La comedia centrista
Edgar Neville formó parte de una generación de escritores que brilló en el teatro del franquismo. Y no hay que confundir teatro franquista con teatro del franquismo: era simplemente el teatro que se podía hacer dentro de unas determinadas constricciones que impedían otros vuelos, y sin tener una tensión política que les llevara a apuntar el camino de la protesta o de la rebeldía, que iniciaban autores más jóvenes. Venían, por un costado, de Jacinto Benavente -la obra bien hecha, el oficio, la superficie-; por otro, de Evreinoff, de la comedia cinematográfica americana. Humor, ternura, unas gotas de poesía, ingenio... Y un poco de nostalgia, una vaga tristeza de que, en materia de costumbres, las cosas fueran como eran. Una generación de comediógrafos con un arte menor, que, al parecer, se ha perdido. Edgar Neville, diplomático, viajero profesional, por tanto, pero también viajero por afición y por cultura, tuvo en su vida un toque republicano y un cambio oportuno de frente. Participó en la extraordinaria aventura de humor nuevo que supuso La Codorniz, de Tono y Mihura; en el teatro fue más conservador. Produjo, sobre todo, una obra culminante: El baile, breve y delicado minué de amor entre dos hombres y una mujer, pieza maestra de este género, don de el humor se mezcla con la nostalgia y la tristeza de lo imposible. En esta, como en todas sus obras -y, en parte, en las de su, misma generación-, aparece siempre una ficción de la vida, una búsqueda de soluciones a las normas naturalmente insatisfactorias y, por tanto, repletas de una resignación bien educada, apenas levemente insolente. Al ver esta noche Margarita y los hombres en Televisión sabremos qué es lo que queda aún vivo de la obra bonita hecha para una sociedad tranquila, pero en el centro de unas tensiones; una sociedad centrista que tenía un teatro centrista. Probablemente quede muy poco, excepto para quienes busquen el remedio en la nostalgia.
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