en el sexto se echó el capote a la espalda, para pasarse por la barriga los puñales del Charcoblanco, la emoción adquirió caracteres de angustia. Oíamos: «Estos toreritos piden paso». Si no se lo han dado es que los taurinos están locos. Bueno, a lo mejor es eso.

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