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Tribuna
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Antes de nacer Kafka

Las trampas de la cronología son a veces de lo más impensables. ¿Cómo es posible -me he preguntado apresuradamente ahora- que haga ya un siglo que murió Dostoievski, es decir, que muriera antes de nacer Kafka? Comprendo que la duda es tan gratuita como la comparación, pero en todo caso he tenido que comprobar la exactitud de esos datos someros, difícilmente explicables sin algún furtivo escamoteo dentro de la emboscada que es toda historia personal de la literatura. No es que la obra de Dostoievski me parezca tan próxima -o tan poco distante- como la de Kafka, ni que me resulte por sí misma tan injustamente avejentada como para quitarle años. La explicación -creo- es bastante más obvia: hay algo en el material narrativo de Dostoievski que prefigura, de algún subrepticio modo, una voluntad de exacerbación psicológica que enlaza de hecho con no pocas maneras novelescas de ayer mismo, adecuadamente trasvasadas del seria¡ mayoritario al folletín elitista. Defender lo contrario también sería atrevido.Yo he sido un lector tardío de Dostoievski. En realidad, he sido un lector tardío de casi toda la literatura que más me ha importado y a la que he vuelto con metódica envidia. Salvo en los casos de Salgari y Juan Ramón Jiménez, me acerqué a mis todavía escritores predilectos cuando ya tenía bastante afianzado el gusto literario, suponiendo que eso del gusto literario sea un valor educativo fiable. Así me ocurrió con Dostoievski, sólo que sin entusiasmo apoteósico. Recuerdo que lo primero que leí de él -y que acaso por eso considere su obra más fascinante-fue Memorias del subsuelo, en la inevitable traducción del enigmático Cansinos Assens. Memorias del subsuelo suele. catalogarse de obra menor -y lo es en número de páginas-, pero a mí me sigue pareciendo ejemplar, incluso en oposición a la abrumadora, extenuante épica pasional de las obras mayores, sobre todo de Crimen y castigo y Los hermanos Karamazov.

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Un estilo exento de toda finura

El anónimo. protagonista de Memorias del subsuelo ronda ya las cercanías de ese infierno habitado por el doctor Jekyll y mister Hyde un cuarto de siglo después. Aparte de las debidas connivencias entre la bondad y la maldad, hay en ese librito un trasfondo aterrador: el descubrimiento de un vacío colectivo ocupado a partes iguales por la, aberración y la inocencia. Dostoievski elige un personaje innocuo, maltratado por una cotidiana vulgaridad, sin nombre propio si quiera -el funcionario kafkiano-, y lo hace confesarse a través de una experiencia aparentemente trivial. El personaje vegeta en su solitaria guarida de ángel y asiste concienzuda e implacablemento a su transformación en demonio,: Aun que no sea más que un transitorio abismo, se ha creado el desorden, la sustancial contradicción de la naturaleza. El novelista ahonda, explora ese subterráneo donde lo inmundo coexiste con lo limpio, analiza -psicoanaliza hasta el frenesí la razón última del caos. Por ahí debe andar el máximo rango creador de Dostoievski eso que él pudo llamar el estudio higiénico de la porción de basura del alma. Quiero pensar que a partir de ese hallazgo, lo que más siguió atrayéndome de Dostoievski fue su extraordinaria capacidad indagatoria en tomo a las simbologías de la caverna. «Hemos nacido muertos», termina afirmando el protagonista de Memorias del subsuelo, con lo que se alía al antiguo mito de la caverna obstruida par el principio del mal. La mayoría de los grandes personajes dostoieskianos -RaskoInikov, Fiodor Karamazov, Smerdiakov- poseen un ingrediente demoníaco que impregna, contagia el espacio total del campo narrativo. La abyección de unos cohabita con la pureza de otros, interfifiéndose mutuamente, tal vez porque de otro modo nada sería complementariamente verosímil. Hay algo, sin embargo, en la obra total de Dostoievski que puede llegar a constituir un elemento disociativo: la intrincada maraña de pasiones que desorbita en muy buena medida la tensión del relato, inculcándole a veces una modula ción romántica más bien indigesta. A lo mejor es la prosa -no sé si la de Dostoievski o la de Cansinos quien con frecuencia hace las veces de incómoda y excesiva mampara entre el autor y el lector, de una mampara que pertenece, por su puesto, al estilo eslavo. Es como un telón demasiado exótico que diversifica los ornamentos de la acción y puede llegar a producir extrañeza. Claro que posiblemente esa extrañeza no sea sino un coro lario más de las tempestades argumentales de Dostoievski, de su angustiosa ambición a la totalidad. Lamento que la urgencia me impida ser más ambiguo.

J. M.Caballero Bonald es poeta y novelista. Sus últimos libros son Agata ojo de gato (novela) y Descrédito del héroe (poesía). Hace unos días dimitió de la presidencia del Pen Club.

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