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La odisea de los cautivos llegó a su fin

Argelia puede obtener beneficios políticos por su mediación entre Washington y Teherán

Los medios argelinos han reaccionado con moderada satisfacción al anuncio del acuerdo norteamericano-iraní sobre los rehenes, que consideran como un motivo de orgullo y el fruto de su diplomacia de país «no alineado».

Discretos durante los largos meses de la negociación, esos medios no han vacilado ahora en hablar de una verdadera mediación entre los dos antagonistas, en la última fase de las conversaciones, subrayando que se vieron obligados a presentar una serie de sugestiones sobre problemas prácticos en materia financiera.Al aceptar el papel de intermediarios, solicitado por el primer ministro iraní, Ali Rayai, a su paso por Argel, en octubre del año pasado, los argelinos no se hacían ilusiones sobre las dificultades de esa empresa, tanto más cuando su margen de maniobra se fue reduciendo a medida que se acercaba el término del mandato legal del presidente Carter.

Argelia, imitando en ese sentido a Irán, no deseaba proseguir su labor de mediación, tras la entrada en la Casa Blanca de Ronald Reagan, aunque no se hubiera negado a ello si así se lo hubiera solicitado Teherán.

Jugando a fondo su papel de mediador, los responsables argelinos han tratado, indirectamente, de situar sus futuras relaciones con la nueva Administración norteamericana en una vía favorable, que debía traducirse por una mejora progresiva de sus relaciones con Washington, al menos en el plano económico.

El jefe del Estado) argelino, Chadli Bendjedid, había manifestado recientemente que en el tema de los rehenes («detenidos», según la terminología empleada en este país), el papel de su país no revestía ningún carácter particular. Chadli había subrayado, en una entrevista, que cada una de las dos partes se puso de acuerdo para solicitar a Argelia su intervención, interrogándose sobre, si en tal caso, «podíamos rechazar ese papel».

Para el presidente Chadli su país no ha buscado, a través de su papel en la negociación, un «certificado de buena conducta» ni otra ventaja, pero en Argel no se duda que los argelinos extraerán de este proceso una serie de beneficios políticos, al menos en el plano del reforzamiento de su voluntad árabe-islámica ante el resto de los países tercermundistas.

Los expertos argelinos encargados de discutir sobre las modalidades financieras del acuerdo norteamericano-iraní se esforzaron en todo instante por limitar la posibilidad de una acción descabellada de los iraníes, en ese plano, en el sentido de influir en los mercados financieros a través de una venta masiva de los miles de millones de dólares recuperados.

Elogios a la actuación argelina

Esa credibilidad de la diplomacia argelina ha sido elogiada públicamente por los dos antagonistas, que rindieron ayer homenaje a una túea llena de escollos, elogiando la acción pergonal del jefe de la diplomacia de este país, Mohamed Benyahia.

Para Argelia, el final de la pesadilla que han vivido durante más de cuatrocientos días los 52 rehenes representa también un impulso en su deseo de contribuir a la normalización de las relaciones entre la revolución islámica iraní y el mundo exterior. Los dirigentes argelinos no han hecho abstracción de esta motivación, al subrayar como colofón de esta historia la importancia de mantener al Irán de Jomeini como el aliado más privilegiado del mundo árabe, en una épdca caracterizada por las divisiones y los recelos en el seno de la «familia» islámica.

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