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El final de la aventura

Raoul Walsh ha muerto. Tenía 88 años. A los veinte comenzó a dirigir cine. Entre 1912 y 1964 rodó unas 110 películas que se reconozcan como suyas, un número incalculable de ellas que no firmó y fragmentos de muchas otras. En 1915 interpretó el papel de John Wilkes Booth, el sudista que mató a Abraham Lincoln en El nacimiento de una nación, de David Wark Griffith, quien un día le hizo llamar y le dijo: «He pensado que voy a dejarle dirigir una película».Hermano de sangre de los sioux, los arapahoes y los pies negros, Raoul Walsh conoció personalmente a Pancho Villa y filmó día a día la revolución mexicana, lo que le costaba a su compañía quinientos dólares en oro al mes. Entre sus grandes amigos estuvieron Jack London, John Ford, James Cagney, Errol Flynn, Humphrey Bogart y muchos otros. En sus buenos tiempos rodaba cuatro películas por año, que rara vez superaban los treinta días de rodaje.

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Como Ford, Lang y Ray, Walsh tenía un parche en un ojo, debido a que una noche, en el desierto, un conejo atravesó el cristal de su coche. Su sentido del humor era tan peculiar que la noche siguiente a la muerte de John Barrymore, robó su cadáver de la funeraria para dar un susto a Errol Flynn, y lo sentó en un sillón en casa de éste, frente a la puerta, para que Flynn se encontrara con él al volver a su casa.

Rivalizaba en sencillez narrativa con Keaton; en eficacia, con Hawks; en humanidad, con Ford. Si hubiera que elegir un narrador puro, un artista directo, alguien que fuera siempre al grano en el asunto de contar historias, probablemente Raoul Walsh saldría ganador, por encima de todos sus compañeros del Olimpo del cine.

Pertenecía a ese escaso grupo de narradores que piensa que el estilo es la historia, es decir, a los más refinados de los estilistas, a los que más profundo han enterrado el tesoro, a los que resulta más difícil copiar.

Como Hawks, Walsh filmaba con la cámara a la altura del hombre. El estilo de Walsh estaba hecho de naturalidad, ritmo, soltura, humor y sentido de la emoción. Tocó todos los géneros, el western, la comedia, el cine histórico, el bíblico, el bélico, el policiaco... Pero si Ford es el western, como Lubitsch es la comedia; Hitchcock, el suspense; Ophuls, el cine romántico; Raoul Walsh fue la aventura. Sea cual sea el género que practicara, Raoul Walsh estaba haciendo siempre una película de aventuras. Su vida fue probablemente la mejor de todas ellas, y si su libro de memorias -Each man in his time- no dedica todo el espacio que muchos quisiéramos a sus películas es porque éstas sólo fueron una parte de la epopeya que fue su vida.

Algún día no muy lejano, el siglo XX se conocerá como el siglo del cine. Y entonces, la gente se dará cuenta de que el cine tuvo una vida corta, la vida de un hombre que un buen día se murió. Con Ford. Con Hawks. Con Hitchcock. Con Renoir. Con Walsh. Porque ya nadie rodará películas como Gentleman Jim o Murieron con las botas puestas.

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