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Reportaje:Iran, un jeroglífico entre Oriente y Occidente / 1

La prolongación de la guerra irano-iraquí, un peligro para la revolución islámica

Para la República IsIámica de Irán ha terminado ya la fase del entusiasmo consecuente al comienzo de la guerra y que algunos pensaron de duración eterna. La agresión exterior iraquí provocó, fulminantemente, una reacción integradora en Irán. Las reacciones emociona les que la guerra puso en marcha, el acoplamiento de las divisiones nacionales y religiosas contra un enemigo común, despejaron en un primer momento buena parte de las dificultades con las que la revolución iraní se enfrentaba. Tampoco el Kurdistán, a grandes rasgos, aprovechó la contienda para desgajarse, del Estado iraní, pese a que el trato recibido por los líderes kurdos de las autoridades islámicas, ni en la Constitución ni en la política cotidiana iraní, les ha permitido concebir muchas esperan zas sobre su futuro como pueblo diferenciado.Sin embargo, hoy la huella de la guerra comienza a hacerse notar de un modo evidente entre la población de Irán. La escasez de algunos productos alimenticios, como el azúcar, los huevos, la leche o la carne, unida a las restricciones de carburantes, comienzan a producir entre la población la exigencia de que las autoridades de Teherán tienen que concluir, cuanto antes y victoriosamente, esta guerra.

La culminación ventajosa de la guerra se ha convertido, pues, para Irán. en una necesidad apremiante. No sólo por el malestar entre los iraníes, que, podría acallarse con el argumento de que se trata de una guerra impuesta desde el exterior y cuya duración no depende de Teherán. Las razones son más contundentes. El equilibrio, inestable, logrado por la revolución islámica en su fase de consolidación, amenaza verse desbaratado si la guerra prosigue.

Poder compartido

La estabilidad política iraní se asienta sobre un esquema de poder compartido. De un lado, los integristas,islámicos, congregados al rededor del poderosísimo ayatollah Bejesti, amplían crecientemente el poder que han conseguí do en los tribunales, en el legislativo y en el ejecutivo. Rafsanjani, todopoderoso en el, Parlamento, y Rayai, primer ministro, serían las cabezas visibles en el Legislativo y en el Ejecutivo de esta corriente, perfectamente asentada sobre la justicia islámica y, con un fuerte control sobre la televisión, los medios de difusión y el aparato estatal y administrativo.Cuentan, además, con órganos de Prensa propios y con un partido potentísimo: el partido de la República Islámica, en el que Bejesti domina todos los resortes.

De otra parte, aparece la franja de poder controlada por el presidente Banisadr, representante del poder laico iraní. Apoyado por el 75% de los votos, sus fuerzas han ido mermándose poco a poco, pese al caudaf de atribuciones que la Constitución confiere. Sin un partido poderoso, con un grupo parlamentario minoritario en el Majlis, que capitanea el diputado Salamatian, un nombré a retener, Banisadr habría sido barrido de la escena política,de no ser por sus cualidades políticas y por el apoyo rotundo del imán Jomeini.

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Toda la artillería pesada de los integristas islámicos se descarga a diario sobre el presidente Banisadr. Recientemente, el presidente se quejaba en su diario, Engelab Islami, de que Irán soporta dos guerras, una exterior, contra Irak, y otra interior, más peligrosa por que puede provocar la derrota en la primera, capitaneada por los fundamentalistas islámicos.

Los modelos de sociedad que unos y otros proponen parecen a la larga irreconciliables. Ultraislamismo y laicismo, derechismo y progresismo, centralismo y federalismo, serían algunas de las fórmulas antagónicas que podrían definir aproximativamente y a grandes rasgos, las principales contra dicciones qué enfrentan a los musulmanes integristas y a Abolhassan, san Banisadr. El bazar, el eje económico sobre el que gira toda la política de Irán, no parece haber salido todavía de la encrucijada en la que esta rivalidad le ha sumido. Sin el bazar, la revolución no se habría consumado, su apoyo a Jomeini fue decisivo, pero el incremento del poor de los integristas ha llevado a algunos bazaris a cambiar a sus preferencias y a colocarlas -tímidamente aún- detrás de los laicos.

En el corazón de este nudo que nadie parece capaz de desanudar, se yergue el imán Jomeini. Con su delicada política de contrapesos y su carisma religioso y moral incontestado, el imán se ha convertido irreversiblemente en el arco de bóveda de la política de Irán. La imagen de intransigencia que se le ha imputado Jomeini, desde el extranjero se hace añicos en el interior del país, donde su prestigio moral y fundamentalmente político resulta indiscutible para iraníes de todas las clases sociales.

