El grito desgarrador de un torero
El bronco Alonsomoreno, mulo de muchas generaciones, llegó a exasperar a El Inclusero, que llevaba rato intentando sacarle un partido imposible. El torero se puso frenético, hizo un ademán de vapulearle, y un grito desgarrador le salió de la garganta: «iA ver cuándo me pondrán con una de Torrestrella! ». Lo oímos claramente los de por allí, en las localidades bajas del diez. Y creo que todos asumimos la desesperación de un torero que lo. es desde las zapatillas hasta el flequillo, mucho más torero que la mayor parte de las figuras, el torero de la tarde.Desesperación por una oportunidad que no llega. Tardes y tardes de exponer las femorales a la puñalada, ganándose el puesto que nadie cede, hasta alcanzar ¡al fin! una en San Isidro. Y resulta que esa tarde, toda la crema de la fiesta pendiente del ruedo, le vuelve a salir el ganado bronco, el mulo de muchas generaciones, y otra vez, como una maldición, tiene que seguir exponiendo las femorales a La puñalada.
Plaza de Las Ventas
Toros de Alonso Moreno, con respeto, broncos. El Inclusero: estocada y dos descabellos (palmas y pitos). Pinchazo bajísimo, otro arriba, rueda de peones y estocada ladeada (aplausos con algunos pitos y saludos). Niño de Aranjuez: tres pinchazos, estocada, rueda de peones, aviso y se acuesta el toro (pitos). Estocada y descabello (silencio). Mario Triana: que confirmó la alternativa: estocada trasera y caída (aplausos y salida al tercio). Estocada ladeada y rueda de peones (oreja muy protestada). Presidió mal el empresario Pajares. Hubo gran entrada.
Más torero de las zapatillas a la cabeza, que, aunque veterano es joven, y mantiene vivas las ilusiones del día en que estrenó el primer traje de luces, no podía afligirse y no se afligió. Demostró quién es. La primera señal -una maravilla de técnica- y torería-, los dos capotazos echando el capote abajo con los que fijó al toro, que huía alocadamente por el ruedo. Y luego, las verónicas embraguetándose, mandando en el lance, cargando la suerte. También instrumentó chicuelinas, bregó con acierto, hizo un quite a la verónica al sexto adelantando el capote. En esta modalidad torera, que lleva años casi en desuso, muy pocos le igualan.
Como tampoco le igualan en el último tercio, que domina, sobre la base del conocimiento acabado de terrenos y querencias, unido a una esmerada técnica de muletero, en la que incluye todo el repertorio de suertes. Los toros no le andaban, o se le vencían. Cuando comprobó que el primero acometía violento en los medios, lo llevó a la cercanía de tablas y allí se gustó en la interpFetación del toreo en redondo, en un precioso kikiriki, en los ayudados.
Pases ayudados que mejoró en el cuarto, mulo de muchas generaciones, después de exprimir toda remota posibilidad de embestida con derechazos sueltos y, tras el grito de protesta y angustia, con una serie corajuda al natural que no se explica cómo lo pudo ejecutar, pues no había embestida en aquella negación de la bravura que le pusieron delante. Quizá embistió el torero. Quizá la rebelión contra la injusticia, la rabia por arañar el triunfo, diluyó unos instantes la mansedumbre, doblegó al mulo, le forzó a humillar y andar.
Sin embargo, el público estuvo frío con el torero. El público estuvo frío toda la tarde, acaso porque no llegó a calibrar los problemas y, en definitiva, el peligro sordo que presentaban los toros.Niño de Aranjuez estuvo muy desconfiado, perdidos los papeles, con su lote. Mario Triana entendió poco al suyo, que resultó el más manejable, dentro de la bronquedad que caracterizó a toda la corrida. No era, sin embargo, para pagar con indiferencia su actuación.
El hielo se rompió ya al final, en el sexto, cuando saltó a la arena la cuadril la del arte.. El público vi6ró con sus pares de banderillas prendidos a ley. La forma valiente, auténtica y precisa con que realizaron la suerte, frente al toro crecido y fortísimo, llegó a alcanzar limites de enorme emoción. Fue por delante José Ortiz, que cuadró en la cara y prendió arriba los palos, y a la salida se vio perseguido y arrollado. Manolo Ortiz, en el siguiente turno, colocó un par monumental, uno de los mejores que se hayan visto durante los últimos años en esta plaza. Cerró Curro Alvarez también asomándose al balcón, aunque las banderillas le quedaron ladeadas.
El entusiasmo que despertó este tercio no decayó ni cuando hubo terminado la corrida, y a su calor Mario Triana consiguió que se le jaleara la faena, seguramente porque el público tomó conciencia del peligro sordo que llevaban dentro los toros. Y aprovechando el triunfalismo incipiente, en conjunción con Ia histórica y feliz circunstalancia de que el Pisuerga pasa por Valladolid., el presidente volvió a meter la pata y le regaló una orejita.
De esta forma, Mario Triana remataba en triunfador la tarde de los toros broncos, y El Inclusero se iba con su toreria a esperar otra oportunidad. Sería muy triste que el grito desgarrador no le hubiera servido para nada.
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