El contencioso entre Israel y los árabes /y 3
Hemos destacado una notabilísima pérdida de vigor en las posiciones de los nueve respecto al contencioso árabe-israelí.Ahora bien, como señaló M. Kissinger, las iniciativas de los nueve nunca pasaron de su enunciación. Y, aunque en el Oriente la principal realidad son las palabras, el eco de esas iniciativas se ha revelado escaso, incluso en la etapa de la euforia inicial.
¿Qué va a suceder ahora con el proceso de paz iniciado en Camp David? Este proceso sí ha pasado de su fase verbal y ha demostrado que Israel, a pesar de ganar las guerras, cede territorios en la negociación.
Dicho proceso de paz ha tenido un éxito inicial claro, pero limitado. Sólo tres países, aunque sean los principales -Estados Unidos, Egipto e Israel-, se han incorporado resueltamente al mismo y últimamente han reafirmado su validez (Beguin se ha referido a él con las palabras «sacred trust»).
Sin embargo, no puede detenerse en lo ya logrado. Al proceso de paz paso a paso puede aplicársele la frase: o crece o muere. No se olvide que resta en pie un problema serio; lograr una solución auténtica para los árabes palestinos, que ofrezca respuesta a su sentimiento de identidad nacional sin que ello represente una amenaza directa o indirecta para Israel ni para la estabilidad de los restantes Estados de la región.
En estos términos, cualquier análisis prospectivo solvente del Camp David apunta a la presunta incorporación de Jordania. Un país perteneciente al grupo de los árabes moderados que cubre la mayor frontera con el Estado de Israel y que, por si fuera poco, puede facilitar el asentamiento de gran número de árabes palestinos.
En efecto, el grueso de los árabes palestinos que hoy residen más allá de los límites de, Judea y Samaria no deben tener esperanzas de asentarse en estás áreas por la sencilla razón que no cabrían en ellas.
Toda la dialéctica de la restitución de territorios por Israel se ha desarrollado sobre una hipótesis falsa. Que la diáspora de los árabes palestinos se absorbería gracias a la «devolución» de los territorios ocupados por el expansionismo imperialista de Israel. Es cierto que en el Oriente Próximo sobra tierra, pero no sucede así en la porción de la antigua Palestina, al oeste del Jordán. Como ya dijimos, se trata de 25.000 kilómetros cuadrados de territorio, algo semejante a la provincia de Badajoz. De ellos, 5.500 kilómetros cuadrados configuran el máximo de territorios que cabría imaginar pasasen a los árabes palestinos. Pero resulta que en esa superficie viven, no del todo mal, con rentas por habitante que crecen con rapidez, más de 1.200.000 árabes palestinos.
En realidad, recalcamos, la argumentación de la retirada total de Israel como premisa para la paz nunca se ha preocupado de hacer números y célculos económicos. Ni falta que le hacía, pues de lo que se trataba era quebrantar primero, y luego destruir al Estado judío.
En una primera etapa, los árabes intentaron repetidamente echar a los judíos al mar. Ahora bien, tras los repetidos reveses bélicos, sus estrategias buscaron otras direcciones de recambio que, en el caso de la OLP, pueden resumirse así: lograr un progresivo reconocimiento internacional y, seguidamente, tratar con las Naciones Unidas la cuestión de todos los territorios al oeste del Jordán, incluyendo el porvenir no sólo de los territorios ocupados, sino del Israel mínimo. Si, en el entretanto, la OLP podía poner pie, pacíficamente, en algunos territorios al oeste del Jor.lán, mejor que mejor.
Jordania
Pues bien, con la incorporación de Jordania al Camp David, esa perspectiva sufriría un rudo golpe. En primer lagar, mejorarían las posibilidades de edificar un Commonwealth en la zona -entre Egipto, Israel y Jordania-. Además, esa imagen de interdependencia posibilitaría fórmulas políticas de aproximación o de incorporación -federales o de otro tipo- de buena parte de los territorios de Judea y Samaria al actual vecino hachemita. E indirectamente, posibilitaría un asentamiento gradual pero considerable de árabes palestinos al este del Jordán.
Jordania es un país un tanto artificial (creado por los británicos en parte de los territorios palestinos bajo su mandato) y semivacío: pese a sus limitados recursos hidráulicos podrían asentarse en ella, a largo plazo, unas 800.000 personas con inversiones per cápita sensiblemente inferiores a las que exigiría tal asentamiento en las áreas muy pobladas al oeste del Jordán.
