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Lluis Llach, entre lo emotivo y lo expresivo

Lluis Llach ha vuelto a Madrid. Para llenar durante doce días (desde anteayer hasta el día 14) el cine-teatro Salamanca. Le verán un total aproximado de 17.000 personas, un hecho sin demasiados precedentes, excepción hecha de los acontecimientos folkloroides.Lluis Llach se nos vino con el pelo corto, como un marinero francés, y su camisa a rayas, hablando ese castellano suyo tan especial, con un acento que insinúa un estado etílico poco probable. Parecía un poco más humorado que de costumbre, e incluso hizo bromas bastante festejadas, como cuando dijo que él «es muy catalán y muy rata». El número de personas asistentes, las dimensiones humanas de un teatro fueron un factor más en la normal presentación de este hombre, que es el mejor superviviente de lo que fue la canço catalana.

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Le acompañaba un grupo acústico de flauta, chelo y guitarra, mientras él se dedicaba en exclusiva al piano. Y empezó a cantar. Unas veces, solo; otras, acompañado, por allí pasaban todas sus clásicas, escogidas y montadas con un criterio ajustado y medido. Todo iba sobre ruedas, porque lo estaba haciendo muy bien y su público no pedía más que eso. Y era emocionante a veces y tierno otras, y podía llegar a conmover. De hecho, creo que conmovió mucho, porque Lluis Llach es, ante todo, un cantante muy sentido. Sus canciones le hacen sufrir o sonreír con nostalgia, gritar o llorar, suponen un drama tremendo en el cual se encuentra involucrada la gente, que eso es un artista.

Ramalazo lírico

Lo malo es cuando el artista se deja llevar del ramalazo lírico y cae en el melodrama, como ocurre muy en concreto con Campanades a mort (presentada ahora como «Una canción contra la muerte, y basta»).Ahí Llach se olvida de toda precaución y se lanza a un desmadre de imprecaciones, marchas militares y fúnebres, música sacra y demás, que producen pavor, aunque al pronto engañen.

No creo que esto sea nuevo para nadie, el mismo Lluis reconoce esta vena tan suya. Pero lo malo de tanta hiperemotividad es que cuando te pasas puedes provocar la conclusión de que el cantante no se cree su canto: un verdadero drama, que en el caso de Llach es, sin duda, injusto. El lo siente.

Total que cantó bien, y el grupo le acompañó muy efectivamente, hasta cuando transformó el Jorn Dels Miserables en un a modo de spiritual que quedaba bien en uno de los señores que mejor utilizan el catalán para hacer música.

Sin embargo, un recital de Lluis Llach no es sólo un recital. Es también una serie de presentaciones que pueden versar sobre cualquier tema y que Llach prodiga generosamente. Unas veces con palabras muy bellas y otras con palabras muy largas. Así, sobre la libertad en las relaciones sexuales, afirmó que «si uno quiere hacer el amor a una cabra rubia y preciosa, y mientras la cabra dé su consentimiento, él (Lluis Llach) lo apoya». También dijo que «la vejez es la acumulación de frustraciones de pequeños sueños no realizados», y denunció la posibilidad de un golpe autoritario. Si, cuando canta, Llach cae en el exceso de la emoción, cuando habla suele caer en el exceso de unción, por mucho que intente adobarlo con familiaridades. Sigue siendo el mejor en un estilo algo desierto, y sigue siendo muy bueno en general. Es una pena que se pase tanto. O tal vez esa sea su gracia.

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