Los templos de Angkor, en Camboya, están en peligro de destrucción total
Sólo la Unesco puede salvar los restos de la civilización "jemer"
Los templos y palacios de Angkor -centro religioso budista y antigua capital de los reyes jemeres -se encuentran en peligro de expolio y destrucción total. El abandono de los trabajos de restauración, emprendidos bajo influencia francesa; los actos de pillaje y vandalismo, junto a los destrozos ocasionados por la guerra y los efectos persistentes de las fuerzas naturales, amenazan la existencia de uno de los conjuntos arquitectónicos más impresionantes del mundo, conocido en Occidente como «las catedrales de la jungla».
Las fantásticas ruinas de Angkor ocupan una considerable extensión, trescientos kilómetros al norte de Pnom Penh, actual capital de Camboya: cuarenta kilómetros de Este a Oeste y veinte de Norte a Sur. Ocupada sucesivamente por las tropas vietnamitas y los jemeres rojos, es todavía una zona conflictiva y de inseguridad que sólo es posible visitar después de insistir mucho ante las correspondientes autoridades y con fuerte protección armada. No hay turistas en Angkor, ni cámaras fotográficas, ni puestos de souvenirs. Los únicos visitantes son los soldados vietnamitas y camboyanos que instalan sus vivacs en los magníficos restos de la residencia real de la dinastía jemer.Sobre las cinco torres que coronan Angkor Vat, el monumento más importante del conjunto, ondea la bandera de Camboya y se destacan las siluetas de los fusiles ametralladores emplazados en esta privilegiada atalaya. La mayor parte de las estatuas que adornan este imponente mausoleo han sido mutiladas, y en la galería llamada de Los Mil Budas son muy pocos los que permanecen intactos. Lo mismo les ocurre a los gigantes que montan guardia en la puerta de la Victoria, que conduce a Angkor Thom, la vieja ciudad real.
Los fragmentos de las estatuas se esparcen por los jardines abandonados a la avidez de la selva, donde los campesinos de los pueblos próximos cortan hierba para utilizarla como forraje o se amontonan en las enormes estancias. En algunas de ellas, inquietantes manchas de sangre salpican los muros del palacio de piedras: son las que utilizaron como matadero de reses las tropas ocupantes. Las aguas del río más próximo, cuyo curso fue desviado por los jemeres rojos para regar los arrozales colectivos, no circulan ya por la red de fosos y canales que entreteje el suelo de Angkor y que se ha convertido en ciénagas fétidas.
Al asolamiento de estas ruinas milenarias contribuyen también los actos de pillaje indiscriminado que practican las tropas combatientes. Los jemeres rojos han llenado camiones enteros con los despojos y restos de las estatuas para cambiarlos en la frontera tailandesa por sal o medicamentos. En las tiendas de anticuarios de Bangkok y de Ho-Chi-Min Ville -la antigua Saigón- se encuentran bellas piezas de estilo netamente angkoriano a precios sospechosamente reducidos.
«Lo que puedo asegurar es que no son ladrones de París los responsables de este atropello», declaraba Pich Keo, joven conservador de Angkor al corresponsal francés Bernard Estrade, en relación con el pillaje arqueológico que se sufría en otra época por parte de occidentales poco escrupulosos.
El millar de personas que trabajaba en la tarea de reconstrucción de Angkor iniciada a principios de siglo bajo la influencia francesa se ha reducido al número de 47, un equipo ridículo que carece además de los medios más indispensables para realizar su labor. Las instalaciones de oficinas, talleres y archivos montadas para llevar a cabo las obras de restauración y mantenimiento, han sido absolutamente destruidas. De los edificios sólo queda la estructura, y todos los planos, gráficos y levantamientos topográficos fueron quemados o dispersados.
«Hasta ahora, no hemos recibido más que promesas, pero ninguna ayuda concreta, de las misiones polaca, india, soviética y vietnamita que sucesivamente nos han visitado», se lamentaba Pich Keo al corresponsal francés. Sin embargo, no abandona sus últimas esperanzas, que se cifran en la próxima visita a Angkor del director general de la Unesco, el único organismo con posibilidades de financiar el inmenso proyecto que representaría asegurar la salvación de las ruinas de Angkor.
Fundada a finales del primer siglo de nuestra era, la ciudad de Angkor fue el principal centro religioso budista y capital de la civilización jemer hasta mediados del siglo XV. Conquistada en 1431 por los thais, fue posteriormente destruida y abandonada al poder de la selva, que desde entonces invade lenta, pero inexorablemente, sus ruinas. Actualmente, Angkor pertenece a Camboya, nación a la que fue cedida por Siam a principios de este siglo, aunque entre 1941 y 1946 pasó a formar parte de Tailandia a consecuencia de las guerras mantenidas entre ambos países fronterizos.
La ciudad de Angkor tiene el perfil de un cuadrilátero centrado en torno a la colina natural sobre la que se levanta el famoso templo de Angkor Vat, gran mausoleo construido por el rey Suryavarnam II en el período 1113-1150, consagrado a divinizar su figura bajo la apariencia del dios Visnú. Una gran pirámide coronada de cinco torres comunicadas entre sí por galerías, constituye el núcleo de esta magnífica muestra del poderío de la dinastía jemer, culminación del templo montaña de estructura escalonada típico de la arquitectura india. En torno a ella se extienden amplios recintos concéntricos adornados de estatuas y estanques artificiales. El muro más externo del conjunto se encontraba originariamente recubierto de bajorrelieves inspirados en la pródiga mitología religiosa hindú.
Angkor fue capital de Camboya hasta el año 921, fecha en que el rey Jayaverman IV trasladó la sede del poder real a Chok Gargyar, al norte del país. Más tarde, la ciudad creció notablemente y fue dotada de una red de canales de agua. Saqueada por los chams en 1117, fue reconstruida por el rey Jayavarman VI, a finales del siglo XII.
La publicación en 1861 del relato de Mouhot La vuelta al mundo, en el que se da una descripción detallada de las ruinas de Angkor, fue la primera noticia que difundió su existencia en Occidente, donde son conocidas desde entonces como «las catedrales de la jungla».
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