Mucho antes, por desgracia

Los franceses tienen una forma tan peculiar de reírse de sí mismos que uno llega a dudar de que se estén realmente riendo. Al menos, los franceses que muestra Yver Robert, no sólo en esta película, sino también en algunas de sus anteriores: El arte de vivir... pero bien, Un huerfanito con chispa, La guerra de los botones o las películas sobre Arsenlo Lupín.Es el suyo un cine blando, ternurista y hueco, donde una «filosofía de la vida» bastante casera vence cuanto de interesante podía haber al principio. Por ejemplo, en esta Dentro de cien años, todos calvos, traducción aproximada de Nous irons tous au paradis. Las anécdotas de cuatro amiguetes que sufren reveses graves que al cabo del tiempo se han transformado en simples anécdotas parecen querer explicarnos la relatividad de cuanto nos sucede. Pero bastaría un cortometraje para pensamiento tan pequeño. Y sobrarían las largas peripecias de estos personajes tan osos, tan poco representativos. En su lugar, se necesitaría una estructura más compleja, una visión del mundo y de nuestras vidas un poco más madura. El infantilismo de la caricatura que propone Robert no da más que para un chiste simple capaz de tranquilizar a sus amigos. Hubo mejores humoristas en el cine francés, desde Max Linder a Renoir; todos ellos concebían el chiste con cierta acidez entendiendo que el humor es un buen vehículo para inquietar. Pero cuando se utiliza para complacer, puede llegar a aburrir incluso a los complacidos.