El crimen folklórico
ETA comenzó en la guerrilla decimonónica y está terminando en el crimen folklórico. De las muertes de ETA se ha dicho todo -que son crueles, inútiles, injustas, contraproducentes, contradictorias, locas-, todo, menos lo fundamental: son el crimen folklórico.Algo así como la noche de Levante en calma de don José María Pemán. El crimen pasional, que en el hondo Surse entiende como las bodas de sangre con/por una mujer, en el Norte se entiende como bodas de sangre con/contra un presidente de Gobierno. En nuestros XXV siglos de cultura occidental ha habido dos ideas importantes: los griegos inventaron la democracia no orgánica y Marx la justicia contable. La contabilidad del mundo estaba confusa y Marx la puso en limpio. (Luego vendrían algunos marxistas a embarullar a Marx.) Los etarras, un suponer. El abandono simultáneo de la democracia griega y la contabilidad por partida doble de don Carlos Marx viene a dar, casi inevitablemente, la explotación del hombre por el hombre. O aquello otro del hombre lobo para el hombre, hasta que Herman Hesse dijo que menos lobos y se sacó el lobo estepario, animal totémico y kitsch de las sucesivas mocedades/traveller que han creído huir de la doble contabilidad de papá mediante el viaje a Katmandú, donde siempre seguían alcanzándoles, felizmente, los travellers generados por esa contabilidad. O sea que sólo sigue habiendo una realidad dialéctica: la explotación del hombre por el hombre o del hombre: por el baranda. Los mogollones históricos en nombre de otra cosa que no sea la libertad/justicia están siempre entre el fascismo y el folklore.
Tuñón de Lara ha hablado lúcidamente sobre el restrictivo sentido territorial de patria. Antes que el territorio, la patria son los hombres, los hembres son lo humano total, entre todos. A lo que más se parece una guerrilla territorial, fronteriza, cimarrona, banderiza, es a un orfeón, claro.
Pero los orfeones regionales se alquilan y no sabemos quién tiene alquilado hoy el orfeón de la muerte. En el País Vasco ha habido y hay muchos conflictos laborales, de clase (el de Olarra, un suponer), aparte el conflicto territorial, y ETA no se ha manifestado nunca mayormente a favor de esos obreros. La guerrilla patriótica, cuando se restringe, crispa, constriñe y estriñe, se queda en crimen folklórico o crimen pasional. Por no hablar de conspiración antiespañola, que era párrafo que a Franco le gustaba mucho, diremos que lo de ETA es el crimen pasional, el navajazo sureño del Norte contra el señorito que usufructúa la novia de uno, o sea la patria patriótica. Ayer he visto en el Retiro la espacial y espaciosa exposición de José Luis Sánchez, uno de nuestros grandes escultores (Albacete, 1926). De la anécdota, la figuración, la alegoría (localismo) a la abstracción general, grandiosa y como musical de sus últimas obras, que son como órganos adonde suena el óxido del tiempo. Es el proceso racional del hombre y la sociedad: de lo particular a lo absoluto. Así maduran los países, y no al contrario. Entre dos luces y con un whisky alemán de Aurelio Biosca, presento las litografías de Amalia Avia sobre el viejo Madrid. Madrid no es el centro de nada, sólo es nuestro pueblo, pero tampoco hay que matarse por él. Madrid sólo ha incurrido en el crimen pasional/folklórico cuando la francesada, y mejor que no lo hubiera hecho, porque Napoleón ya nos habría metido en el Mercado Común.
Guerrilla romántica antifranquista (que tanto nos encarecía Celaya en Oliver, hasta que ha firmado en contra, con lo mejor del vasquismo), crimen pasional/folklórico, orfeón de la muerte. Esta es la trayectoria de ETA. Pero los orfeones se alquilan y las guerrillas, si no triunfan pronto, se automatizan, exasperan y folklorizan. Cuando hay chabolas en Bilbao y Madrid, matar por un color no es sino el crimen folklórico.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.