La muralla
Un ministro del Gabinete Suárez ha explicado cuál es la «solución definitiva» del problema vasco: levantar una muralla. La idea es no sólo brillante, sino que tiene antecedentes históricos interesantísimos. Los romanos construyeron las primeras «limes» al norte de la Gran Bretaña, en dirección Este-Oeste, para protegerse de los comandos pictios y caledones, antecesores ilustres de los escoceses actuales. Eso fue en tiempos de Augusto. Cinco siglos después, los anglos, que venían del continente, levantaron otro muro en Inglaterra, «la muralla de Offa», esta vez en dirección Norte-Sur, para sujetar a los infiltrados galeses que trataban de invadirles. Cien años después se empieza en China la construcción de la gran muralla. En 1420, el emperador Yong Lo la restaura por entero y añade unos miles de kilómetros a la inmensa tapia. El sistema del paredón es, como puede verse, antiquísimo y forma parte de la mentalidad intimista y defensiva de cierto tipo de hombres. El muro es un símbolo de protección de los sagrados recintos. «Miré los altos muros de la patria mía. Sobre sus barbacanas prominentes unos oidores vigilan sin cesar los gestos y palabras del enemigo para prevenir cualquier irrupción».Es una noble y antigua tradición hispana cita de enmurallar la nación para preservarla de contaminaciones foráneas. Cuando el conde de Floridablanca decidió que el peligro estaba en la Enciclopedia, cuyos lectores eran directamente responsables del cadalso de Luis XVI, prohibió, en una célebre disposición, que entrase en España tan peligroso libro, antecedente directo del inocente Espasa de nuestros días. Se las vieron y desearon los ilustrados intelectuales que lo deseaban conocer para adquirirlo. Hubo que apelar al más esforzado contrabando pirenaico para introducir en España, sobre ancas de mula, aquellos enormes tomos franceses. Nunca se conoció recua de caballerías tan ilustrada, hasta que llegó el franquismo. A Franco le entusiasmaba cerrar la frontera francesa y evitar así la contaminación exterior.
La muralla que se proyecta ahora no es de muy larga extensión: desde el cabo Higuer hasta el puente de Endarlaza, es decir, la breve zona tangencial de Guipúzcoa con Francia. Por allí pasan, es verdad, además de los etarras, una gran parte de nuestras mercancías que van y vienen a la Comunidad Económica Europea y que repres entan el 50% de nuestra balanza comercial. También es un dato interesante el que Francia sea nuestro primer cliente de mercancías españolas y que su cifra de intercambio sea la número uno de nuestro tráfico exterior. Habrá que buscar el medio de hacer en la muralla algún túnel de doble sentido para no interrumpir ese flujo, porque la muralla china también tenía originales desvíos para proteger el tráfico de la seda con el lejano Occidente. Y hasta en las cárceles españolas es frecuente la construcción de túneles, quizá las obras públicas más importantes de los últimos años.
Cerrar una tapia para acabar con el peligro externo es una idea simple. Pero el mundo está lleno de hallazgos de este género. Dicen que Newton descubrió la gravedad una tarde veraniega en que, echando una siesta en el jardín de su casa, le cayó sobre la cara una manzana madura, dándole un gran susto y revelándole al propio tiempo la teoría de la gravitación. Niels Bohr, el científico danés, imaginó la rotación de los electrones viendo meter un gol en un partido de fútbol después de que el balón pasara de cabeza en cabeza a través de cuatro jugadores. Mendel estudiaba los mejores tonos cromáticos del guisante en su jardín benedictino cuando se encontró, de pronto, con las leyes de la herencia. Marcel Proust sintió que el tiempo era una noción elástica que volvía al punto de partida al tomar una madalena mojada en té en casa de su tía. Lo sencillo es muchas veces clave de los grandes secretos, incluso de los de Estado. Es posible que el Universo sea simple. «Dios es simple», gustaba de repetir san Juan Crisóstomo, no sin cierta simpleza.
Lo malo de las murallas es que, a veces, no se asientan bien por falta de terreno firme. En este caso, y con el Bidasoa por medio, sería necesario realizar sobre tan escaso suelo obras de vuelo. Viaductos con arquerías, plataformas atrevidas, cruces originales. No estamos faltos de constructores de primer orden. Un concurso de ideas podía, sin embargo, facilitar bastante el trabajo. Ahora que tanto se llevan los arquitectos y urbanistas del Este, podían pedirse datos y precios a los constructores del muro de Berlín, de tanta reputación técnica y científica. Quizá fuera Agromán, con su merecido prestigio de contratista vasco, quien pudiera llevar a cabo la obra en un mínimo de tiempo y con un máximo de eficacia. ¿No sería conveniente pedirle también a Chillida una enorme escultura que rematara la obra?
Corre el rumor de que en esta loable iniciativa hay un doble propósito, es decir, que se trataría de una operación «cebo», además de un emparedamiento regional. Bien sabido es, en efecto, que existe una cierta ansiedad por conocer el paradero de los no sé cuántos miles de kilos de Goma 2, robados por los terroristas vascos en Santander el pasado verano y de los que no se ha averiguado rastro alguno. La idea es que, ante la erección gigantesca de la muralla, acudirán los etarras, cual toro bravo al trapo rojo, empleando, de una vez, toda la munición almacenada. Sería un episodio Final, eso sí, ruidoso, pero sin bajas probables.
¿Cuándo puede inaugurarse esta muralla ciclópea que cerraría definitivamente la frontera con Francia y con Europa? Entendemos que, quizá dentro de un año o quizá de dos. ¿ 1982? ¿ 1983? En todo caso, cuando mi amigo Eduardo Punset haya logrado introducirnos, como un supositorio analgésico, en el seno de la Comunidad. ¿Y por qué no había de ser él, con su bella cabeza, poética y bien amueblada, el que se encargase de inaugurar la muralla recién terminada? «iEh!, franceses», exclamaría, «aquí tenéis lo que os preparaba. ¿Con que no hay Pirineos? iPues esta es la muralla que os sustituye con ventaja!»
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