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Crítica:MÚSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Vladimir Askhenazy: el protagonismo de un solista

Al maestro García Asensio debemos ya vanas sesiones programadas en función del protagonismo de un solista. Hasta el pasado fin de semana, la última era aquella en la que Daniel Barenboim, ofreció los dos Conciertos de Brahms. Ahora ha sido otro gran monstruo del piano actual, Vladimir Askhenazy, quien nos ha visitado para interpretar dos de los Conciertos para plano y orquesta más perfectos y hermosos del repertorio: el tercero de Béla Bartok y el cuarto de Beethoven.Son dos obras capitales en los catálogos de sus respectivos autores y que -como lúcidamente señala Sopeña en las notas al programa-, pese a su distancia, estética, son composiciones entre cuyos tiempos lentos cabe establecer vinculaciones hondas. De ellas fue solista excepcional, escuchado con inusitada y tensa atención y aclamado, finalmente, con largueza también inusual, el ruso Vladimir Askhenazy. Con él asistimos a algo más que a un concierto: asistimos a una soberana lección de música que, con todo rigor, cabe calificar de inolvidable.

Vladimir Askhenazy, piano

Orquesta Sinfónica de la RTVE. Director. E. García Asensio. Dos retratos y Concierto nº 3 (Bartók), Concierto nº 4, op, 58 (Beethoven). Teatro Real 24 y 25 de enero de 1981.

Una partitura juvenil de Bartok

Como adecuada introducción, García Asensio dirigió por vez primeta con su orquesta una partitura juvenil de Bartók: los Dos retratos, obra que tuvo en el concertino de la Sinfónica de RTVE Hermes Kriales al intérprete acertado del bello y comprometido solo de violín que llena el primer tiempo.

Si buena fue la versión de los Retratos, la labor de la orquesta y su director, en la colaboración con Askhenazy tuvo las excelencias del casi impecable ajuste y, lo que es más importante, de la entrega sensible al goce de hacer música en compañía de uno de los más grandes intérpretes con que podemos contar hoy.

¿Cómo explicar ahora, en la brevedad de un párrafo, en qué consistió esa «soberana lección de música» a cargo de Askhenazy a que antes nos referíamos? Porque se puede hablar de la perfección absoluta en la lectura, de la extraordinaria capacidad de concentración mostrada por el intérprete, del rigor musical intachable..., de tantas otras cosas que, afortunadamente, podemos admirar con cierta frecuencia en nuestros conciertos; pero ese más allá tan propio del añe musical, en las raras ocasiones en que se logra dar, es, por esencia, inefable, inexpresable.

Para citar algún, momento concreto, la memoria se nos va hacia la expresividad alcanzada por Askhenazy en el Adagio religioso del Concierto bartokiano o hacia el formidable sentido rítmico desplegado en los movimientos extremos de esta misma obra, en la cual, por otra parte, Askhenazy obtiene calidades tímbricas, de color instrumental, realmente mágicas.

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