La radio musical, entre la información y la propaganda
En este país tan reticente, escéptico e iconoclasta, cada vez que el personal escucha una canción por la radio, tiende a preguntar por las ocultas e inconfesables razones por las que eso, efectivamente, llega a sus oídos.Casas discográficas, pinchadiscos, jefes de programas musicales, toda una maraña de intereses parecen entretejerse de manera confusa hasta formar un monstruo acéfalo y musical frente al cual la única defensa posible consiste, también al parecer, en el más recio escepticismo.
Pero hasta el más lerdo capta las diferencias (nada sutiles) entre las distintas emisoras y aun entre programas de una misma estación. La música que nos llega podría dividirse en tres grandes apartados: la de relleno (peticiones del oyente, saludos a Conchita en el día de su onomástica, puentes de programación, programas cortos y patrocinados, etcétera); la mayoritaria, cuyo mejor ejemplo son Los 40 principales, y la minoritaria, especializada o progre (el término sigue en uso), representada fundamentalmente por las FM que han crecido sobre todo en la capital del reino.
Programas de relleno
El porqué se programan determinadas cosas en el primer apartado es algo lleno de nebulosas, aunque los programadores del relleno suelen escoger canciones de amplio espectro, generalmente hits en activo. La función de estos programas es más de machaqueo que de promoción: el éxito está dado, se trata de que suene obsesivamente.
Más enjundioso es el tipo de radio que se considera a sí mismo una prolongación de la industria, que en realidad forma parte de la industria misma. En España, el formato de Los 40 principales, de la SER, carece de competencia, pero eso es sólo una casualidad. Una emisora basada en una lista de este tipo y en la publicidad musical tiene como propósito fundamental el lanzamiento de los discos-objetivos que la industria considera como éxitos potenciales. No puede hablarse de conflicto de intereses. La radio programa aquello que la ayude a ganar audiencia, y nada mejor para ello que la música normalizada y masiva que apoya la industria. En realidad todo es el "sino tinglado, en el que una parte fabrica el producto y determina prioridades mientras otra filtra esas prioridades y las da a conocer.
Claro, no hay demasiado espacio para las alegrías, este es un negocio serio en el que los discos que desaparecen de la lista son sustituidos por otros, también objetivos y de similares características. El espectro de la música se estrecha, pero es el negocio frente a la sensibilidad; ya se sabe quién prevalece.
Otros tipos de música
Sin embargo, esa misma industria lanza también otros tipos de música, un poco por cubrir el expediente y otro poco para ver si suena la flauta (en nuestro país, además, obligada por contratos internacionales). Gran parte de los discos-no-objetivo pasarían absolutamente inadvertidos si no fuera por la existencia de las emisoras de FM (Onda-2, Popular, Juventud, Inter o Radio 3, todas de Madrid).
Aquí, en base a programas especializados, uno puede escuchar músicas en las que la industria tiene poco interés. Ocurre, a veces, que discos o artistas que empezaron sonando en estas emisoras pasan luego a ser interesantes y, por consiguiente, se transforman en objetivo. Es normal y sólo refleja un hecho esperanzador: no lo tienen todo tan controlado y la gente no carece tan por completo de criterio.
Una gente que, por otra parte, anda siempre con la mosca tras la oreja con lo de la compra y la venta. Los métodos de promoción discográfica no son más ni menos limpios que los que se ejercen en cualquier otra actividad, pero resultan más aparentes.
Exclusivas
Para conseguir que un elepé suene pueden seguirse varios caminos. Por ejemplo, a un pinchadiscos se te ofrece un nuevo elepé en exclusiva durante un tiempo, de donde se deduce que éste va a programarlo intensamente para demostrar que él (y sólo él) está al día. Los viajes para ver actuaciones se interpretan por las compañías bien como recompensas o bien como un elemento de una transacción, siendo el otro la programación del disco. Existe toda una parafernalia de camisetas, llaveros y demás chucherías a través de las cuales se espera por parte de los pinchadiscos un trato benevolente. Según se va subiendo en el escalafón de audiencia, uno puede hablar directamente con los grandes prebostes de la compañía, gran honor que tendría infalibles efectos sobre el propio ego. Luego hay regalos más sustanciosos (e imposibles de probar) como videos, puertas blindadas o viajes de placer que se reservan a una muy limitada casta de afortunados complacientes. Esto entraría dentro de lo que la academia llama soborno, pero eso es cuestión de jueces y de vergüenza.
Y cuando todo esto y mucho más falla, a la compañía siempre le queda el recurso de castigar al pinchadiscos contestatario cortándole el suministro de unos discos que nunca son considerados como material de trabajo sino como regalo. Con este atentado a la libertad de información se quedan tan contentas hasta que al cabo de unos meses el represaliado se enmienda y demuestra ser buen chico. Y es que la industria considera a la radio no como un medio independiente, sino como su prolongación natural. Y así nos luce el pelo.
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