Demasiado esfuerzo
El engañao,
de José Martín Recuerda, premio Lope de Vega 1975. Intérpretes: Marisa de Leza, Enriqueta Carballeira, Margarita Calahorra, José Luis Lespe, Francisco Casares, Antonio Iranzo, Marina Saura, Pedro Miguel Martínez, Antonio Ross, Alejandro Ulloa, Enrique Closas, Berta Riaza, Amelia de la Torre, Coreografía, de Alberto Portillo, dirección expresiva, de Antonio Malonda; música, de Antón Garcia Abril; escenografía y vestuario de José Hernández. Dirección, Jaime Chávarri. Estreno, teatro Español 13-2-81.
El engañao del título de esta obra es san Juan de Dios. José Martín Recuerda hace su hagiografía escénica con la libertad lógica y admitida de la obra dramática, con un pie en la investigación y otro en la imaginación, para tratar de llegar a sus fines: por una parte, el diálogo entre la caridad y la revolución -Juan de Dios y Antón Martín-; la meditación sobre la distancia entre poder y pueblo; y la oposición entre Iglesia oficial -los obispos- y religión real -el santo y sus iluminados-. Por otra parte, una dramaturgia abigarrada y violenta. Los miembros del jurado que dieron a esta obra el Premio Lope de Vega 1975 debieron ver estos valores pretendidos como realizados; o tal vez, dada la relatividad de los premios, las otras obras presentadas fueron peores. o, simplemente, se equivocaron. La obra no resiste la representación, .a pesar del derroche en nombres, esfuerzos considerables y medios económicos.
Entre las buenas intenciones declaradas por el autor, y que sin duda tiene, está la de la continuación de una dramaturgia racial «desde Lope de Vega a Valle Inclán, pasando por Galdós y por la comedia sacra de nuestro Siglo de Oro, especialmente el barroco». Se queda más bien en la tradición de Fernández Ardavin o, en todo caso, de Marquina, que aun así llegaron con más eficacia a la teatralidad. No hay brío, no hay fuerza. Se espera del texto unas frases, unas ideas, unos sentimientos, un dolor, una desesperación o una esperanza: pero todo el diálogo está empedrado de tópicos dichos en un lenguaje arcaizante.
Ese esfuerzo está presente en todo. Terminamos participando de él. Es un fenómeno que sucede muchas veces. En el teatro -como en cualquier forma de creación literaria o artística-, el esfuerzo es un problema personal del creador con su materia y, si acaso, una cuestión de críticos o de estudiosos; pero al público no le debe llegar nunca más que el resultado y hasta una sensación de facilidad o de fluidez. Cuando participa del esfuerzo, se fatiga, trata de desprenderse de esa carga y cae en la indiferencia y en el aburrimiento. Entonces se produce esa sensación tan incómoda de la incomunicación entre unas personas que luchan denodadamente en el escenario y una sala sorda y cansada donde cada uno mira discretamente su reloj y trata de ocultar sus bostezos. Esto sucede en El engañao. Está el esfuerzo del autor peleando con el idioma, las situaciones y los personajes, y perdiendo todo el tiempo; está el esfuerzo del director -Jaime Chávarri- forzando continuamente el movimiento de los personajes, y sus ayes de dolor, y sus harapos agitados, para conseguir una dinámica que no cuaja nunca, sin podernos convencer de que lo que pasa allí es creíble. Quizá por la pobreza del texto, o por su propio barroquismo y su vocación, van añadiendo efectos: la «dirección expresiva» de Malonda -expresión corporal, situación bullente de las docenas de personas-, la coreografía de Alberto Portillo, la música de García Abril. Y la calidad pictórica de José Hernández, que contrasta la creación de un espacio demasiado vacío, demasiado incoloro -necesario para el movimiento de dirección, pero bajo de tono-, con la de unos figurines imaginativos, dentro del universo iconográfico que le ha acreditado como uno de los grandes pintores de nuestro tiempo. Está, indudablemente, el trabajo denodado, entregado, de los actores.
El público del estreno aplaudió con lo que parecía una cortés indiferencia y un cierto alivio por haber llegado al final. Alguna pequeña protesta individual no prosperó.
Babelia
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