El Premio de la Crítica

Es muy dificil estar en desacuerdo con el artículo publicado por García Hortelano en ese periódico del día 10, que lleva por título «De cómo evitar el galardón», y que se refiere al Premio de la Crítica, este año concedido en Zaragoza. El habla del inconformismo del premio, «con respecto a los criterios de valoración imperantes durante todo el año, incluso con los defendidos por ellos individualmente desde sus trabajos críticos»; habla de «que los críticos parecen decidirse a echar una cana al aire» (en vez de juzgar), «pero tabernaria, estentórea y nalguera, que es como debe ser este tipo de expansiones».Acaso haya exageración aquí. Lo que sí sucede es que él no vive en esta ciudad de Zaragoza, tristemente desafortunada en el medio intelectual, y así es dificil juzgar el cotarro literario, que se debe a estas dos causas:

1. El presidente del Premio (ya dimitido este año) presenta(ba) unas tremendas dotes organizativas de persuasión. Por otra parte, hacía prevalecer los valores morales de ortodoxia estricta sobre los de creación o literarios, constituyéndose en martillo o yunque de herejes. Así, en una crítica en el diario de la región, expresa que Makbara, de Goytisolo, «va en contra de los valores que venero», y que se me permite citarme, en cuanto puede significar inmodestia o vanidad. En una de sus críticas, dice con respecto a uno de mis libros: «En esta novela hay una serie de argumentaciones partidistas irreverentes y molestas contra la Iglesia, sus ministros, las creencias religiosas, desarrolladas en forma irritante, despectiva en su frialdad, en designio avieso. El autor las cree así, las sustenta una y otra vez, empecinado, y no vale la pena a entrar a discutirlas o refutarlas; son ya viejas, casi connaturales a él y trasnochadas».

2. Es posible que esta influencia, que se aureola en lo espiritual, vuelva tarumba a los otros críticos venidos de lejos. El fenómeno debe ser estudiado atentamente en el terreno de lo sociológico y de la hipótesis, porque yo estuve hablando con muchos de los comentaristas literarios, aquí en Zaragoza, y ninguno estaba -aisladamente- satisfecho con el resultado, lo que demuestra que el inconsciente colectivo Junguiano, o de masas, hace siempre de las suyas./ .