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Reagan no quiere ser fotografiado en el hospital donde convalece en Washington

Tres días después de la operación a que fue sometido tras el intento de asesinato, el pasado lunes, y a pesar de las declaraciones optimistas sobre «la asombrosa recuperación del presidente», procedentes de portavoces oficiales, el pueblo americano no ha conseguido todavía ver una sola fotografía ni unos segundos de película con la imagen de Ronald Reagan en el hospital.

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Y, sin embargo, las declaraciones son verídicas. Reagan se recupera perfectamente y sigue sin haber complicaciones. La explicación es puramente política. El propio presidente no desea que su imagen aparezca en la cama del hospital de la Universidad George Washington con una sonda en la nariz, para respirar, y un tubo intravenoso en su brazo.El portavoz adjunto de Prensa de la Casa Blanca, Larry Speakes, declaró que no hay que buscarle tres pies al gato en la decisión de no permitir fotografías, pero fuentes cercanas al entorno presidencial manifestaron a EL PAIS que Reagan no desea aparecer ante el público en su estado actual, y el propio New York Times, citando funcionarios de la Administración, decía que Reagan no quiere «ser visto como una criatura del espacio exterior».

A esto hay que añadir los efectos de una operación grave para extraer una bala del calibre 22 del pulmón izquierdo de un hombre en perfecto estado de salud, pero con setenta años. Porque, a medida que pasa el tiempo, queda bien patente el hecho de que el estado del presidente, cuando llegó al hospital, era mucho más serio de lo que se creyó en un principio, hasta tal punto, que, según informaciones filtradas ayer, el hecho de que se le llevara al centro médico de la George Washington University, cercano al lugar donde se cometió el atentado, en lugar de trasladarlo al hospital Walter Reed, del Ejército, o el naval, en Bethesda, pudo haberle salvado la vida.

Según el doctor William O'Neill, primer interno del centro médico que recibió al presidente, la presión sanguínea de Reagan era muy baja, indicando un colapso inminente. Otro médico, que ayudó a los agentes del servicio secreto a trasladar a Reagan al quirófano, manifestó que presentaba todos los síntomas de haber sufrido un ataque cardíaco. Hubo un momento, añadió, que cuando le depositamos en la camilla se volvió hacia mí y me dijo: «Me falta la respiración».

El parte médico facilitado ayer informaba que el presidente había dormido perfectamente y que su desayuno había consistido en zumo de naranja, melón, dos huevos escalfados y una tostada. La ubicación de la suite ocupada por el jefe del Ejecutivo se mantiene, como es lógico en secreto, aunque se ha sabido que el precio diario asciende a 234 dólares (unas 21.000 pesetas).

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Entre tanto, un portavoz del servicio secreto ha manifestado que, aunque los agentes de servicio el pasado lunes cumplieron las medidas previstas en el instante del atentado, el servicio ha iniciado una investigación para determinar por qué la Limousine presidencial no se encontraba situada en línea recta con la puerta de salida del hotel, como es habitual en estos casos.

El hecho de no encontrarse en esa posición obligó a Reagan a recorrer ocho metros, en lugar de los tres que separan la puerta principal del Washington Hilton de la calzada. Pero, resulte lo que resulte de estas investigaciones, la filosofía básica de los agentes de seguridad es la imposibilidad absoluta de una protección total a un presidente en un sitio público en un país democrático. A este respecto, se cita una frase atribuida por el escritor Jim Bishop al presidente John F. Kennedy, que es suficientemente significativa: «Por mucha protección que se me facilite, todo lo que necesita un hombre (para matarme) es que tenga la determinación para cambiar su vida por la mía». Lee Harvey Oswald probó que la premonición de Kennedy era cierta.

Y mucho más en un país como Estados Unidos, en el que nada menos que 52 millones de pistolas andan en poder de sus ciudadanos. Muchas de estas armas, cuya importación se prohibió en 1968, son conocidas como Saturday night specials, y su nombre deriva del uso abusivo que de ellas hace una parte de la juventud americana en las peleas en bares y calles.

Importación de armas

La ley de 1968 prohibió la importación de las armas fabricadas, pero olvidó incluir en esa prohibición la importación de repuestos, con lo que éstos llegan a Estados Unidos, donde se transforman en armas de fuego y son vendidas a lo largo y ancho del país. La pistola del calibre 22 que hirió a Reagan el pasado lunes fue importada por piezas de Alemania Federal y montada en Miami.

El senador Kennedy, que el miércoles anunció que trataría, nuevamente de conseguir que el Congreso aprobase en el próximo futuro alguna legislación para el control de armas, piensa incluir en esa legislación dos medidas concretas. La primera, la suspensión total de importación de piezas de repuesto, y la segunda, que se establezca una especie de compás de espera, desde que un ciudadano solicita la venta de un arma hasta que ésta le es vendida, para que la policía investigue sus antecedentes.

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