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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

"Fans", flamenco y "rock" en una mañana de primavera

Sin lugar a dudas, la contradicción es la sal de la vida. Y el domingo por la mañana, cuando aún no se habían desencadenado las furias sobre el estadio del Manzanares, esas contradicciones brotaban espectacularmente en la calle de Atocha, en Madrid. Apenas separados por el tabique que divide la discoteca Consulado del cine del mismo nombre, se producían, no uno, ni dos, sino una cantidad de fenómenos heterogéneos y divertidos. La calle se encontraba ocupada por gentes diversas.

Progres de barba florida miraban a niñas en flor rodeadas por las chaquetas negras de unos rockers que causaban espanto en familias biempensantes. Y es que, en esos breves metros, había un festival de flamenco a beneficio del Sindicato del Metal de Comisiones Obreras, y también la presencia de Leif Garret frente a sus incondicionales del Gran Musical, pero, asimismo, la actuación de los ingleses Matchbox, héroes del rockabilly resistente.Lo del flamenco comenzó antes. Eran las once de la mañana y el cine se encontraba medio lleno de unas gentes que venían de Madrid y de su lejana periferia. Aficionados que habían comprado sus entradas en los lugares más insólitos y fabriles, y a los que se había intentado facilitar la asistencia. Claro que estas no son horas para el cante, de manera que los artistas se levantaron con las del alba para preparar unas gargantas que a estas alturas ya parecían bien regadas. Salía por allí la presencia quijotesco-andaluza de Fernando Quiñones, repartiendo sabiduría, frases y conocimiento, presentando a los cantantes como quien muestra un milagro chico y luego yéndose, dejándonos con el milagro por ver si se producía y era verdad.

Manuel Soto, Chaquetón, Carmen Linares y José Menese

Cantaban Manuel Soto, Sordera, Chaquetón, Carmen Linares y José Menese. Tocaban Enrique de Melchor y Juan Habichuela. Sobre el patio de butacas se iba desgranando el cante que decía cosas como «Lo de menos sería quererte, pero ¿quién le pone trabas a la lengua de la gente?». Eran unos tientos del Sordera, mientras al otro lado del tabique, en la discoteca, se producían escenas de cuasihisteria cuando ese chico rubio y de perenne adolescencia (Leif) saludaba a sus chicas. Era la magia del nombre, el otro asombro, el llanto romántico de las fans que pronto fue respondido por quienes habían ido a escuchar a los viriles Matchbox con gritos de ¡Rock, rock,rock!, que competían al poco con los suspirantes ¡Leif, Leif, Leif! Eso, mientras al otro lado del tabique, José Menese cantaba aquello de «Compartí con mi hermano la risa, el dolor y el llanto».

Una tabique de separación entre generaciones

Fernando Quiñones volvía para amenazarnos con su cante, que aunque él fuera presentador, aquello era una fiesta, y le gustaba oír el toque de Juan Habichuela, o de Enrique de Melchor, tan económico y con tanto sentido. Los progres estaban encantados y las buenas familias más, que aquello era el reino de la malagueña, la soleá y la petenera (que viene de Paterna, por cierto). Al otro lado, la cosa iba más de Coca-Cola o de nada. Lo foráneo y generacional, el rock de Matchbox, se emitía por las ondas, pero no cataba el fino, se grita, pero se escucha menos que quienes cómodamente sentados oían el cante de Carmen Linares o la entrega de esa humanidad inmensa que es Chaquetón.

Hubiera sido divertido que el tabique se hubiera roto, que de pronto se hubieran encontrado en el tumulto los sindicalistas con las fans y los rockers. Que Matchbox se unieran a Chaquetón para ento nar una bulería, y que Leif Garret se viera obligado a pagar los whiskys de todos. Pero no puede ser: el tabique, este tabique, está bien hecho. Debiera haber sido de cartón.

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