La Unesco conmemora el milenario de Avicena
A mi regreso de Bujara, la patria de Avicena, deseo hacer unas someras reflexiones sobre su significación para el progreso del pensamiento desde mi punto de vista de hombre de ciencia. El punto de arranque real de este progreso no puede ser sino el momento en el que el homínido de que procedemos, al adquirir la facultad de hablar, se emancipó del medio animal y constituyó su medio privativo, la sociedad, en el que comenzó a integrar su modo característico de experiencia (la social realizada en el pensamiento), en cuyo desarrollo parecen tejerse varias líneas de progreso que se influyen mutuamente: el dominio práctico de los procesos naturales, la sistematización de los conocimientos así adquiridos y la organización misma de las relaciones humanas. Al avanzar el tiempo histórico, tanto la absorción de progreso foráneo como la irradiación del progreso propio tienden a hacerse más rápidos y amplios; es decir, el progreso tiende a comunicarse a más hombres y a basarse en la actividad de un número creciente de ellos.Es, por lo demás, obvio que, en el curso de la evolución humana, la personificación del progreso de la humanidad se ha ido desplazando de modo que al seguir la historia de la cultura, y en particular la de la ciencia, hay que saltar de unos ámbitos culturales a otros. Pasado el período prehistórico, que abarca unas decenas de miles de años, de la lenta y penosa acumulación primera de experiencia humana (cuyos contenido, dinamismo interior, ámbitos culturales, localización geográfica, etcétera, parecen casi imposibles de precisar), y sobre la base de la inestimable acumulación de experiencia práctica en él conseguida, se logran establecer las grandes culturas fluviales (nilótica, mesopotámica, Indica, china) en las que el nivel de progreso y la progresividad se elevan de grado; evidentemente, estas culturas fluviales ocupan durante unos miles de años la cima del progreso. Luego, sobre el propio fondo cultural y bajo la influencia directa de dos de las culturas fluviales (la nilótica y la mesopotámica), se produce la deslumbrante eclosión de la cultura greco-latina, a la que parece corresponder, durante unos 1.500 años, la conducción del progreso humano. Pues bien, desde mi perspectiva, según la cual el desarrollo de las grandes ciencias experimentales y de las grandes síntesis filosóficas hace que nuestra cultura occidental personifique la línea principal del progreso humano desde el Renacimiento hasta hoy (en que estamos en un momento de probable inflexión cultural), parece indudable que a focos culturales del Islam les corresponde la conducción de la cultura humana a lo largo de unos cientos de años intermedios entre la decadencia de la cultura clásica y el surgimiento de la nuestra moderna. Nadie en mayor grado, y tal vez ni en grado comparable, ha contribuido al alumbramiento de la ciencia moderna (de la actitud ante la naturaleza que ella significa y de la concepción de la naturaleza misma) que la de los dos,grandes médicos y filósofos Avicena, de Bujara, Y Averroes, de Córdoba.
Por otra parte, el proceso del pensamiento en el que se realiza la cultura no es un camino de rosas. Ante todo, cada pensamiento superior necesariamente nace negando pensamiento constituido que, aunque sólo sea por inercia, se resiste a desaparecer. Claro que este proceso (la lucha contra el prejuicio) se ha dado ya en la mente del pensacor progresivo, de modo que en s: la impugnación del pensamiento superado supondría un obstáculo menor en el progreso del pensamiento. Lo grave es el hecho de que las distintas líneas del progreso humano se impulsan y frenan mutuamente. Hay coyunturas históricas en las que el pensamiento retrógrado es impuesto manu militari, por un poder político que teme el avance del pensamiento; no obstante, los avances en el camino de la verdad son tan atractivos (tan consustanciales con nuestra naturaleza) que todo brote de verdad nueva ahogado en su lugar de origen fácilmente prende donde encuentre condiciones sociales progresivas.
