Aquella República
Aquella República, la segunda, sobre la que ha llovido este abril tipográficamente, como sobre nuestros corazones desestabilizados, me hace a mí pensar que los nostálgicos republicanos son de la misma raza sentimental que los nostálgicos de la monarquía o del franquismo: nostálgicos.Lo dijo Juan Ramón Jiménez, que lo ha dicho casi todo en este país y siglo:
-Nostaljia aguda, infinita, de lo que tengo.
Y qué aguda, esa nostaljia con jota del poeta. Porque la nostalgia republicana es nostalgia aguda. infinita, poética, pero nada política, de lo que tenemos, o sea esto: libertades públicas y privadas, leyes progresistas (fiscal y de divorcio, aunque hay quien dice-que si los impuestos sólo los pagan los Jubilados, al divorcio sólo podrán optar los viudos), proyectos autonomistas, un futuro europeo, un pasotismo ilustrado (la generación del 27 fue en buena medida otro pasotismo ilustrado, con su poesía pura), y una acracia juvenil que no pide democracia porque, sencillamente, la vive.
El feliz balance que acabo de hacer, claro, se descompensa con el nuevo periodismo de Tejero, el terrorismo/golpismo y la millonaria evasión de dinero a Suiza, Filipinas, América. (Funciona en la calle la versión libre de que hay una mafia dedicada profesionalmente a sacar el dinero de los adinerados, y que el último virtuosismo de esa mafia es matar al remitente y quedarse con la pela larga: explicación anovelada e irresponsable, por ejemplo, del caso Urquijo).
Hemos dado los mismos pasos adelante que aquella-República-de-sangre-y-lodo, y tenemos los mismos enemigos. Lo que hay que hacer, pues, es defender lo que tenemos, estar a la altura del presente, igualar con la vida el sentimiento (más que el pensamiento) y no refugiarse en nostalgias republicanas tan líricas y fisiológicas como las nostalgias monárquicas.
El dilema Monarquía/ República, que ahora plantean sospechosamente la extrema derecha y la extrema izquierda, es un problema mal planteado, como diría Ortega, o, sencillamente, planteado con mala fe. Cuando un pueblo consigue ponerse a la altura histórica de sí mismo, debe defender esa posición, esa situación, y dejar para más adelante la forma o las formas. En terminología del viejo y olvidado Eugenio d'Ors (terminología que nunca aplicó a este tema, me parece), la Monarquía viene a equivaler a las formas que pesan y la República a las formas que vuelan, en cuanto que la Monarquía está lastrada de tradición, pasado, inmanentismo, irracionalismo y protocolo, a más del tópico peso del armiño, que don Juan Carlos ha sustituido muy desenvueltamente por una camiseta a rayas de balandrista o lo que sea eso.
La República, así, equivaldría a las formas que vuelan: imaginación, novedad, repentización, espontaneidad, apertura, futurismo e incluso romanticismo. Pero he aquí que aquella República, tan entrañable para quienes nacimos en ella, va teniendo mucho plomo de imprenta en las alas, mientras que esta Monarquía ha ignorado a d'Ors y sus formas que pesan para correr democráticamente -¿republicanamente?- en el balandro de un proyecto sugestivo de vida en común. Monarquía que vuela y que los Tejeros por libre quieren cazar al vuelo.
Republicano como es uno, no quisiera quedar de Prometeo malencadenado a aquella República por cadenas cronológicas, con el hígado revolté picoteado por el cuervo de la nostalgia. Vivamos esta Monarquía como una III República. Es lo más valiente y eficiente que podemos hacer por ella. Y por nosotros.
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