No todo es cancerígeno
Veamos algunos titulares tomados de la Prensa nacional y extranjera en los últimos meses: «Cervezas cancerígenas», «La cerveza cancerígena provoca una intensa emoción en Alemania», «Cuarenta productos industriales, posibles agentes cancerígenos», «Los científicos estadounidenses dicen que el café puede producir el cáncer», «Indicios de sustancia cancerígena en los chupetes y biberones» y «El agua clorada es cancerígena».Todas estas noticias están creando en el público en general dos corrientes de opinión: unos piensan que todo está resultando cancerígeno y que por ello no vale la pena esforzarse para librarse del efecto de los productos de cancerogenicidad probada, y otros adquieren un miedo generalizado que les lleva a evitar un producto tras otro y a adquirir una auténtica cancerofobia que les impide enfocar con ecuanimidad el problema de la prevención del cáncer.
Preciso es tener en cuenta, ante todo, que las causas y el proceso de formación del cáncer presentan todavía numerosas incógnitas, que probablemente no se despejarán en los próximos años. Ello introduce un elemento de incertidumbre en toda la problemática del cáncer, hasta el punto de que sólo puede considerarse que un producto es canceroso cuando así se ha probado en una larga serie de estudios experimentales y estadísticos.
La experimentación en animales es en la actualidad la base principal que sirve para afirmarla cancerogenicidad de una sustancia dada. Sin embargo, este tipo de estudios tropieza con dos importantes escollos: la extrapolación al hombre de los resultados obtenidos en animales no es siempre factible y el examen de las dosis administradas al animal de experimentación muestra en muchos casos que son enormes en comparación con las que recibe normalmente una persona expuesta a la misma sustancia.
Un ejemplo típico lo ofrece el reciente hallazgo, realizado en Suiza y en Alemania Occidental, de nitrosaminas (cancerígeno probado) en los chupetes y biberones. La cantidad presente de estas sustancias era realmente ínfima, pues se evaluó entre 0,0001 mg. y 0,00001 ing. por artículo; pero la noticia provocó una intensa emoción y muchas personas pensaron con angustia en la posibilidad de que sus niños sufrieran un cáncer.
Muchos más son los que reaccionaron en la forma más negativa posible, que consiste en equiparar todos los riesgos, situando en el mismo plano a las nitrosaminas de los biberones y al tabaco, por ejemplo. Es, sin duda, el error más grave que puede cometerse en este contexto, pues la relación entre el tabaco y ciertas formas de cáncer se ha probado con absoluta certeza en cientos de. estudios perfectamente fiables.
El medio laboral
Es evidente que los intereses económicos ligados al tabaco en Estados Unidos no habrían tolerado jamás, si no fuera cierto, que en las cajetillas de cigarrillos y en los anuncios de cualquier producto derivado del tabaco figure una advertencia que dice así: «El director general de Salud ha determinado que fumar cigarrillos es peligroso para la salud». El efecto de esta advertencia sobre las ventas debe ser importante cuando, en forma sistemática, no aparece en las cajetillas destinadas a la exportación ni en los anuncios de las ediciones internacionales de las revistas estadounidenses.
Aparte de la neta relación existente entre el tabaco y el cáncer, se hace cada vez más hincapié en la presencia en ciertos medios laborales de sustancias cancerígenas que, al originar una exposición constante del trabajador, adquieren una importancia en absoluto desdeñable. El contacto prolongado del obrero con los productos cancerígenos, que puede incluso alcanzar a toda su vida activa, ha llevado a las autoridades sanitarias de distintos países industrializados, singularmente Estados Unidos y la Unión Soviética, a dictar normas muy estrictas. El primer reglamento destinado a proteger a lo! trabajadores estadounidenses contra el riesgo de cáncer del medio laboral ofrece las siguientes características fundamentales:
1. Los carcinógenos potenciales se dividirán en dos grupos, en función de que el riesgo sea probado o presunto.
2. Los empleadores deberán reducir la exposición de los trabajadores a las sustancias de cancerogenicidad probada hasta el mínimo nivel factible, aplicando fundamentalmente la tecnología industrial apropiada. Si existe una sustancia de sustitución apropiada, el agente carcinógeno debe eliminarse por completo.
3. Los carcinógenos presuntos se someterán a normas de urgencia temporales hasta tanto se aclare su situación.
Hay cánceres y cánceres
Es evidente que la eliminación de todo riesgo es imposible, tanto en el medio laboral como en cualquier otro, pero no es menos cierto que no pueden colocarse en pie de igualdad el peligro buscado voluntariamente, como es el derivado del hábito de fumar, con el riesgo a que se ve forzosamente sometido un trabajador que manipula; por ejemplo, amianto, y que tiene así elevadas posibilidades de llegar a sufrir un tumor de tan alta malignidad como es el endotelioma pleural.
La contaminación del medio laboral tiene particular importancia porque a menudo viene a sumarse a la procedente de otras fuentes. Incluso sucede a veces que no se produce un efecto meramente aditivo, sino que existe una acción sinérgica-, de modo que el efecto de conjunto no es sólo superior a la suma de sus partes, sino además cualitativamente distinto.
Pese a la necesidad de las medidas de higiene del trabajo destinadas a reducir la presencia de carcinógenos, la desalentadora realidad es que éstas se aplican mal en casi todas partes, sobre todo desde que la actual crisis económica ha reducido en parte el ardor reivindicativo de los trabajadores, quienes con desgraciada frecuencia temen más al peligro inmediato de la pérdida del empleo que al riesgo lejano de un cáncer.
Las noticias terroristas referentes al riesgo de cáncer conducen en general a fomentar la despreocupación, pero justamente esta actitud es la que más favorece a los sectores industriales que no tienen gran interés en adoptar normas estrictas, que son complejas y, sobre todo, costosas.
Sin caer en la cancerofobia, es preciso prestar atención a los riesgos bien probados y, sobre todo, presionar a las autoridades sanitarias para que investiguen a fondo, y no despreocupadamente, cualquier informe sobre cancerogénesis; adopten, si corresponde, las medidas idóneas y, sobre todo, vigilen su correcta aplicación.
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