La velada clásica de Al Bano
Al Bano sin Romina Power es algo así como Menéndez sin Pelayo. Pero él se ha presentado en el elegante escenario madrileño de Windsor con la ebriedad del acosado que grita: « iDejadme solo! ». Y la verdad es que se hallaba casi solo. El preguntó antes de empezar: «¿Cómo está la atmósfera?». Y una moza, sacando fuerzas de flaquezas, quiso darle algún ánimo: «De susto, nada. Aquí, tranquilos». Pero había demasiadas ausencias en la sala para que resultara creíble esa tranquilidad.Al Bano, refiriéndose a nuestra convalecencia, propuso la resignación: «Son cosas que pasan entre los vivos». El había llegado con impecable traje claro, de finas rayas, adornado con botones metálicos. Traía también camisa azul con amplio escote, más altivos tacones en los zapatos negros. No le faltaban las gafas ni un vago aire de intelectual farandulero.
Sus músicos impusieron pronto un buen ritmo, seguido febrilmente por las luces traviesas de la discoteca. Y el cantante italiano, tan sonriente como en tiempos de Mattinata, cantó lo de costumbre: en suma, el Caro, caro amore. Eso sí, no regateó esfuerzos ni piruetas para airear lo trivial; por ejemplo, La canzone di Maria, premiada con dos o tres claveles. Su momento mejor fue cuando interpretó una canción folklórica, procedente del sur de Italia. El terrible y chirriante contrapunto nos lo brindó con su versión de Granada, gamberrada o parodia involuntaria, taconeada y jaleada, cuyo remate era un berrido, a caballo entre el primordio zubiriano y el afainado grito primal.
Frente al ídolo abnegado, un público escaso y tenso. Al fondo del escenario, los músicos se divertían de lo lindo por su cuenta y riesgo, mientras una sosa y escultural mujer, arropada de terciopelo negro, movía neciamente las caderas incluso con el Ave María. Al Bano repetía que la velada se le iba por las espirales clásicas pues él nunca prepara las actuaciones ni se opone a la improvisación. Verdad o no, lo cierto es que hubo clásicos soles posesivos recuerdos a la madre y rodillas en tierra.
Dispuesto a enfrentarse a la adversidad, Al Bano tampoco escondió su equívoca tarjeta de visita, Nel sole, dedicada a otro hombre. Y dejó que algunos de sus acompañantes se lucieran individualmente con sus respectivos instrumentos. Todo exceso era inútil. No se puede luchar contra las sordas tempestades.
El recital, aunque de duración acorde con los cánones del espectáculo, resultó interminable y pesado. Tal vez en razón de nuestra convalecencia. O tal vez es que Al Bano ya ha perdido aquel halo que algún día le vieron, coreado por Romina, sus misericordiosos fieles. Esas son cosas que pasan entre los vivos y entre los divos.
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