No olvidemos que el rey Hussein ha manifestado una y otra vez que la ruta abierta en Camp David no iría muy lejos sin los palestinos. Además, el rey Hussein, en principio, no desea meterse en berenjenales como el antes indicado.
Mas ello no quiere decir que el rey Hussein sea irreductible frente al Camp David. Sino que exigirá amplias garantías y plausiblemente un alto precio económico.
Sin unas y sin otro, resulta ilusorio esperar otra postura de Hussein. Y hasta ahora unas y otro han brillado por su ausencia.
Adviértase que hasta ahora el respaldo internacional del Camp David se limitaba a la política de Jimmy Carter. Una política tendente a la concesión, al abandonismo. En esas circunstancias, asociarse al Camp David representaba un riesgo muy alto. Pero el panorama cambia ante un Camp David impulsado como único cauce viable por Estados Unidos e integrado en la prevista reafirmación del liderazgo USA. Observaremos que Hussein ha saludado alborozado a la nueva Administración norteamericana, pese a saber que Reagan y Percy están a favor de la opción jordana, en alguna variante federal.
En realidad, los dirigentes de los países árabes moderados se preocupan más del fanatismo de Jomeini, de las aventuras de Gadafl y del posible potencial de una OLP socialista que de Israel. En realidad, si no se han movido hacia un posibilismo frente al Camp David como punto de partida era por el temor a que Washington les dejara en la estacada (como al sha de Irán).
En cuanto al precio de la incorporación jordana, habría de ser pagado por Estados Unidos e Israel. Y había de permitir la rápida transformación de Jordania hasta llegar a ser un país económicamente desarrollado. Un alto precio, pero que merece la pena: tras Jordania se alinearían todos los países árabes moderados y la OLP se encontraría ante el más áspero dilema de su existencia.
Dicho todo esto, no es difícil deducir que en la hipótesis de una incorporación de Jordania a un Camp David remozado la iniciativa europea alumbrada en Venecia y hoy embarrancada. habría pasado a mejor vida. El problema residual sería, entonces, cómo salvar la cara a Giscard d'Estaing y al Quai d'Orsay. Pero esta cuestión no merece aquí ningún comentario.
La postura de España en el contencioso árabe-israelí se ha caracterizado desde hace muchos años -y especialmente en la etapa de Marcelino Oreja como Ministro de Asuntos Exteriores- por su aproximación y hasta identificación a las tesis palestinas.
Además, como señalaba Pablo Sebastián en EL PAIS: « En cuanto al mundo islámico, hay que tener en cuenta que España es el único país europeo que no tiene relaciones diplomáticas con Israel y el único que al mismo tiempo recibe al líder de la OLP con todos los honores diplomáticos».
Esta sutil estrategia tuvo su climax en el discurso que Marcelino Oreja pronunció el 24 de julio último en Viena:
1.El ministro Oreja iba por derecho a una acción máxima en la ONU. Pretendía que el Consejo de Seguridad tratara la cuestión del Oriente Próximo en todos sus aspectos y que superara el contenido de la resolución 242. Esta orientación es muy del agrado de la OLP, ya que contribuiría a relanzar la idea de que Israel podría desaparecer; de que el fracaso de Israel fuese una de las posibilidades de la historia.
2. El ministro Oreja proponía además que el Consejo de Seguridad reconociera a la OLP como el único y legítimo representante del pueblo palestino y que lo aceptara en un plano de igualdad respecto a los Estados de la región.
En resumen, el ministro Oreja hizo suyas todas las tesis que la OLP había expresado en respuesta a la declaración de los nueve en Venecia. Y en búsqueda de espacios para los «delirios de grandeza» de la pasada política exterior española, para la peculiaridad imposible de que hablaba Pablo Sebastián, reiteró pasados yerros del ministro Castiella, no vacilando en contemplar a la ONU como un verdadero power system.
Aparte, apuntar el escaso o nulo eco de este espasmo maximalista, afirmamos que con lo dicho puede deducirse que si la posición de Giscard sobre el Oriente Próximo, secundada de algún modo por los nueve, entrara en barrena a lo largo de 1981, sería inevitable que la antigua postura del Gobierno español sobre Israel se arruinara en su totalidad.
Mauricio Hatchwell Toledano es empresario y presidente de la Federación Sefardí de España y fue presidente de la Comunidad Judía en España. Antonio López Nieto economista, es becado del Banco Mundial.
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