Jomeini sostiene a Banisadr y Banisadr se sostiene en Jemeini. Pero el imán sostiene igualmente a Bejesti y al integrismo islámico. Algunos diplomáticos occidentales aseguran que, de optar, el anciano imán optaría por la ortdoxia que Bajesti y los integristas afirman mantener. Sin embargo, diplomáticos del Este insisten en que Jomeini se ha visto desbordado por los fundanientalistas, cuya política va adquiriendo progresivamente un troquel de intransigencia.

Teherán parece estar dominado por el sector islámico ortodoxo. Ello explicarla la conducta del presidente Banisadr, que a mediados de octubre decidió instalarse en el frente del Juzestán, «hasta que el último soldado iraquí abandone n uestro territario». Pero detrás de esta decisión algunos adivinan un reconocimiento de hecho, por parte de Banisadr, de que su poder sólo puede mantenerse y consolidarse si consigue la victoria en el frente de batalla.

Si Banisadr no gana la guerra, su poder desaparecerá, con toda certeza. Unicamente si regresa a Teherán coronado por una victoria militar rotunda el presidente podría recuperar el ascendiente que un día tuvo y los resortes que por su cualidad dejefe del Ejecutivo la Constitución le otorga.

Una demora preocupante

Pero la guerra no termina y los integristas pueden utilizar contra él esta demora que cada vez molesta y preocupa más a los iraníes. Los sacrificios crecientes que la guerra impone las restricciones al consumo y el aislamiento internacional de Irán, contra el cual luchó sin éxito Banisadr desde el principio, oponiéndose infructuosamente a la toma de los rehenes norteamericanos, convierten al presidente en un hombre todavía muy vulnerable.

Sin embargo, tampoco carecen de dificultades los integristas. En principio, no todo el clero chiíta les apoya. Entre, los mullahs de Ispahan, Qom, Chirac, Mashad y Tabriz se encuentran clérigos que apoyan decididamente a Banisadr y a su modelo político de tercera vía, incluyendo la laicización del y poder que aquél postula. También hay una franja de clérigos comunitaristas, para quienes la revolución no ha llegado a la sociedad iraní, y la siguiente fase revolucionaria consiste en distribuir la riqueza, inmensa, que este país acumula.

Empero, la inserción de los fundamentalistas en el aparato de Estado, su monopoliode la ortodoxia ideológica islámica y su copo de los puestos clave de los tres poderes les confiere una mayor soltura para perpetuarse en el poder durante un plazo mucho más dilatado.

Resquemor

Además, los integistas ven con resquemor el hecho de que una eventual victoria militar iraní se tradujera en un represtigiamiento del Ejército y su configuración como poder autónomo, porque las fuerzas armadas iraníes, a nivel de mando, sin duda se situarían mucho más cerca de los postulados civiles de Banisadr que de los planteamientos de los fundamentalistas.

Como colofón, la izquierda iraní apenas cuenta en el espectro político visible del país. Fundamental en la primera hora de la revolución, para movilizar a las masas y neutralizar al Ejército imperial del sha, progresivamente ha ido perdiendo poder hasta verlo convertido en la reliquia del que un día tuvo. Blanco de los más acendrados ataques del integrismo islámico, perseguida y despojada del prestigio que adquirió durante la epopeya revolucionaria, su debilidad hoy resulta evidente.

Un núcleo testimonial en el Majlis, un manojo de intelectuales sin poder y unas estructuras partidistas todavía sólidas componen sus poderes reales. Jomeini no desea su aniquilación, pese a lo que se ha dicho, porque en la práctica loque queda de la izquierda iraní constituye el único soporte organizado con el que Banisadr podría contar si los fundamentalistas totalizasenel poder en Irán y las salidas políticas civiles se esfumaran del panorama iraní. De este modo, la revolución islámica no ha trascendido todavía su ámbito ideológico, «paleonacionalista» como definía un analisia italiano, para incrustarse en una dinámica de cambios,que alteren las estructuras sociales todavía demasiado similares a las vigentes bajo el régimen del sha.

Como principal incógnita, en el mar de incertidumbres políticas de la situación iraní, queda, la actitud que tomará el bazar de Teherán, demasiado medroso hásta el momento en decidir el rumbo que habrán de tomarlos acontecimientos y que, con su apoyo, con certeza tomarían. La avanzada edad de Jomeini, ochenta años, dibuja un horizonte inquietante para los que lo apostaron casi todo a la revolución del anciano imán.

Detrás del imán, como futuro sucesor, el ayatollah Uzma Montazeri, un hombre «honesto y hatallador», según los iraníes, pero enferino y sin, el enorme. ascendiente ni la sagacidad de Jomeini. Su acceso al imanato no supondría una tregua en la feroz batalla que libran en Irán las distintas fuerza políticas, enredadas en una guerra política a muerte.

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