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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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La querella

Antonio de Senillosa, minidandy catalán, una baronesa muy bella, una modelo, una March, el duque de Ahumada, con quien suelo jugar al parchís, ya que no a otras estrategias familiares más bizarras; un hijo del general Varela, que explica muy bien el golpe; Aurora Lezcano, Penagos, Fernando Díaz-Plaja, Mercedes Fórmica, Caro Baroja, Chelo y más personal, todos en tomo a la mesa de Luis Escobar, hasta que de pronto, zas, meto la mano en el bolsillo distraído de la chaqueta y me acuerdo al rozar el papel: la querella.Querella personal, oficial real o irreal de la Iglesia española contra mí, que me ha puesto un contencioso moral por un artículo sobre Wojtyla. Claro que mi contencioso moral con la Iglesia viene casi desde Nicea o Trento, pero ahora parece que arrecian, y soy yo quien va a ponerles a ellos un contencioso cívico/laico: ¿por qué me han tenido cuarenta años sometido a su rollo, por qué han osado bautizarme, confirmarme, confesarme, comulgarme, casarme, vigilarme, condenarme, castigarme, estigmátizarme, exorcizarme, como a tantos españoles -todos- prevaliéndose de una dictadura política que ellos aspergiaron de agua bendita? Si la Iglesia española quería realmente purgar sus culpas politicofranquistas, en el tardofranquismo, lo que tenía que haber, hecho era retirarse al desierto (o siquiera a la Manga del Mar Menor de Murcia) a hacer meditación y oración, como Cristo, del que no acaban de aprenderlo todo, se retiró cuarenta días y cuarenta noches a comer piedras y mantener una dialéctica hegeliana con el demonio.

Nada de curas comunistas, curas con suéter, curas con guitarra, curas con señora, curas con trabuco ni curas con Cuadernos para el diálogo. Eso era pasar a otra forma de ofensiva. La verdadera atrición de la Iglesia española habría consistido en callarse, en hacer la penitencia en silencio, como nos la recomiendan a nosotros. Ahora que se duda -abusivamente- del derecho de los policías o los soldados para ser demócratas, cuando nacieron franquistas, algunos, hay que dudar sobre todo, y decirlo, del derecho de la Iglesia para decidir sobre democracia.

Miles, millones de españoles tenemos una querella contra la Iglesia nacional, y nos callamos. Sólo con su silencio podrían comprar nuestra confianza o nuestra fe. Nunca con un nuevo mangoneo que ahora condena aquí las libertades de Prensa e imprenta (las libertades de Prensa e imprenta soy yo), y un cuarto de hora más tarde condena allá la presencia militar, en nombre de las libertades. Demasiado lo vuestro, mis queridos episcos. La otra noche he encontrado al gran ginecólogo Hernández (el ginecólogo madrileño de la progresía) en no sé qué sarao nocturno, y le recordaba yo el día del famoso y valeroso discurso de Tarancón a la Corona, día festivo y desertizado en Madrid, cuando Hernández accedió a mirar las interioridades rosa a una mujer de mi amor. Lo cual que estuvimos oyendo por la radio y comentando el importante discurso/homilía mientras una muchacha esperaba con el dulce vientre candoroso desnudo y abierto. De aquel discurso a esta querella, toda la involución de la Iglesia española, endógama en unos momentos y exógena en otros, cuando Innocenti ha empezado a enredar y a Herrero de Miñón ya no le cabe un miñón por el alma.

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