El manicomio democrático
El autor de la comedia musical Locos por la democracia (o Plaza de Oriente), Antonio D. Olano, ha paseado al menos una oreja por ciertas calles antes de escribirla y estrenarla ahora en el madrileño teatro Alfil. Su escucha ha sido fiel. En el espejo stendholano se reflejan cabal, aunque sarcásticamente, los dimes y diretes de algunos españoles, no a la fuerza de extrema derecha, contra la democracia.Olano es el notario bienhumorado de quienes hoy se consideran víctimas de un corrimiento sociopolítico. Lo que no hace es prodigarse tanto como Vizcaíno Casas en los golpes bajos ni en el sectarismo primario. Tan es así, que dependerá de la clase de público que acuda a ver la obra el color del balance. La acción de la comedia empieza en abril de 1931 y concluye en abril de 1980; esencialmente se sitúa en una sola casa, separada por un rellano y dividida en dos viviendas, cuyas ventanas dan a la madrileña plaza de Oriente. Los personajes sainetiles que habitan ese espacio no persiguen la credibilidad, sino tan sólo el eco de la risa a cada una de sus frases.
Logra Olano cohesionar la incoherencia de sus criaturas escénicas a base de alusiones históricas, guiños que brotan de la actualidad y chistes en bandeja. Aquello que se le va de las manos reside en un decorado que parece alquilado al realismo socialista. Y se le va aún más con la rica floración de cuplés y canciones, traídos por los pelos, sí, pero que tienen la sospechosa virtud de tornar grises los ya de por sí elementales diálogos. Satirizado el divorcio en la intriga, en la carpintería teatral renace.
El director, José Francisco Tamarit, aligera al máximo el aspecto ideológico de la comedia. Las dos intérpretes, Luciana Wolf y Karina, buscan más el placer personal que la venta del mensaje. Carlos Díaz, cuyo parecido físico con Antonio Gala es rumor general en la sala, da la impresión de flotar. Sólo Rafael Castejón parece identificarse a fondo con su papel.
Esas grietas, voluntarias o involuntarias, debiera acaso Olano acentuarlas en vez de corregirlas, pues por ahí puede soplar el aire que diferencia a Locos por la democracia de tanta obrita histérica como ahora circula a bordo de un agrio y azulado malhumor.
En un ámbito democrático, nadie puede reprocharle a Olano que pasee su espejo por donde franca o realmente quiera, máxime si lo maneja con intenciones de diversión. Sólo los paseantes reflejados incitan, pues, a la relectura puntual de Unamuno: « En la vida común y en el comercio corriente de las gentes, la extrema pobreza de ideas nos lleva a rellenar la conversación, corno de ripio, de palabrotas torpes, disfrazando así la tartamudez mental, hija de aquella pobreza; y la tosquedad de ingenio, ayuno de sustancioso nutrimento, llévanos de la mano a recrearnos en el chiste tabernario y bajamente obsceno. Persiste la propensión a la basta ordinariez, carácter de nuestro realismo castizo».
Babelia
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