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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Por la recuperación del Ateneo

LA PRESENCIA de los Reyes en la inauguración de curso del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid puede, si nada se tuerce, iniciar la definitiva reconciliación entre la Corona y la que fue una importante institución de la vida intelectual española durante siglo y medio de existencia. Por encima de las buenas voluntades y deseos explicitados en el acto de anteayer -que, en boca, del actual presidente de la junta gestora provisional del Ateneo, se convirtieron, en ocasiones, en unilaterales simplificaciones históricas- hay que recordar que las relaciones de la Monarquía con el Ateneo madrileño nunca han sido tan excelentes como las palabras de Fernando Chueca dejaban caprichosamente entender.El Ateneo nació precisamente en e¡ trienio constitucional, en 1820, y fue cerrado por Fernando VII en 1823. Era una sociedad patriótica, literaria y progresista, donde se discutían toda suerte de cuestiones. Sólo la vuelta de los grandes exiliados liberales, tras la desaparición de la dictadura fernandina, permitió su reapertura en 1835, por iniciativa de Olózaga, Mesonero Romanos, el duque de Rivas y Donoso Cortés. Era un ámbito de diálogo y convivencia, donde ocupaban un destacado lugar aquellos revolucionarios románticos de juventud, como los propios Rivas, Martínez de la Rosa, Alcalá Galiano y Ochoa, que habían sufrido persecución y exilio bajo el absolutismo, -y que con la amnistía de María Cristina llegaron a ministros o a presidentes de Gobierno.

El Ateneo jugó un gran papel en la propagación de las ideas socialistas -fue precisamente en el 48 cuando Nicomedes Pastor Díaz dictó en sus locales la primera lección sobre el tema-, y a partir de 1854 se Consolidó en él una tradición liberal inequívoca, que muchas veces se enfrentó a la Monarquía y que terminó con el apoyo a la revolución de 1868 y a la posterior proclamación de la Primera República. Pero en 1884, Alfonso XII, en un acto de reconciliación simbólica, inauguraba el edificio de la calle del Prado, siendo presidente Cánovas del Castillo.

Con el comienzo del siglo, esta reconciliación se tambalea. El regeneracionismo, el pesimismo del 98 y la hostilidad a las insuficiencias de la Restauración se insta laron en sus salones. De Galdós a Baroja, pasando por Valle-Inclán y Unamuno, hasta desembocar en la agru pación de intelectuales al servicio de la República, con Ortega y Pérez de Ayala a la cabeza, o al predominio de Manuel Azaña, que fue su secretario durante largos años, el espíritu republicano coincidió con el del. Ateneo madrileño. El último presidente del Ateneo elegido por sus socios, y por tanto digno de tal nombre, fue el socialista Fernando de los Ríos. Después de la guerra civil, a pesar de algunas actividades aisladas dignas de justa revisión, fue en la práctica un organismo burocrático de la cultura franquista, que ofrecía su bibIioteca, como un islote aislado a los estudiosos y universitarios, que buscaban en sus ficheros libros inencontrables en otros lados.

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Ahora se abren ante el Ateneo nuevos horizontes. Es cierto que el hecho de contar todavía, cinco años después del principio de la transición, y mientras en España ha habido infinidad de elecciones democráticas, tan sólo con una junta gestora provisional resulta paradójico y hasta molesto. Esta junta, nombrada por el Gobierno el pasado mes de junio, tiene dieciocho meses de plazo para que el Ateneo de Madrid vuelva a ser lo que era y para que sus propios socios lo gobiernen. Año y medio no es un plazo escaso para esta misión, que debe terminar con una prolongada interinidad, sin que los administradores provisionales de ese patrimonio se dejen vencer por la tentación de convertirse en los usufructuarios permanentes, esgrimiendo títulos inexistentes o recurriendo a esta triste forma de hacer política que consiste en disimular con pésima retórica y encorvamientos del espinazo las designaciones digitales.

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