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Más de 250.000 personas en la primera misa de Juan Pablo II en Alemania Occidental

Juan Arias

Hacía exactamente 931 años que un Papa no visitaba la ciudad alemana de Colonia, después de aquel 1049, cuando el emperador Enrique III recibió a San León IX. Ayer, Juan Pablo II fue acogido a su llegada de Roma, en un avión de bandera italiana, con los gritos en latín de «Amo te". El avión aterrizó a las 9.14 horas de una mañana de lluvia, bajo un cielo de plomo y un frío que hacía tiritar a las 2.000 personas presentes bajo rigurosa invitación.

Cuando se abrió la puerta del avión subieron a saludar al Papa el cardenal Hoffner, arzobispo de Colonia, y el nuncio apostólico de Alemania, monseñor Mestri. Segundos después apareció el Papa con abrigo blanco de lana pura. Por primera vez escuchó en pie, antes de bajar las escalerillas ni saludar a nadie, las veintiuna salvas de cañón que corresponden a un jefe de Estado. Tenía los brazos caídos y las manos juntas. Estaba muy serio. Cuando bajó las escalerillas, antes de que diese tiempo a cubrirlo con un paraguas blanco gigante preparado para él, se echó de rodillas y besó la alfombra roja empapada de lluvia.En un revuelo de paraguas, el Papa saludó al presidente de la República, Carl Carstens, a las autoridades civiles y religiosas y a todo el cuerpo diplomático en pleno, que aguantaba firme bajo el frío y la lluvia. Desde las tribunas se oían los gritos de «Amo te».

Desde el aeropuerto, el Papa salió en helicóptero militar hasta una explanada en las afueras de la ciudad, donde celebró su primera misa en tierra alemana. A pesar de la lluvia y el frío, acudieron, según datos de la policía, cerca de'300.000 personas. No eran el millón que se esperaba el cardenal ni el millón Dresente en las calles de Colonia durante el carnaval.

El Papa, que había dicho a su llegada al aeropuerto que saludaba «sin excepción alguna a todos los hombres de este país», pero «de modo particular a todos los hermanos y hermanas en la fe», puntualizó desde el primer momento que su viaje «deseaba hacer frente a la creciente provocación de un ambiente religiosamente indiferente, a corresponder con mayor coraje a la plasmación de la familia, de la profesión y de la sociedad, en una manera más digna del hombre».

Juan Pablo II recorrió un trayecto ocupado por los fieles antes de llegar al altar imponente, majestuoso, modernísimo, casi imperial, en un coche fabricado especialmente por la casa Mercedes, con una especie de cúpula de cristal. El coche llevaba la matrícula SJP2, es decir, la ciudad de Stocarda, donde se fabrica el Mercedes, y las iniciales del Papa.

Durante la misa, en un sermón aplaudidísimo, hizo la defensa de la familia cristiana, condenó de nuevo «las uniones fuera del matrimonio», la sexualidad que no esté encaminada a la procreación y el aborto. Defendió la paternidad responsable, afirmando que cada cristiano debe decidir en su con ciencia «cuántos hijos tener», pero condenó los medios artificiales de control de nacimientos.

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Con tono dramático, defendiendo la institución del matrimonio afirmó: «No se puede vivir y morir sólo probando, no se puede aceptar por un tiempo determinado».

Se asegura que de Roma había llegado una carta a los obispos alemanes para que aconsejaran a quien deseara hacer regalos al Papa que «le dieran dinero».

Primeras reacciones

Los primeros comentarios protestantes a la visita del Papa son cautos y distendidos. El diario Die Welt escribe en su editorial que el Papa ha llegado a la tierra donde se ha dado «una de las más terrible guerras de religión» y a un pueblo «en cuyo nombre se hizo una espantosa injusticia. al país del Papa».

Se pregunta el diario protestante si será un viaje en el pasado o en el futuro. Y responde que «la historia no se puede borrar», que será un viaje en el pasado, pero sobre todo en el futuro, «como desea la mayor parte de los alemanes».

Por su parte, Eduard Lohse, presidente del Consejo de la Iglesia Evangélica, afirmó ayer en una entrevista que «es más lo que nos une que lo que nos separa de los católicos», y que todos nos habíamos equivocado sobre la primavera del Concilio, «porque no se pileden cambiar en un decenio cuatrocientos años de historia».

Doscientos médicos católicos han publicado como anuncio pagado una carta al Papa en la que le dan las gracias por su lucha contra el aborto y contra «la teología de la revolución», y le piden «que no se deje impresionar por la oposición que pueda encontrar». Pero, en realidad, de oposición abierta en la calle se ha visto en Colonia muy poco: un cortejo de feministas que repartían el «credo de Wojtyla». Era en clave irónica y recogía las afirmaciones más conservadoras del Papa en rrvateria de sexo y de familia. Y también una especie de procesión de cien jóvenes a dos pasos de la catedral. Llevaban a uno de ellos vestido de Papa en una silla gestatoria. Detrás, Cristo con la cruz. El Papa le pedía perdón «por los mil millones de pesetas que va a costar el viaje». Y cantaban una especie de letanía irónica.

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