Los pobres
Los pobres ya no piden dinero a la puerta de los mercados madrileños, sino que piden intendencia en la cola de la carnicería:-Señorita, ande, cómpreme esos menudillos.
O esa botella de leche para el niño, o esas galletas. En una sociología de los pobres, a ensaya al margen de la lucha de clases así llamada, habría que estudiar esto: hace pocos años, o sea cuando entonces, que había tantos pobres como ahora, pero nadie se atrevía a utilizarlos en la Prensa o la política demagógicamente, lo pobres ya sólo pedían dinero, e incluso tiraban al suelo el pan, si les daba uno un mendrugo de pan viejo. Se veía que estaban más o menos comidos y querían dinero sólo dinero, «para vicios», como diría una señora gorda de Mingote. Hoy, por el contrario, no quieren dinero, sino intendencia en directo, lo cual prueba, en principio, que tienen hambre, pero prueba asimismo algo sociológicamente más grave: que nuestros pobres han perdido la confianza en nuestra moneda. El que los banqueros y financistas pierdan la confianza en la moneda nacional puede ser peligroso (aunque sobre el valor de la peseta dudan todos los días, puesto que la peseta la deciden ellos) Pero me parece mucho más peligroso y sintomático que pierdan el sentido del valor del dinero, no los ricos, sino los pobres. Esto quiere decir que la desconfianza nacional ha desteñido hasta el revés de nuestra sociedad, por la mala economía de los Gobiernos Suárez y por el bloqueo económico que los empresarios, capitalistas, agiotistas (algunos), le hicieron a ex / Adolfo.
Langosta de pobres sobre Madrid. Entre la «escura gente» de la limosna hay que distinguir la raza cobriza de los gitanos, aunque todos los pobres tienen algo de gitanos y todos los gitanos tienen algo de pobres. En toda Europa, con la depresión económica, el lumpen se ha lanzado a una nueva industria, que es limpiarle a usted el parabrisas en los semáforos, veloz y espontáneamente, y poner el cazo. Aquí son gitanos.
Por Arapiles hay una mujer de media edad, con chaquetón de napa, que pide una y otra vez a los vecinos del barrio, cada vez que entran o salen con el coche. (Los pobres se han motorizado o, mejor dicho, han motorizado al cliente: al peatonal ya no le molestan, porque el peatonal se supone que es un piernas o un grapo.) La noche en que llegué al Café Gijón había un latinoché sempiterno que leía muy aplicado, cada tarde, la sección de Bolsa del Abc:
-¿Pero tú tienes algo invertido?
-Si yo no tengo plata, mi viejo, vos ves. Era un platónico de la Bolsa. Le preocupaba en sí misma, como esos madridistas sin dinero que se pegaban a la tapia del Bernabéu por oír cantar el gol. El latinoché era un síntoma del fanatismo, incluso meramente conceptual, de los pobres hacia el dinero, puesto que el dinero no es sino un concepto y, como decía Sartre en sus últimos tiempos, «toda moneda es ilegal». Hoy, cuando nuestros pobres pasan de dinero y piden intendencia, es cuando la peseta está realmente hecha una braga. Esta langosta de pobres y señoras entredudosas, como la de Arapiles, me huele a contra / allendismo promocionado, la huelga de las cacerolas; al peligro de esa pequeña burguesía/ menestralía que, siempre imprescindible, se deja ganar por el fascismo o el socialismo, según.
Son los que le redondean los cinco millones de votos a Felipe. Ahora me temo que se los está trabajando la ultraderecha y, más moderadamente, Fraga, que se ha puesto elocuente para cantar la teta de la madre y otros aspectos nutricios de la familia concentrada. Si la demagogia obrera lleva al marxismo, la demagogia de clase media lleva al fascismo. Calvo Sotelo (democracia vigilada / vigilante) se salva de fraguismo porque; gracias a Adios y a Adam Smith, no es elocuente.
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