Compete a los historiadores explicar con claridad las fuerzas sociales retrógradas que frenaron y, en fin, detuvieron en el mundo clásico el progreso -progreso al que, en líneas generales, hay que definir como la paulatina conquista de la naturaleza al servicio de una creciente libertad humana-. Sin duda, esta detención del pro greso en el mundo clásico, y luego en sus herederos directos (el mundo cristiano latinizado y el imperio bizantino), se debe a que se impuso con intransigencia un pensamiento inmovilista al servicio de estructu ras sociales también yertas. Al hablar de pensamiento griego con viene referirse concretamente a Aristóteles (384-322 antes de Cristo), en el que vemos, in statu nascendi, la ciencia experimental moderna, cuyo desarrollo queda detenido durante 2.000 años antes de rebrotar con el poderoso ímpetu de los cuatro últimos siglos.- La madurez que había alcanzado el pensamiento griego en el siglo IV ante de Cristo para la exploración científica de la naturaleza se manifiesta con especial claridad en cuatro aspectos de la obra aristotélica: en su orientación cada vez más decidida hacia la pesquisa de los hechos concretos naturales, en su esfuerzo por organizar el conocimiento en método para conocer y dominar, lo nuevo conocido con rigor, en su concepción de la ciencia como proceso histórico y en su labor científica misma, que hace de él uno de los hombres con mayor aportación personal a la ciencia, y muy en especial a la biología. Que una semilla tan plena y prometedora no lograra prender en el suelo cultural que le dio origen no puede deberse a algo fortuito, sino a lo adversas para el progreso del pensamiento que habían llegado a ser las condiciones sociales en el mundo clásico. Como lo siguieron siendo en el ámbito cristiano, al que se trasplanta un Aristóteles totalmente desvirtuado; a saber, negando su aspecto principal y genuino de eslabón básico, pero transitorio, en el progreso del conocimiento y convertido en dogma, en apoyo yerto de un pensamiento teológico inmovilista.
Muy distinto parece ser el espíritu con que los principales pensadores del mundo islámico acogieron la herencia aristotélica. Nada tiene de extraño que el mundo islámico, asentado en pueblos de'gran tradición cultural y caracterizado en el período de su florecimiento (siglos IX al XIII) por una gran actividad mercantil, tanto interna como con el exterior (que necesita productos refinados y que está abierto al comercio intelectual con otras culturas), ofreciera las condiciones de libertad y necesidad de pensamiento convenientes para que el pensamiento aristotélico se implantara como pensamiento vivo, orientado a investigar progresivamente la naturaleza, y, es más, para que se produjeran algunos brotes de ciencia experimental (de hecho, una de las grandes ciencias experimentales, la química, nace de los alquimistas árabes, cuya obra trasciende al mundo cristiano con Geber, a comienzos del siglo XIV) y los notables -desarrollos de la matemática, de las ciencias médicas, de la antropología y de la historia, etcétera.
Pero en estos breves párrafos hemos de limitarnos a destacar cómo Avicena (980-1037) y luego Averroes (1126-1198) no sólo recogen el espíritu científico que se fue fraguando en el pensamiento de Aristételes, sino que por hacerlo así, necesariamente, lo hacen progresar. El monismo al que tiende Aristóteles (buscar en la naturaleza la explicación de la naturaleza) se refuerza en los dos grandes filósofos islámicos según los cuales la forma (que en Aristóteles configura a la materia como algo externo a ella) pasa a ser considerado el modo de ser inmanente de la materia, de modo que todo está en permanente proceso de desarrollo. Esta interpretación tiene el gran mérito de pretenderse monista (es decir, de creer y tender hacia la libertad humana, hacia la creciente capacidad del hombre de comprender y dominar la naturaleza) y me parece que supuso tal progreso que ahogada en el mundo islámico por el fanatismo teocrático que se impone en el mundo árabe, retoña en el Occidente cristiano, donde por encontrar ahora condiciones sociales favorables, terminaría imponiéndose al pensamiento teológico (con su pseudoaristotelismo incorporado) y dando origen a la moderna ciencia experimental.
Fecundidad y actualidad
Puntualizando más, me inclino a pensar que el monismo cada vez más explícito de los aristotélicos de izquierda (del último Aristóteles y de quienes, como Avicena y Averroes, desarrollan su línea de pensamiento). no sólo constituye la base y, a la vez, el objetivo de la ciencia moderna, sino que la interpretación de la realidad propia de estos aristotélicos sigue informando el monismo de la ciencia experimental vigente. Ha tenido, pues, enorme fecundidad y conserva plena actualidad.
Ahora bien, deseo terminar señalando que el genuino monismo científico constituye una actitud mental ante la naturaleza que ha de mantenerse siempre despierta, en estado de permanente desarrollo. Por así decirlo, ellismo (que en biología se confunde con el creacionismo) persiste enmascarado en toda concepción científica monista, y el monismo militante del hombre de ciencia consiste en saberlo para rechazar ese dualismo larvado -en general, en forma de leyes inmanentes de la materia- hacia fronteras cada vez más remotas del conocimiento. El dualismo subyacente en el monismo vigente de la biología actual es tan general que se extiende a ramas tan separadas en el tiempo-y la temática. como son el lamarckismo de principios del siglo XIX, la citolo gía de mediados del mismo siglo y la genética del nuestro. Todas estas teorías tienen en común el remitir la explicación de la filogénesis y de la ontogénesis a la intimidad del ser vivo de donde surge mágicamente el ser vivo y su innovación. Sin duda, se impone elevar el monismo científico a una formulación más rigurosa y amplia, a la que apuntan biólogos como Darwin y Pavlov, y en la que los individuos se expliquen en términos del proceso de toda la realidad.
Babelia
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