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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El terrorista itinerante

EL ASESINO Mehmet Ali Agca, que intentó matar al Papa, era un hombre perfectamente conocido por la policía de todo el mundo. Su ficha dactiloscópica y fotográfica había sido distribuida a la Interpol por la policía turca después de que escapara de la cárcel donde estaba, por haber asesinado a un periodista de izquierdas. Ha viajado, sin embargo, libre y fácilmente por toda Europa: se ha detectado su presencia en Alemania Occidental, en el Reino Unido -donde, al parecer, adquirió la pistola-, en Suiza, en Francia; el último país que ha visitado, como un turista, recordado sólo con cierta esplendidez y mucho interés por lo pintoresco, ha sido España, concretamente Palma de Mallorca; esta España erizada de controles, de pesquisas, de detenciones preventivas, en una justa alerta frente al terrorismo. Ninguna de estas finas cribas le ha detectado a tiempo, o, si lo ha hecho, le ha dejado correr. No deja de ser curioso que, precisamente ahora, a crimen pasado, sea cuando se señale su aparición y sus movimientos, hasta el punto de que la policía de Palma puede asegurar con pasmosa certidumbre que no tuvo más contactos que «los normales entre sus compañeros de grupo (turístico) y el personal del hotel».Dejando aparte, por monstruosa, la idea de que su, condición de derechista (que podría pasar por un diploma de contraterrorista) le hubiera permitido tanto la fuga de una cárcel turca como la indiferencia en otros países, queda flotante la idea de la ineficacia de ciertas medidas y de la permeabilidad de - las fronteras. O los miles de millones que gasta Europa en especialistas, laboratorios y computadores son inútiles o -peor aún- queda el desaliento de que esta sociedad es demasiado vulnerable.

Pero la explotación de este hecho puede llevar a conclusiones tan precipitadas como equívocas. Por ejemplo la invectiva del ministro de Asuntos Exteriores turco en el Consejo de Europa contra la facilidad con que se concede asilo a los refugiados políticos. La distinción entre refugiado político y asesino de cualquier índole es notoria, y la utilización de este escape por parte de las autoridades turcas para urgir el cerco y la persecución a los que huyen de su país, huyendo precisamente de un terrorismo de Estado que lleva ya 2.000 condenas a muerte desde que se implantó el régimen militar. En un tono más suave, la intervención del ministro español Pérez-Llorca acusando a la «libertad de los países democráticos» de la facilidad de los movimientos de terroristas llega también al equívoco. Nuestro contencioso con Francia por su condición de santuario de los terroristas vascos no es culpa de las libertades democráticas, sino de un inmenso y grave error político del Gobierno francés.

Más asombroso aún es el tiro por, elevación que relaciona el terrorismo con una operación política de otra envergadura. Es la parábola por la cual se supone que el terrorismo en España está fomentado por quienes quieren, desde el exterior, desestabilizarnos para que no entremos en la OTAN; en el momento en que entremos abandonarán este esfuerzo. Ingresemos, pies, en la OTAN y se habrá acabado el terrorismo...

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Toda la utilización política que se está haciendo del terrorismo en España y fuera de ella es repugnante. A partir, aquí, de la inadmisible suposición de que el golpismo es una respuesta justificada al terrorismo; el golpismo es un fin en sí mismo, con una finalidad bien definida y unos objetivos de implantación de un régimen determinado que va por caminos muchísimos más largos que la mera erradicación del fenómeno en que se pretende amparar.

Conviene circunscribir el terrorismo a lo que realmente es, y aislar clara y perfectamente sus objetivos y sus procedimientos. Mehmet Ali Agca es un terrorista de clara filiación y ha fallado la red encargada de sujetar a estos asesinos. Tupirla ahora para que retenga o detenga a quienes tienen otra filiación meramente política, o transgredir los principios de la democracia, terminaría siendo una operación simétrica a la del propio terrorismo. Es absolutamente necesaria la cooperación internacional que se ha planteado el Consejo de Europa, al que la presidencia del español Areilza -que está perfectamente sensibilizado al fenómeno, pero con sus recientes actuaciones parlamentarias ha demostrado también que es muy sensible al tema de los derechos humanos y de la democratización- puede dar una dinámica importante en esos sentidos. Que se aumente la cooperación, que nadie ahorre medios para perseguir a terroristas de izquierda o de derecha -solamente asesinos-, que se pongan todos los medios para descubrir con unas si las hay (y no solamente que se pinten en el aire como una creación de cómodo misterio: que se denuncie y que se pruebe); pero que nada de ello vaya en contra de lo que es justamente la medida de la civilización que se está defendiendo con los asesinos la abolición de la tortura y de la pena de muerte, el derecho de cada ciudadano al máximo de su libertad y a su defensa ante los tribunales, la facilidad de entrada y salida por cada frontera. La responsabilidad de quienes han dejado años de libertad, viaje y quizá conjura al asesino fallido del Papa no debería descargarse sobre una sociedad que es de víctimas y no de culpables.

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